Violet Evergarden - Booklet 1


 

Ese día fue especial para mí, pero para el resto del mundo no fue así.

 

 

ANN MAGNOLIA Y SU DECIMONOVENO CUMPLEAÑOS

 

Había una serie de cosas que tenía que hacer en el día especial llamado hoy.

Me levanté por la mañana y comprobé el tiempo. Como si se tratara de un cuento, abrí las cortinas y miré por la ventana.

La radiante luz del día brilló en mis ojos. Hoy hacía sol. Saberlo me hacía feliz. Que me había despertado envuelta con el sol. Que no tenía que preocuparme de que mi carta se empapara con la lluvia. Era casi como si la verdad de estos hechos bendijera el día.

-Soy feliz.

Muy feliz.

No solía decir esto, pero hoy me apetecía decirlo, así que susurré mientras me volvía a acostar:

―Buenos días.

Ronca con la vigilia, mi voz resonó en el silencioso dormitorio. Di vueltas en busca de alguien con quien mantener una conversación a partir de las palabras "buenos días". Sin embargo, no pude encontrar a nadie que las escuchara, así que se desvanecieron inútilmente en algún lugar.

Si estabas solo, las palabras morían tan pronto como nacían. Sabía que esa era la verdad de este mundo. Como las flores que se marchitan sin cambiar de color, como los pajaritos que no pueden soportar el frío del pleno invierno, mis palabras morirían enseguida. Después de todo, las palabras son herramientas para que la gente comunique sus intenciones. Por eso, si no había otra persona, morirían. Eso era evidente.

No había nadie que me respondiera con un "buenos días". No había nadie en esta casa que hiciera un saludo matutino, así que si alguien dijera que esto era evidente, seguro que lo era. Pero en mis recuerdos, alguien cuya voz ya había olvidado me devolvía las palabras. Con una voz cálida y dulce, que probablemente era como sonaba mi madre, me las devolvería.

"Buenos días, Ann".

-Buenos días.

"Hoy es un día especial, ¿eh?"

-Lo sé; los había contado con los dedos.

"Tu tan esperado cumpleaños".

Con un movimiento de cabeza, me levanté.

Hoy cumplía diecinueve años. Habían pasado doce años desde que me habían dejado sola a los siete años. Reflexioné a fondo sobre esa realidad a solas y con orgullo.

Salí de mi habitación aún con el camisón puesto, dirigiéndome a la escalera de caracol. En la pared de la escalera había retratos colgados en hileras.

"Vaya, ¿vas a salir vestida así sólo porque estás en casa?".

Decorada con fotos de miembros de la familia, la pared solía ser aterradora para mí cuando era niña, pero lo fue menos después de que mi madre se sumara a ellas. Subía y bajaba esas escaleras innumerables veces cada día, pero el único punto al que acababa dirigiendo mi mirada durante unos segundos era el retrato de mi madre y mi yo de la infancia.

Si, por casualidad, la cosa llamada "amor" tuviera fuerza, pensé, si hubiera una fuerza que residiera en el amor, ¿no empezaría a moverse un día esta imagen, ya que era la única que miraba como si anhelara algo?

Acababa por abrazar esas fantasías.

"No voy a cambiar, por mucho que me mires. Por cierto, ¿no se ve un poco mal mi complexión en este retrato? Debería haberme pintado más".

Por supuesto, era una invención.

Tras bajar las escaleras, me dirigí a la entrada principal, cuya puerta estaba un poco desgastada. Debería llamar a un reparador. La casa era un ser vivo como yo, y como ya era bastante vieja, siempre estaba rota en alguna parte.

"También quiero que te ocupes del jardín. ¿Cuándo fue la última vez que cogiste una escoba?"

Al salir al exterior, pude ver todo el paisaje de este lugar. No había más que exuberantes praderas y caminos arbolados. La vista idílica era terriblemente aburrida, pero por encima de eso, era hermosa, por lo que si hacía un marco con los dedos, tendría inmediatamente una imagen escénica. En toda esta zona, no había ninguna otra casa a la vista. Por supuesto. Este territorio estaba bajo el control de los Magnolias, por lo que esta vista me pertenecía a mí, la jefa de la familia.

Mientras no lo vendiera o regalara, este paisaje nunca cambiaría. Y, al igual que los anteriores jefes de familia, no deseaba que cambiara. Tampoco deseaba dejar este lugar. Aunque estuviera sola.

"Ann, echemos un vistazo dentro del buzón".

Miré dentro del buzón. Tal vez porque todavía era temprano por la mañana, no había nada en él todavía.

"Seguramente llegará pronto".

Hoy era el día en que yo, Ann Magnolia, había nacido. Cada año, en mi cumpleaños, recibía cartas de mi difunta madre. Las cartas de mi madre, que a estas alturas se había convertido en un retrato, me eran entregadas.

"No hay carta que no deba ser entregada, Milady".

Para ser más precisos, me entregaban cartas con los sentimientos de mi madre plasmados en ellas y escritas por una Auto-Memories Doll. Era una historia extraña, pero cierta.

"Auto-Memories Doll". Hacía tiempo que este nombre causaba furor.

El creador era una autoridad en el campo de las muñecas mecánicas, el profesor Orlando. Su esposa, Molly, era novelista, y todo había comenzado con la posterior pérdida de la vista. Entonces inventó una máquina para realizar trabajos fantasma para su amada esposa y la llamó Auto-Memories Doll. En la actualidad, a las personas que trabajaban como escritores fantasma también se les llamaba Auto-Memories Doll.

Cuando tenía siete años, mi madre, aquejada de una grave enfermedad, convocó a una hermosa Auto-Memories Doll de ojos azules a nuestra mansión. La hizo escribir varias cartas y contrató a una empresa de correos para que me las entregara incluso después de su muerte. Había estado planeando en secreto unas cuantas décadas de mensajes de cumpleaños para su querida hija.

La persona que había hecho esta petición era un bicho raro, pero los que habían aceptado el trabajo eran bastante raros también. ¿No habían imaginado que alguien lo abandonaría en algún momento? ¿Habían sellado el contrato para un trabajo tan pesado y molesto sin ninguna negativa porque eran terriblemente malos en su negocio, o era porque eran demasiado amables? Habiendo crecido hasta convertirse en una dama respetable y llegando a comprender el mundo hasta cierto punto, reflexionaba sobre esas cosas. Seguramente, fue porque eran amables. Gracias a ellos, aunque ahora no tuviera ni un solo pariente, al menos en mi cumpleaños pude recordar lo que se siente al ser amado por alguien.

Sin más, me quedé inquieta frente al buzón. Cerrando los ojos, limpié el polvo de la caja de mis recuerdos.

-Me acuerdo. Que ella vino. Que ella estaba allí, escribiendo cartas tranquilamente. Recuerdo la figura de esa persona y de mi madre sonriente. Seguramente, hasta que muera...

Ese tiempo de pocos días se quedó grabado en mi mente. Por aquel entonces, mi... Por aquel entonces, el pelo encrespado de Ann Magnolia era todavía corto, y era egoísta y pretendía ser más alta. Era una niña indefensa. Una muy joven. ¿Qué edad tenía? Siete años. Una edad en la que uno todavía anhelaba a su madre. Su madre era el centro del mundo. Si su madre muriera, no podría ni respirar. Ella era ese tipo de niña. Era consciente de que sus emociones eran inestables y que tendía a actuar de forma un poco precipitada.

La mayoría de la gente trataba amablemente a alguien como yo, y eso era todo. Las personas que tenían sus ojos puestos en mi fortuna intentaban acercarse a mí, pero una vez que se daban cuenta de que no tenía ninguna intención de permitírselo, no volvían a mostrar su rostro ante mí.

Esa persona... Violet Evergarden. Esa Auto-Memories Doll era un poco diferente a las demás personas, pensé...

Cada vez que me preguntaba qué era tan diferente en ella, me encontraba pensando.

Por aquel entonces, Ann Magnolia se había enamorado de una misteriosa chica que había aparecido de repente. Era un amor romántico de niña por adoración. Odiaba y quería a la vez a la Auto-Memories Doll que había aparecido de repente y le robaba el tiempo con su madre.

--¿Qué era lo que me gustaba de ella?

Era taciturna y poco sociable. Una silenciosa muñeca de porcelana. Parecía extremadamente adulta. Pero recordando, a menudo reaccionaba como una niña que no sabía nada. Incluso cuando le daba muñecas, no sabía cómo jugar. Tampoco sabía resolver acertijos. Incluso cuando le hacía tocar bichos, nunca huía como mi madre o nuestra criada. Siempre que la invitaba a juntar las manos y a dar vueltas, lo hacíamos sin parar.

―Fufu...

Era una persona rara. Sí, una persona rara.

Los niños miraban a los adultos y los medían por si daban miedo o eran tontos, si serían sus aliados o enemigos, si les darían caramelos o no, y otras cosas por el estilo. Miraban muy, muy fijamente y juzgaban a los adultos.

Ella... esa hermosa Auto-Memories Doll... Violet Evergarden no era una adulta.

-Sí, ella era... ¿cómo decirlo? Ella era Violet Evergarden.

Por eso me había acurrucado junto a ella, el mismo tipo de persona que yo, como dos gatos acurrucados el uno junto al otro, pensé.

Era una niña hermosa. Una hermosa bestia. Su excentricidad me parecía genial, así que me gustaba.

Me preguntaba dónde estaría ahora y qué estaría haciendo.

Yo iba a cumplir diecinueve años, pero en aquella época, ella debía de ser más joven que yo. Para que tuviera prótesis en los brazos, no era difícil imaginar lo que le había ocurrido en aquella época, cuando la guerra acababa de terminar. Pero, sin duda, su vida había estado llena de muchos más altibajos que la historia que yo tenía en mente.

¿No expresaba suficientemente sus emociones porque llevaba algún tipo de herida en el corazón? Era una persona tan hermosa, así que ya debía haber conquistado el corazón de alguna persona maravillosa...

Sacudí la cabeza a diestra y siniestra. No debía tener sospechas injustas sobre ella. No debía hurgar en cómo era yo entonces -en la Ann Magnolia de entonces- y mancillarla. Incluso si sólo fuera yo conmigo misma, no debo hacerlo. Porque todas las alegrías y las penas de aquella época pertenecían a la antigua yo, que había soportado aquellos días. Habiéndome convertido en adulta, no debería tener nada que decir sobre el paisaje mental de mi antiguo yo, como un extraño.

Habiendo crecido, observé mi tierra, que se extendía sin fin. El aroma de la hierba y las flores que se mecían suavemente, el parloteo de los pájaros, las nubes que se movían lentamente en el cielo azul. Tenía la sensación de que estarían aquí, igual que ahora, durante cien años más.

―No viene, ¿eh? Vamos a desayunar.

Como el cartero no aparecía, no tuve más remedio que volver a la mansión.

Últimamente he estado trabajando en casa. Solía salir y disfrutar del mundo cuando era estudiante, pero me di cuenta de que, al final, me gustaba estar en mi casa. Tal vez fuera una cosa de la línea de sangre Magnolia.

En cuanto a mi trabajo en casa, me dedicaba a la asesoría jurídica. Cuando era pequeña, viví disputas entre mis propios familiares sobre mí y mis bienes. Ese era el motivo, si es que tenía que dar alguno.

Mi madre me había dejado un asesor jurídico de gran talento. Una persona de carácter sobresaliente, que seguía preocupándose por mí incluso ahora. De pequeña, me destacaba en la captura de insectos que nunca había visto, pero no tenía los medios para oponerme a la gente que quería robarme esta tierra de una manera u otra.

Empecé trabajando en el centro de información jurídica de la ciudad, gracias al asesor jurídico que me había acogido, y sólo recientemente me independicé. Vivir en la ciudad me hizo darme cuenta de muchas cosas. Que había mucha gente en este mundo que no estaba protegida como yo. Y que eso no era algo que esas personas quisieran, sino que las cosas resultaron así debido al entorno en el que se encontraban.

El ascenso del negocio de la escritura fantasma tenía un trasfondo similar. A los niños los hacían trabajar como a los adultos, sin poder ir a la escuela, de modo que cuando crecían y tenían que firmar algún documento, ni siquiera sabían escribir su propio nombre.

Personas así, que se habían criado en entornos donde nadie los ayudaba, no eran una rareza. Había oído que la tasa de alfabetización estaba aumentando, pero aún tardaría mucho tiempo en convertirse en algo inusual.

Al igual que con la escritura fantasma, uno podía convertirse en aliado de alguien a través de la ley. Era especialmente necesario para los niños que habían sido expulsados como yo y los jóvenes que estaban a punto de entrar en el mundo de los adultos, creía yo. Porque podían ganarse un futuro completamente diferente si adquirían conocimientos.

―La ley es un arma ―decía mi asesor jurídico.

Yo estaba de acuerdo con eso. Mi propiedad había sido protegida por esta arma muchas veces. Algunos dirían que la educación era el arma, pero las situaciones para ponerla en práctica eran demasiado limitadas. Las armas ejercían su verdadero valor precisamente cuando había que protegerse de ser víctima de actos injustos o de insultos.

Si era posible, quería ser alguien que pudiera proteger a los demás. Quería decirle a la gente que no sabía qué hacer y que se había vuelto incapaz incluso de caminar por sí misma: "No pasa nada; yo seré tu aliada". Porque quería que alguien hiciera eso por mí cuando estuviera sola.

La razón por la que elegí la abogacía tenía su origen en este tipo de pensamiento santurrón.

Como trabajaba desde casa, no ganaba mucho. Para ser honesta, la gente pensaría que ser una profesional era un pasatiempo para una señora rica y terrateniente. A mí me parecía bien.

Las personas que venían a visitarme a este remoto lugar estaban generalmente en situaciones críticas y no tenían nada. Los que tenían algo iban a la ciudad. Iban a la ciudad, inclinaban la cabeza ante algún personaje famoso, se les servía una buena marca de té... y mantenían una elegante conversación mientras lo bebían.

Si podía, quería acercarme a la gente, como ella. Como la Auto-Memories Doll que me dijo aquel día que estaba bien llorar. Aunque sea por autosatisfacción.

Hablando de eso, pensé mientras miraba el calendario. Hoy es mi cumpleaños, así que tengo la intención de esperar al cartero todo el día y no he programado ninguna cita, pero mañana viene un cliente. Debería limpiar la sala de recepción al menos un poco.

"Hola, Ann. Es tu cumpleaños, así que ¿qué tal si sales con tus amigos y comes con ellos?"

Tenía que barrer el suelo, quitar la basura de la alfombra y quitar el polvo de los muebles.

"Incluso basta con comer algo sabroso, Ann".

Cierto, debería hornear algunos dulces para servir al cliente mañana. También podría servir para celebrar mi cumpleaños.

"Ann, ¿no te sientes sola?"

Si estaba segura, esa persona habría comido con fruición los dulces que horneé cuando nos conocimos. Era muy goloso.

Al recordar la figura de aquel joven empresario comiendo, con aspecto avergonzado y encantado, una sonrisa afloró de forma natural. De las personas con las que me relacionaba en ese momento, quizá fuera el que más esperaba su visita. Pensaba que los hombres eran criaturas ceñudas y hurañas, pero él era adorable.

Me remangué las mangas diciendo "de acuerdo" y me dirigí a la cocina.

 

 

 

―Entrega.

Cuando sonó el timbre de la puerta principal y se oyó la voz de un visitante, arrojé frenéticamente mi tazón y mi batidora y corrí. Esto es lo que pasa cuando te distraes haciendo dulces durante una hora. Estaba cubierta de harina y con un aspecto impropio, pero no había forma de evitarlo.

―Sí, ya voy.

Abrí la puerta con mucho ánimo y, de pie, había un cartero con el uniforme de la oficina de correos de la ciudad, que ya conocía. Estaba lo suficientemente decepcionado como para que incluso yo misma pensara que era un poco infantil por mi parte. El otro no vio mi expresión facial mientras solicitaba mi firma para la entrega urgente sin mirarme, pero acabé teniendo una actitud descortés.

--No es la empresa de correos CH.

Los mensajes de cumpleaños de mi madre los custodiaba la Compañía Postal CH, una empresa de correos que tenía su oficina principal en Leiden, la capital de Leidenschaftlich, una nación militar del sur. Por lo tanto, si venía una compañía diferente, entonces el correo no era de mi madre.

―Muchas gracias.

Recibí tres paquetes. Uno era un reloj de mesa de mi asesor jurídico. Los otros eran accesorios y un chal que estaban de moda en la ciudad de mis amigos.

Había gente que se casaba y tenía hijos al cumplir los diecinueve años. Todas mis amigas más cercanas se habían apresurado a casarse. En el fondo de mi mente coexistían tanto mi opinión de que recluirse en sus casas era un desperdicio en esta época de mujeres profesionales, como mi envidia por el hecho de que hubieran encontrado pareja en una etapa temprana de sus vidas.

"No tienes que apresurarte; si no quieres hacerlo, no tienes que hacerlo".

Habiendo perdido a mi madre, con esta vasta tierra y esta mansión de exterior excesivamente elegante en mi poder... no podía pensar que tener una familia no sería algo bueno.

-Familia... familia... familia, ¿eh?

¿Quería una familia? ¿De verdad? Esas genuinas preguntas surgieron en mi mente primero.

Dar la bienvenida a una familia significaría dar la bienvenida a la vida de esa persona. Era una elección extremadamente pesada. "En la salud y en la enfermedad", decía la gente alegremente. Yo creía que, en realidad, eran pocas las personas que lo entendían bien.

Mis amigas que se casaron. La gente que paseaba por la ciudad. Las personas que amaban y los miembros de la familia de todo el mundo, todos. ¿Lo entendían todos de verdad? Sólo miraban el lado feliz, ¿podrían soportarlo cuando les llegara un escenario triste? ¿No acabarían pensando que no amar a la otra persona habría sido mejor?

"Los seres humanos son criaturas que aman a los demás en busca de la felicidad, Ann".

En mi experiencia, ya que había despedido a la persona más importante para mí, la verdad es que no quería volver a pasar por ello. Que me dijeran que lo hiciera una vez más era demasiado duro. Incluso veinte años después, las cosas dolorosas serían dolorosas.

Devolví mi conciencia a la realidad.

Cintas de colores, envoltorios extravagantes y regalos maravillosos. Mientras mi disposición social se detenía un poco, esas personas eran insustituibles para mí. Tenía que escribir notas de agradecimiento de inmediato. Para este tipo de cosas, cuanto más rápido, mejor. Porque transmitía sinceridad.

Debía volver a mi habitación y buscar el material de papelería y los sobres. Seguramente estaban en algún lugar.

"Ann".

-Ah, pero ¿era una papelería bonita?

Tal vez debería elegir una diferente, acorde con estos maravillosos regalos.

"Ann, escucha".

Seguramente eran artículos que tardaban en ser elegidos, así que debería responder a los sentimientos de la otra persona de la misma manera. Había muchas cosas que vigilar aquí. Tenía que hacerlo rápido. Tenía que hacerlo pronto.

"Por favor, escucha".

Nadie más iba a hacerlo; era yo quien tenía que hacerlo. No importaba, tenía que hacerlo. Tenía que saborear la alegría y la tristeza yo sola y terminar rápido. Porque estaba sola. Deprisa. Tenía que darme prisa y hacerlo.

Sin embargo, no podía moverme.

"Ann".

Estaba en plena elaboración de dulces, y escribir notas de agradecimiento requería cierta preparación. Sobre todo, no podía calmarme hasta que llegara la carta de mi madre.

Dando varias razones, me inventé varias excusas para no moverme.

"Ann... está bien".

De repente me sentí agotada. Todo se convirtió en una molestia. Aunque tenía las manos cubiertas de harina y seguía llevando un delantal, me tumbé en el sofá, me puse en posición fetal y me acurruqué.

Aunque había recibido regalos tan maravillosos, el sentimiento de felicidad no duró. Aunque era algo por lo que estar agradecida hasta el punto de poder estar de buen humor todo el día, el sentimiento de felicidad no duró. No duró.

"Ann, está bien".

Hoy era ese tipo de día.

"Ann, no te fuerces; lo siento."

-Lo siento.

"Lo siento..."

--lo siento.

"Ann, lo siento..."

Para mí, mi cumpleaños era...

"...por dejarte atrás cuando eras tan pequeña."

...no era mi día. Era el de mi madre.

-Mamá. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué, mamá? ¿Por qué murió antes que las madres de los otros niños? ¿Qué es lo que salió mal? ¿El hecho de que yo haya nacido se convirtió en una carga para ti? Si es así, entonces no debería haber nacido.

Te quería, mamá. ¿Lo sabías? Te quería mucho, mucho. ¿Cansada de escuchar esto? Pero no lo sabías, ¿verdad? Incluso si lo sabías, probablemente no entendías cuánto te quería. Estoy segura de que no tenías ni idea de cuánto.

Cuando me di cuenta, pasé más tiempo viéndote en una tumba que de otra manera. Pero estás en todas partes en nuestra casa. En el sofá en el que te sentabas a menudo. En la música que disfrutabas. En la cama que aún huele a ti. En mí misma, que cada día me parezco más a ti.

Mamá, mamá, mamá: me sigues recordando lo mucho que te quería. Cuando era pequeña, eras el mundo mismo.

Mamá. Me querías. Lo sé. Pero yo también te quería. Yo era la que... Yo era... Yo era... Yo era la que...

Aah, mamá. Mamá, hay tantas cosas que quiero decirte. Pero si puedo decirlo, sólo hay una cosa.

Mamá, te moriste sin saber lo mucho que te quería, ¿verdad?

Te quise mucho más de lo que podías imaginar. Sufrí mucho, mucho, cuando moriste. Lo suficiente como para no poder respirar.

La gente suele decir que el tiempo cura todas las heridas. Pero realmente odio ese dicho. En lugar de que las cosas se solucionen, nos olvidamos de ellas, ¿no? Las voces de la gente, las expresiones faciales, los gestos... olvidamos este tipo de cosas. Sin embargo, las recuerdo en momentos inesperados. Como, "Oh, sí, a mamá le gustaba esto". "Oh, sí, mamá solía odiar eso". Y entonces me culpo con vehemencia por haberlas olvidado. Como, "¿Cómo pudiste olvidarlo? Ella era todo tu mundo". Como, "¿Cómo pudiste olvidarte? Ella era tu única familia". El bucle de agonía no tiene fin.

Te adoraba, mamá. Te quería. Te quería, así que por todo el amor que te tenía, se siente como si mi corazón se fuera a romper. Siento que mi corazón se romperá cada vez que llega mi cumpleaños. Se siente como si se fuera a romper. Es doloroso y no hay forma de evitarlo.

Las lágrimas resbalan por mis mejillas mientras me tumbo de lado. Tenía tantas ganas de que llegara el día de hoy que no sabía qué hacer conmigo misma y, sin embargo, acabé llorando de nuevo este año. Habría sido genial si hubiera podido recibirlo con una sonrisa.

Un cumpleaños es un día especial.

Para el resto del mundo no es nada, es un día normal, pero para mí es especial. Porque... Porque es un día en el que podía sentir que mamá volvía a mí. Lo esperaba con tanta ilusión que no podía evitarlo, pero al mismo tiempo, también estaba impotentemente triste. Porque sentía la ausencia de mi madre más que nada. Porque la verdad de que ella no estaba aquí se me imponía.

El destino me habló. O eso o Dios lo hizo. "Oye, tu madre ya está muerta. ¿Cuánto tiempo vas a estar llorando? Levántate. Si estás viva, levántate".

Como el mundo era tan despiadado, lo único que pude hacer fue asentir a esas palabras y decir:

―Sí, sí, cierto.

Al confiar mi cuerpo a la agitación, pude permanecer como alguien que podía valerse por sí misma, tal como querían el Destino y Dios. Normalmente no sentía la soledad. No lloraba. Después de todo, ya habían pasado doce años. Era raro llorar así sin parar. Era raro, ¿verdad? Ya no era una niña. No debería llorar demasiado. Eso me convertiría en una mala chica. Una niña no era adecuada para ser la jefa de familia de la casa Magnolia. Tenía que convertirme en una persona de la que mi madre pudiera estar orgullosa desde ese retrato.

¿No era eso cierto? No podía demostrar el valor de mi existencia haciendo otra cosa.

Pero en este día en el que era consciente de que mi madre me quería, no era bueno. Nada bueno. Me convertiría en un desastre. La Ann Magnolia de siete años volvía a mí. Ella lo diría todo. Acabaría diciéndolo todo. Siempre, siempre, siempre. Ella diría lo que yo me contenía de decir.

―Me siento sola ―es decir.

Tenía tantas formas de pasar mi cumpleaños como cumpleaños tenía. Seguramente, había millones de personas en el mundo que cumplían años hoy. ¿Cómo lo pasaban todos ellos? ¿Lo pasaban de forma satisfactoria? Seguro que también había gente que vivía su vida sin saber cuándo era su cumpleaños o que se olvidaba de él.

Así que no me sentía miserable. Tampoco me comparaba con ellos. No era eso. Porque seguro que había gente en algún lugar del mundo que se sentía tan sola como yo.

Había otra cosa que aprendí durante el tiempo que trabajé en la ciudad. Que la soledad no es algo que sólo tenga yo. Mucha gente venía al bufete a pedir consejo sobre sus problemas. Todo el mundo estaba agobiado por sus propios problemas. Y todos se sentían un poco solos en algún aspecto. No era sólo yo, así que no me sentía sola.

Aquella persona también, y aquella otra, y aquella otra. Todos estaban tristes de una manera u otra.

―Tengo que levantarme.

Había dejado de hacer lo que hacía por accidente: dejar de lanzarme a un mar de tristeza. El mar de tristeza en mi cabeza era una verdadera molestia, aunque también era cómodo, ya que envolvía mi cuerpo en suaves olas de autocompasión. Pero no debía ir demasiado lejos. Si no, no podría volver a ponerme en pie. No era que la comida y los dulces se materializaran a partir de mi tristeza.

Conté las cosas que tenía que hacer. Hornear dulces. Limpiar. Tenía varios delantales rotos, que volvería a convertir en trapos. Y entonces... Y entonces...

―Madam Magnolia, ¿está usted en casa?

Un suceso de la vida real me sacó inmediatamente de mi ensoñación. Corrí hacia la puerta principal, de donde provenía la voz. Al abrir la puerta con mucho vigor mientras hacía ruidos impropios de pies pesados, me encontré con dos visitantes.

―¿Hum?

Uno de ellos era... Aah, lo estaba esperando. Era un cartero que llevaba el uniforme de la Compañía Postal CH. Llevaba bajo el brazo una carta y un paquete con lo que seguramente era el regalo que mi madre había dispuesto para hoy.

―Ah, disculpe. Por favor, pase primero.

El otro era el cliente que había reservado una cita para mañana. Un joven empresario extraviado. Su ropa, finamente confeccionada, era fácil de reconocer como algo no hecho por encargo y que no le gustaba pero que llevaba a pesar de todo.

¿Se había equivocado en el día de la cita?

―Erm, entonces...

Los dos se encontraron en la puerta de entrada y ambos tenían algún asunto que tratar conmigo, así que probablemente se estaban concediendo el turno. Una vez concedido, el cartero de la Compañía Postal CH se puso delante de mí, entregándome amablemente la carta y el regalo con un semblante ligeramente tenso.

―Esta es la Compañía Postal CH. He venido a traer su entrega... Puede que ya esté cansada de oír este mensaje vocal tantas veces, pero feliz cumpleaños también este año, Madam Magnolia.

Era un cartero que nunca había visto antes. Era una persona diferente a la del año pasado.

―C-Cansada, dices... De ninguna manera lo estaría.

Aun así, el hecho de que dijera estas líneas significaba que las demandas encargadas por mi madre estaban siendo debidamente guardadas y protegidas por esa empresa. Eso era todo.

―Muchas gracias. Por todos los años, de verdad... de verdad. Por favor, dígaselo también a su presidente.

―¡Si! Nuestro presidente es el tipo de persona que se pone muy contento ante las aportaciones de los clientes, ¡así que me aseguraré de decírselo!

Nunca había conocido al presidente de la Compañía Postal CH, pero para que alguien tan joven hablara de él de una manera tan familiar, tenía que ser una persona maravillosa.

―Lo acepto.

Firmé el documento de aceptación. El cartero se rio, como si se sintiera aliviado. También aliviada, por fin le miré seriamente. Era un cartero muy joven. Quizá de la misma generación que yo. El chico pecoso parecía aún más joven cuando se reía.

―Me he hecho cargo de ello este año. Es una zona muy grande, así que acabé perdiéndome un poco... La he hecho esperar mucho, ¿no?

―Eh, no, no.

―Pero vino corriendo como si lo esperara con ansias.

―Sí.

Recordando las caras de sorpresa de los dos jóvenes en el momento en que había abierto la puerta, temblé de vergüenza. Se suponía que debía comportarme con elegancia y belleza como cabeza de la familia Magnolia. Sin embargo, estaba cubierta de harina, tenía el pelo revuelto porque había estado acostada y me había presentado con unos pasos que parecían los de un hombre grande.

Tocándome las mejillas, que seguramente se estaban poniendo rojas, dije:

―Me disculpo por mostrarle una imagen bochornosa... Pase lo que pase, siempre acabo inquieta en este día.

―En absoluto. Soy yo quien se disculpa por llegar tarde. Ya he memorizado perfectamente el camino, así que por favor, tráteme bien también el próximo año ―El cartero se inclinó diciendo―: bien, entonces ―y corrió hacia una moto estacionada.

Tras despedirlo, dirigí mi mirada al otro visitante que me esperaba. También él miró lentamente hacia mí.

―Hola.

El sol de la mañana había desaparecido, siendo sustituido por una deslumbrante luz de mediodía. Parecía que había pasado bastante tiempo mientras yo estaba enfurruñada en el sofá. Con una estación de frescos colores verdes como fondo, se suponía que era un cuerpo extraño para mí... y para este mundo mío, y sin embargo se mezclaba terriblemente bien en él.

―Hola ―Mi voz sonó un poco chillona―. ¿No tengo harina en la cara?

Al decir esto mientras me frotaba las mejillas con la manga de mi vestido, él sacó un pañuelo de su chaqueta y me lo entregó.

Sin importarle que me pusiera rígida por el susto, dijo con actitud seria:

―La hay, aquí mismo.

―Ah, muy bien.

―Y aquí también.

―Lo siento. Estaba haciendo dulces...

Limpiándome con el pañuelo pulcramente doblado, casi parecía que había vuelto a ser una niña. Era la segunda vez hoy que mis mejillas se teñían de rojo.

―Bueno, ¿qué pasa...?

―Aah, eso es. Estaba cerca y... hum, me enteré por el señor Robert, el que me la presentó, que hoy es su cumpleaños, así que... aunque sea presuntuoso por mi parte, estaba pensando en celebrarlo...

Robert era el asesor jurídico que me había protegido desde mi infancia. Ahora que lo mencionó, recordé que me lo había presentado Robert. El presupuesto no era compatible con el caso, así que me lo habían pasado a mí.

--¿Cerca?

Encontrando un punto extraño en una parte de su historia, dije tímidamente:

―Toda esta zona... es mi tierra... ¿Tenía negocios cerca de aquí?

Silencio.

―¿También se ve con el Sr. Robert aunque trabaje conmigo...?

Levantó una mano en mi dirección como pidiéndome que esperara y apartó la cara, pareciendo avergonzado. ¿Dije algo malo?

―Me retracto.

―De acuerdo.

―Mentí... quería, hum, pasar tiempo con usted de alguna manera...

―Haah...

Tal vez incapaz de mirarme a los ojos, mantuvo el rostro desviado y continuó hablando:

―El señor Robert es un amigo de la hora del té de un café que ya frecuentaba... Me la presentó como un favor... Y me enteré por él el otro día que hoy es su cumpleaños. Además, no vine por casualidad por aquí. Es imposible venir aquí sin un coche o un carruaje. No tengo mucho dinero, así que terminé caminando hasta aquí. Pero no fue una casualidad; vine aquí porque tenía un objetivo.

Cuando le pregunté:

―¿Cuál es el objetivo? ―dio la vuelta a la palma de la mano que me decía que esperara y me la mostró.

―Eso "es usted".

Me quedé perpleja. Este tipo de cosas no me habían ocurrido muy a menudo en mi vida. Cuando ocurría, solía ser gente que pretendía mi fortuna, así que me pregunté vagamente si era igual que ellos.

―¿Quiere entrar? Si es sólo para beber té juntos, entonces...

En cualquier caso, como jefa de la familia Magnolia, tenía que agasajar al invitado. Después de que este pensamiento se abriera paso en mí, sonó una alarma en mi cabeza de que él podría considerar esto como una invitación. Esa no era mi intención, así que ¿qué debía hacer si él creía que lo era?

--¿Qué me pasa? No sé si estoy feliz o asustada.

Mis latidos eran tan fuertes. Mis mejillas estaban tan calientes que parecía que se estaban quemando.


 


 


-De todos modos, tengo que decir algo.

―Hum.

Cuando dudé en hablar, sacudió la cabeza.

―Ah, no. Tendré que venir de nuevo mañana, así que me voy a casa. Ya cumplí mi objetivo.

―¿De verdad? ―Estaba un poco fuera de tono. Un poco - muy aliviada.

Lo observé mientras él no intentaba mirarme ni un poco. Le temblaban las manos. Aunque daba una impresión despreocupada, era el tipo de persona que no podía ocultar lo que llevaba dentro.

―En realidad sólo vine porque quería desearle feliz cumpleaños. Justo antes de venir, dudé mucho sobre si venir hoy o no... Tampoco tengo... ningún regalo digno de una dama como usted, así que quería al menos decir estas palabras.

Esa frase sorprendió aún más a mi ya aturdida persona. "Al menos estas palabras", dijo. ¿Había alguna palabra que pudiera hacer más evidente su buena voluntad?

―Lo siento. Debería haber arreglado al menos algo para usted, ¿no? Realmente, un hombre sin dinero como yo apareciendo de repente... Lo siento...

―No, no quiero tanto las cosas materiales... prefiero esta sensación de... querer celebrar porque es mi cumpleaños... mucho más...

Las palabras se cortaron a mitad de camino. ¿Qué me pasó? Ahora mismo, el dolor y la alegría me apretaban el pecho con fuerza. Era asfixiante.

El amor fácilmente perceptible de esta persona frente a mí, así como su amabilidad, su sinceridad y todas estas otras cosas tiernas y cálidas estaban apareciendo en las partes solitarias de mí y haciendo que me sintiera mareada.

"Ann, ¿puedes oírme?"

Tenía que recuperar la cordura; seguramente mañana volvería a estar sobria. No debería abrir mi corazón tan fácilmente ahora.

"Ann, por favor, escucha".

Porque el mundo es cruel. Aunque me enamorara de él, seguro que ocurrirán cosas tristes.

"¿De acuerdo? Si me escuchas..."

Podría ser un amor calculado; podría estar fingiendo y ser en realidad una persona horrible.

No, tenía que preguntármelo. Era cierto que había venido hasta aquí a pie. Después de todo, sus zapatos estaban sucios por el barro. Había hierba pegada como si hubiera pasado por un sendero de animales.

"Si estás escuchando, aférrate a él".

Aah, mamá. A partir de ahora, seguramente seguiré interrogándote una y otra vez en momentos como éste. Haciéndote preguntas en mi mente. "Mamá, ¿es esto correcto? ¿Es este el camino correcto?", te preguntaré. Porque tú eras la única que me dio amor sin segundas intenciones. Así que, por favor, dame una respuesta.

"Cree en ti misma, Ann. No tengas miedo al amor".

Estaba segura de que la visión de mi madre me había susurrado esto.

Extendí la mano. Extendí la mano y agarré el dobladillo de su chaqueta.

―Ahora voy a hacer dulces. Hoy es mi cumpleaños, pero no tengo ningún plan, así que si quiere, ¿por qué no comemos juntos los dulces horneados fuera? No necesito nada. Si me va a regalar algo, entonces quiero un poco de tiempo para que celebremos mi cumpleaños juntos ―le dije.

―Gracias ―No fue poco amable con mi mano cubierta de harina de trigo, agarrándola mientras su cara se ponía roja―. Eso sería genial ―dijo tres veces o más. La frase "Me gustan los alimentos dulces" la dijo probablemente cinco veces.

A mí... me hizo tanta gracia que me reí.

Ese día fue especial para mí, pero para el resto del mundo no fue así. Pero me esforcé un poco. Intenté hacerlo especial yo sola. A partir de ese momento, seguiría haciéndolo con toda seguridad. Lo haría. Estaba sola en esta mansión. Pero yo era la chica más especial del mundo para cierta persona. Estaba bien darse un capricho al menos en mi cumpleaños. Lo pensé una vez más al leer la carta de mi madre más tarde.

 

 

Ann, felicidades por tu decimonoveno cumpleaños. No puedo imaginar cómo te va a los diecinueve años. Realmente me pregunto cómo te va.

¿Estás bien? ¿No estás pasando hambre?

Me pregunto si te has convertido en una maravillosa dama. Aah, quiero verlo. Realmente quiero verlo.

No tienes ni idea de lo mucho que te quiero, ¿verdad?

Verás, mamá ama a la joven de diecinueve años que eres. Te amaré incluso cuando cumplas cien años.

No puedo decírtelo cara a cara, así que lo escribo debidamente aquí.

Te quiero.

No importa lo que digan, te quiero. Tienes derecho a ser amada.

Mi Ann, sé libre.

Mi Ann, ríe con alegría.

Mi Ann, sé feliz.

Mi Ann.

No tengas miedo al amor.

 

-De mamá

 

 

 

 

"No existe una carta que no deba ser entregada, Milady".




ANTERIOR -- PRINCIPAL -- SIGUIENTE




1 comentario:

  1. Gracias como siempre por su trabajo de traducción, esperaré con ansias los demás

    ResponderBorrar