Ese día fue especial para mí, pero para el resto del mundo
no fue así.
ANN
MAGNOLIA Y SU DECIMONOVENO CUMPLEAÑOS
Había una serie de cosas que
tenía que hacer en el día especial llamado hoy.
Me levanté por la mañana y
comprobé el tiempo. Como si se tratara de un cuento, abrí las cortinas y miré
por la ventana.
La radiante luz del día brilló
en mis ojos. Hoy hacía sol. Saberlo me hacía feliz. Que me había despertado
envuelta con el sol. Que no tenía que preocuparme de que mi carta se empapara
con la lluvia. Era casi como si la verdad de estos hechos bendijera el día.
-Soy feliz.
Muy feliz.
No solía decir esto, pero hoy
me apetecía decirlo, así que susurré mientras me volvía a acostar:
―Buenos
días.
Ronca con la vigilia, mi voz
resonó en el silencioso dormitorio. Di vueltas en busca de alguien con quien
mantener una conversación a partir de las palabras "buenos días". Sin
embargo, no pude encontrar a nadie que las escuchara, así que se desvanecieron
inútilmente en algún lugar.
Si estabas solo, las palabras morían tan pronto como nacían. Sabía que esa era la verdad de este mundo. Como las flores que se marchitan sin cambiar de color, como los pajaritos que no pueden soportar el frío del pleno invierno, mis palabras morirían enseguida. Después de todo, las palabras son herramientas para que la gente comunique sus intenciones. Por eso, si no había otra persona, morirían. Eso era evidente.
No había nadie que me
respondiera con un "buenos días". No había nadie en esta casa que
hiciera un saludo matutino, así que si alguien dijera que esto era evidente,
seguro que lo era. Pero en mis recuerdos, alguien cuya voz ya había olvidado me
devolvía las palabras. Con una voz cálida y dulce, que probablemente era como
sonaba mi madre, me las devolvería.
"Buenos días, Ann".
-Buenos días.
"Hoy es un día especial,
¿eh?"
-Lo sé; los había contado con
los dedos.
"Tu tan esperado
cumpleaños".
Con un movimiento de cabeza,
me levanté.
Hoy cumplía diecinueve años.
Habían pasado doce años desde que me habían dejado sola a los siete años.
Reflexioné a fondo sobre esa realidad a solas y con orgullo.
Salí de mi habitación aún con
el camisón puesto, dirigiéndome a la escalera de caracol. En la pared de la
escalera había retratos colgados en hileras.
"Vaya, ¿vas a salir
vestida así sólo porque estás en casa?".
Decorada con fotos de miembros
de la familia, la pared solía ser aterradora para mí cuando era niña, pero lo
fue menos después de que mi madre se sumara a ellas. Subía y bajaba esas
escaleras innumerables veces cada día, pero el único punto al que acababa
dirigiendo mi mirada durante unos segundos era el retrato de mi madre y mi yo
de la infancia.
Si, por casualidad, la cosa
llamada "amor" tuviera fuerza, pensé, si hubiera una fuerza que
residiera en el amor, ¿no empezaría a moverse un día esta imagen, ya que era la
única que miraba como si anhelara algo?
Acababa por abrazar esas
fantasías.
"No voy a cambiar, por
mucho que me mires. Por cierto, ¿no se ve un poco mal mi complexión en este
retrato? Debería haberme pintado más".
Por supuesto, era una
invención.
Tras bajar las escaleras, me
dirigí a la entrada principal, cuya puerta estaba un poco desgastada. Debería
llamar a un reparador. La casa era un ser vivo como yo, y como ya era bastante
vieja, siempre estaba rota en alguna parte.
"También quiero que te
ocupes del jardín. ¿Cuándo fue la última vez que cogiste una escoba?"
Al salir al exterior, pude ver
todo el paisaje de este lugar. No había más que exuberantes praderas y caminos
arbolados. La vista idílica era terriblemente aburrida, pero por encima de eso,
era hermosa, por lo que si hacía un marco con los dedos, tendría inmediatamente
una imagen escénica. En toda esta zona, no había ninguna otra casa a la vista.
Por supuesto. Este territorio estaba bajo el control de los Magnolias, por lo
que esta vista me pertenecía a mí, la jefa de la familia.
Mientras no lo vendiera o
regalara, este paisaje nunca cambiaría. Y, al igual que los anteriores jefes de
familia, no deseaba que cambiara. Tampoco deseaba dejar este lugar. Aunque
estuviera sola.
"Ann, echemos un vistazo
dentro del buzón".
Miré dentro del buzón. Tal vez
porque todavía era temprano por la mañana, no había nada en él todavía.
"Seguramente llegará
pronto".
Hoy era el día en que yo, Ann
Magnolia, había nacido. Cada año, en mi cumpleaños, recibía cartas de mi
difunta madre. Las cartas de mi madre, que a estas alturas se había convertido
en un retrato, me eran entregadas.
"No hay carta que no deba
ser entregada, Milady".
Para ser más precisos, me
entregaban cartas con los sentimientos de mi madre plasmados en ellas y
escritas por una Auto-Memories Doll. Era una historia extraña, pero cierta.
"Auto-Memories Doll".
Hacía tiempo que este nombre causaba furor.
El creador era una autoridad
en el campo de las muñecas mecánicas, el profesor Orlando. Su esposa, Molly,
era novelista, y todo había comenzado con la posterior pérdida de la vista.
Entonces inventó una máquina para realizar trabajos fantasma para su amada
esposa y la llamó Auto-Memories Doll. En la actualidad, a las personas que
trabajaban como escritores fantasma también se les llamaba Auto-Memories Doll.
Cuando tenía siete años, mi
madre, aquejada de una grave enfermedad, convocó a una hermosa Auto-Memories
Doll de ojos azules a nuestra mansión. La hizo escribir varias cartas y
contrató a una empresa de correos para que me las entregara incluso después de
su muerte. Había estado planeando en secreto unas cuantas décadas de mensajes
de cumpleaños para su querida hija.
La persona que había hecho
esta petición era un bicho raro, pero los que habían aceptado el trabajo eran
bastante raros también. ¿No habían imaginado que alguien lo abandonaría en
algún momento? ¿Habían sellado el contrato para un trabajo tan pesado y molesto
sin ninguna negativa porque eran terriblemente malos en su negocio, o era
porque eran demasiado amables? Habiendo crecido hasta convertirse en una dama
respetable y llegando a comprender el mundo hasta cierto punto, reflexionaba
sobre esas cosas. Seguramente, fue porque eran amables. Gracias a ellos, aunque
ahora no tuviera ni un solo pariente, al menos en mi cumpleaños pude recordar
lo que se siente al ser amado por alguien.
Sin más, me quedé inquieta
frente al buzón. Cerrando los ojos, limpié el polvo de la caja de mis
recuerdos.
-Me acuerdo. Que ella vino.
Que ella estaba allí, escribiendo cartas tranquilamente. Recuerdo la figura de
esa persona y de mi madre sonriente. Seguramente, hasta que muera...
Ese tiempo de pocos días se
quedó grabado en mi mente. Por aquel entonces, mi... Por aquel entonces, el
pelo encrespado de Ann Magnolia era todavía corto, y era egoísta y pretendía
ser más alta. Era una niña indefensa. Una muy joven. ¿Qué edad tenía? Siete
años. Una edad en la que uno todavía anhelaba a su madre. Su madre era el
centro del mundo. Si su madre muriera, no podría ni respirar. Ella era ese tipo
de niña. Era consciente de que sus emociones eran inestables y que tendía a
actuar de forma un poco precipitada.
La mayoría de la gente trataba
amablemente a alguien como yo, y eso era todo. Las personas que tenían sus ojos
puestos en mi fortuna intentaban acercarse a mí, pero una vez que se daban
cuenta de que no tenía ninguna intención de permitírselo, no volvían a mostrar
su rostro ante mí.
Esa persona... Violet
Evergarden. Esa Auto-Memories Doll era un poco diferente a las demás personas,
pensé...
Cada vez que me preguntaba qué
era tan diferente en ella, me encontraba pensando.
Por aquel entonces, Ann
Magnolia se había enamorado de una misteriosa chica que había aparecido de
repente. Era un amor romántico de niña por adoración. Odiaba y quería a la vez
a la Auto-Memories Doll que había aparecido de repente y le robaba el tiempo
con su madre.
--¿Qué era lo que me gustaba
de ella?
Era taciturna y poco sociable.
Una silenciosa muñeca de porcelana. Parecía extremadamente adulta. Pero
recordando, a menudo reaccionaba como una niña que no sabía nada. Incluso
cuando le daba muñecas, no sabía cómo jugar. Tampoco sabía resolver acertijos.
Incluso cuando le hacía tocar bichos, nunca huía como mi madre o nuestra
criada. Siempre que la invitaba a juntar las manos y a dar vueltas, lo hacíamos
sin parar.
―Fufu...
Era una persona rara. Sí, una
persona rara.
Los niños miraban a los
adultos y los medían por si daban miedo o eran tontos, si serían sus aliados o
enemigos, si les darían caramelos o no, y otras cosas por el estilo. Miraban
muy, muy fijamente y juzgaban a los adultos.
Ella... esa hermosa
Auto-Memories Doll... Violet Evergarden no era una adulta.
-Sí, ella era... ¿cómo
decirlo? Ella era Violet Evergarden.
Por eso me había acurrucado
junto a ella, el mismo tipo de persona que yo, como dos gatos acurrucados el
uno junto al otro, pensé.
Era una niña hermosa. Una
hermosa bestia. Su excentricidad me parecía genial, así que me gustaba.
Me preguntaba dónde estaría
ahora y qué estaría haciendo.
Yo iba a cumplir diecinueve
años, pero en aquella época, ella debía de ser más joven que yo. Para que
tuviera prótesis en los brazos, no era difícil imaginar lo que le había ocurrido
en aquella época, cuando la guerra acababa de terminar. Pero, sin duda, su vida
había estado llena de muchos más altibajos que la historia que yo tenía en
mente.
¿No expresaba suficientemente
sus emociones porque llevaba algún tipo de herida en el corazón? Era una
persona tan hermosa, así que ya debía haber conquistado el corazón de alguna
persona maravillosa...
Sacudí la cabeza a diestra y
siniestra. No debía tener sospechas injustas sobre ella. No debía hurgar en
cómo era yo entonces -en la Ann Magnolia de entonces- y mancillarla. Incluso si
sólo fuera yo conmigo misma, no debo hacerlo. Porque todas las alegrías y las
penas de aquella época pertenecían a la antigua yo, que había soportado
aquellos días. Habiéndome convertido en adulta, no debería tener nada que decir
sobre el paisaje mental de mi antiguo yo, como un extraño.
Habiendo crecido, observé mi
tierra, que se extendía sin fin. El aroma de la hierba y las flores que se
mecían suavemente, el parloteo de los pájaros, las nubes que se movían lentamente
en el cielo azul. Tenía la sensación de que estarían aquí, igual que ahora,
durante cien años más.
―No
viene, ¿eh? Vamos a desayunar.
Como el cartero no aparecía,
no tuve más remedio que volver a la mansión.
Últimamente he estado
trabajando en casa. Solía salir y disfrutar del mundo cuando era estudiante,
pero me di cuenta de que, al final, me gustaba estar en mi casa. Tal vez fuera
una cosa de la línea de sangre Magnolia.
En cuanto a mi trabajo en
casa, me dedicaba a la asesoría jurídica. Cuando era pequeña, viví disputas
entre mis propios familiares sobre mí y mis bienes. Ese era el motivo, si es
que tenía que dar alguno.
Mi madre me había dejado un
asesor jurídico de gran talento. Una persona de carácter sobresaliente, que
seguía preocupándose por mí incluso ahora. De pequeña, me destacaba en la
captura de insectos que nunca había visto, pero no tenía los medios para
oponerme a la gente que quería robarme esta tierra de una manera u otra.
Empecé trabajando en el centro
de información jurídica de la ciudad, gracias al asesor jurídico que me había
acogido, y sólo recientemente me independicé. Vivir en la ciudad me hizo darme
cuenta de muchas cosas. Que había mucha gente en este mundo que no estaba
protegida como yo. Y que eso no era algo que esas personas quisieran, sino que
las cosas resultaron así debido al entorno en el que se encontraban.
El ascenso del negocio de la
escritura fantasma tenía un trasfondo similar. A los niños los hacían trabajar
como a los adultos, sin poder ir a la escuela, de modo que cuando crecían y
tenían que firmar algún documento, ni siquiera sabían escribir su propio
nombre.
Personas así, que se habían
criado en entornos donde nadie los ayudaba, no eran una rareza. Había oído que
la tasa de alfabetización estaba aumentando, pero aún tardaría mucho tiempo en
convertirse en algo inusual.
Al igual que con la escritura
fantasma, uno podía convertirse en aliado de alguien a través de la ley. Era
especialmente necesario para los niños que habían sido expulsados como yo y los
jóvenes que estaban a punto de entrar en el mundo de los adultos, creía yo.
Porque podían ganarse un futuro completamente diferente si adquirían
conocimientos.
―La
ley es un arma ―decía mi asesor jurídico.
Yo estaba de acuerdo con eso.
Mi propiedad había sido protegida por esta arma muchas veces. Algunos dirían
que la educación era el arma, pero las situaciones para ponerla en práctica
eran demasiado limitadas. Las armas ejercían su verdadero valor precisamente
cuando había que protegerse de ser víctima de actos injustos o de insultos.
Si era posible, quería ser
alguien que pudiera proteger a los demás. Quería decirle a la gente que no
sabía qué hacer y que se había vuelto incapaz incluso de caminar por sí misma:
"No pasa nada; yo seré tu aliada". Porque quería que alguien hiciera
eso por mí cuando estuviera sola.
La razón por la que elegí la
abogacía tenía su origen en este tipo de pensamiento santurrón.
Como trabajaba desde casa, no
ganaba mucho. Para ser honesta, la gente pensaría que ser una profesional era
un pasatiempo para una señora rica y terrateniente. A mí me parecía bien.
Las personas que venían a
visitarme a este remoto lugar estaban generalmente en situaciones críticas y no
tenían nada. Los que tenían algo iban a la ciudad. Iban a la ciudad, inclinaban
la cabeza ante algún personaje famoso, se les servía una buena marca de té... y
mantenían una elegante conversación mientras lo bebían.
Si podía, quería acercarme a
la gente, como ella. Como la Auto-Memories Doll que me dijo aquel día que
estaba bien llorar. Aunque sea por autosatisfacción.
Hablando de eso, pensé
mientras miraba el calendario. Hoy es mi cumpleaños, así que tengo la intención
de esperar al cartero todo el día y no he programado ninguna cita, pero mañana
viene un cliente. Debería limpiar la sala de recepción al menos un poco.
"Hola, Ann. Es tu
cumpleaños, así que ¿qué tal si sales con tus amigos y comes con ellos?"
Tenía que barrer el suelo,
quitar la basura de la alfombra y quitar el polvo de los muebles.
"Incluso basta con comer
algo sabroso, Ann".
Cierto, debería hornear
algunos dulces para servir al cliente mañana. También podría servir para
celebrar mi cumpleaños.
"Ann, ¿no te sientes
sola?"
Si estaba segura, esa persona
habría comido con fruición los dulces que horneé cuando nos conocimos. Era muy
goloso.
Al recordar la figura de aquel
joven empresario comiendo, con aspecto avergonzado y encantado, una sonrisa
afloró de forma natural. De las personas con las que me relacionaba en ese
momento, quizá fuera el que más esperaba su visita. Pensaba que los hombres
eran criaturas ceñudas y hurañas, pero él era adorable.
Me remangué las mangas
diciendo "de acuerdo" y me dirigí a la cocina.
―Entrega.
Cuando sonó el timbre de la
puerta principal y se oyó la voz de un visitante, arrojé frenéticamente mi
tazón y mi batidora y corrí. Esto es lo que pasa cuando te distraes haciendo
dulces durante una hora. Estaba cubierta de harina y con un aspecto impropio,
pero no había forma de evitarlo.
―Sí,
ya voy.
Abrí la puerta con mucho ánimo
y, de pie, había un cartero con el uniforme de la oficina de correos de la
ciudad, que ya conocía. Estaba lo suficientemente decepcionado como para que
incluso yo misma pensara que era un poco infantil por mi parte. El otro no vio
mi expresión facial mientras solicitaba mi firma para la entrega urgente sin
mirarme, pero acabé teniendo una actitud descortés.
--No es la empresa de correos
CH.
Los mensajes de cumpleaños de
mi madre los custodiaba la Compañía Postal CH, una empresa de correos que tenía
su oficina principal en Leiden, la capital de Leidenschaftlich, una nación
militar del sur. Por lo tanto, si venía una compañía diferente, entonces el
correo no era de mi madre.
―Muchas
gracias.
Recibí tres paquetes. Uno era
un reloj de mesa de mi asesor jurídico. Los otros eran accesorios y un chal que
estaban de moda en la ciudad de mis amigos.
Había gente que se casaba y
tenía hijos al cumplir los diecinueve años. Todas mis amigas más cercanas se
habían apresurado a casarse. En el fondo de mi mente coexistían tanto mi
opinión de que recluirse en sus casas era un desperdicio en esta época de
mujeres profesionales, como mi envidia por el hecho de que hubieran encontrado
pareja en una etapa temprana de sus vidas.
"No tienes que
apresurarte; si no quieres hacerlo, no tienes que hacerlo".
Habiendo perdido a mi madre,
con esta vasta tierra y esta mansión de exterior excesivamente elegante en mi
poder... no podía pensar que tener una familia no sería algo bueno.
-Familia... familia...
familia, ¿eh?
¿Quería una familia? ¿De
verdad? Esas genuinas preguntas surgieron en mi mente primero.
Dar la bienvenida a una
familia significaría dar la bienvenida a la vida de esa persona. Era una
elección extremadamente pesada. "En la salud y en la enfermedad",
decía la gente alegremente. Yo creía que, en realidad, eran pocas las personas
que lo entendían bien.
Mis amigas que se casaron. La
gente que paseaba por la ciudad. Las personas que amaban y los miembros de la
familia de todo el mundo, todos. ¿Lo entendían todos de verdad? Sólo miraban el
lado feliz, ¿podrían soportarlo cuando les llegara un escenario triste? ¿No
acabarían pensando que no amar a la otra persona habría sido mejor?
"Los seres humanos son
criaturas que aman a los demás en busca de la felicidad, Ann".
En mi experiencia, ya que
había despedido a la persona más importante para mí, la verdad es que no quería
volver a pasar por ello. Que me dijeran que lo hiciera una vez más era
demasiado duro. Incluso veinte años después, las cosas dolorosas serían
dolorosas.
Devolví mi conciencia a la
realidad.
Cintas de colores, envoltorios
extravagantes y regalos maravillosos. Mientras mi disposición social se detenía
un poco, esas personas eran insustituibles para mí. Tenía que escribir notas de
agradecimiento de inmediato. Para este tipo de cosas, cuanto más rápido, mejor.
Porque transmitía sinceridad.
Debía volver a mi habitación y
buscar el material de papelería y los sobres. Seguramente estaban en algún
lugar.
"Ann".
-Ah, pero ¿era una papelería
bonita?
Tal vez debería elegir una
diferente, acorde con estos maravillosos regalos.
"Ann, escucha".
Seguramente eran artículos que
tardaban en ser elegidos, así que debería responder a los sentimientos de la
otra persona de la misma manera. Había muchas cosas que vigilar aquí. Tenía que
hacerlo rápido. Tenía que hacerlo pronto.
"Por favor,
escucha".
Nadie más iba a hacerlo; era
yo quien tenía que hacerlo. No importaba, tenía que hacerlo. Tenía que saborear
la alegría y la tristeza yo sola y terminar rápido. Porque estaba sola.
Deprisa. Tenía que darme prisa y hacerlo.
Sin embargo, no podía moverme.
"Ann".
Estaba en plena elaboración de
dulces, y escribir notas de agradecimiento requería cierta preparación. Sobre
todo, no podía calmarme hasta que llegara la carta de mi madre.
Dando varias razones, me
inventé varias excusas para no moverme.
"Ann... está bien".
De repente me sentí agotada.
Todo se convirtió en una molestia. Aunque tenía las manos cubiertas de harina y
seguía llevando un delantal, me tumbé en el sofá, me puse en posición fetal y
me acurruqué.
Aunque había recibido regalos
tan maravillosos, el sentimiento de felicidad no duró. Aunque era algo por lo
que estar agradecida hasta el punto de poder estar de buen humor todo el día,
el sentimiento de felicidad no duró. No duró.
"Ann, está bien".
Hoy era ese tipo de día.
"Ann, no te fuerces; lo
siento."
-Lo siento.
"Lo siento..."
--lo siento.
"Ann, lo siento..."
Para mí, mi cumpleaños era...
"...por dejarte atrás
cuando eras tan pequeña."
...no era mi día. Era el de mi
madre.
-Mamá. ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué, mamá? ¿Por qué murió antes que las madres de los otros niños? ¿Qué es
lo que salió mal? ¿El hecho de que yo haya nacido se convirtió en una carga
para ti? Si es así, entonces no debería haber nacido.
Te quería, mamá. ¿Lo sabías?
Te quería mucho, mucho. ¿Cansada de escuchar esto? Pero no lo sabías, ¿verdad?
Incluso si lo sabías, probablemente no entendías cuánto te quería. Estoy segura
de que no tenías ni idea de cuánto.
Cuando me di cuenta, pasé más
tiempo viéndote en una tumba que de otra manera. Pero estás en todas partes en
nuestra casa. En el sofá en el que te sentabas a menudo. En la música que
disfrutabas. En la cama que aún huele a ti. En mí misma, que cada día me
parezco más a ti.
Mamá, mamá, mamá: me sigues
recordando lo mucho que te quería. Cuando era pequeña, eras el mundo mismo.
Mamá. Me querías. Lo sé. Pero
yo también te quería. Yo era la que... Yo era... Yo era... Yo era la que...
Aah, mamá. Mamá, hay tantas
cosas que quiero decirte. Pero si puedo decirlo, sólo hay una cosa.
Mamá, te moriste sin saber lo
mucho que te quería, ¿verdad?
Te quise mucho más de lo que
podías imaginar. Sufrí mucho, mucho, cuando moriste. Lo suficiente como para no
poder respirar.
La gente suele decir que el
tiempo cura todas las heridas. Pero realmente odio ese dicho. En lugar de que
las cosas se solucionen, nos olvidamos de ellas, ¿no? Las voces de la gente, las
expresiones faciales, los gestos... olvidamos este tipo de cosas. Sin embargo,
las recuerdo en momentos inesperados. Como, "Oh, sí, a mamá le gustaba
esto". "Oh, sí, mamá solía odiar eso". Y entonces me culpo con
vehemencia por haberlas olvidado. Como, "¿Cómo pudiste olvidarlo? Ella era
todo tu mundo". Como, "¿Cómo pudiste olvidarte? Ella era tu única
familia". El bucle de agonía no tiene fin.
Te adoraba, mamá. Te quería.
Te quería, así que por todo el amor que te tenía, se siente como si mi corazón
se fuera a romper. Siento que mi corazón se romperá cada vez que llega mi
cumpleaños. Se siente como si se fuera a romper. Es doloroso y no hay forma de
evitarlo.
Las lágrimas resbalan por mis
mejillas mientras me tumbo de lado. Tenía tantas ganas de que llegara el día de
hoy que no sabía qué hacer conmigo misma y, sin embargo, acabé llorando de
nuevo este año. Habría sido genial si hubiera podido recibirlo con una sonrisa.
Un cumpleaños es un día
especial.
Para el resto del mundo no es
nada, es un día normal, pero para mí es especial. Porque... Porque es un día en
el que podía sentir que mamá volvía a mí. Lo esperaba con tanta ilusión que no
podía evitarlo, pero al mismo tiempo, también estaba impotentemente triste.
Porque sentía la ausencia de mi madre más que nada. Porque la verdad de que
ella no estaba aquí se me imponía.
El destino me habló. O eso o
Dios lo hizo. "Oye, tu madre ya está muerta. ¿Cuánto tiempo vas a estar
llorando? Levántate. Si estás viva, levántate".
Como el mundo era tan
despiadado, lo único que pude hacer fue asentir a esas palabras y decir:
―Sí,
sí, cierto.
Al confiar mi cuerpo a la
agitación, pude permanecer como alguien que podía valerse por sí misma, tal
como querían el Destino y Dios. Normalmente no sentía la soledad. No lloraba.
Después de todo, ya habían pasado doce años. Era raro llorar así sin parar. Era
raro, ¿verdad? Ya no era una niña. No debería llorar demasiado. Eso me
convertiría en una mala chica. Una niña no era adecuada para ser la jefa de
familia de la casa Magnolia. Tenía que convertirme en una persona de la que mi
madre pudiera estar orgullosa desde ese retrato.
¿No era eso cierto? No podía
demostrar el valor de mi existencia haciendo otra cosa.
Pero en este día en el que era
consciente de que mi madre me quería, no era bueno. Nada bueno. Me convertiría
en un desastre. La Ann Magnolia de siete años volvía a mí. Ella lo diría todo.
Acabaría diciéndolo todo. Siempre, siempre, siempre. Ella diría lo que yo me
contenía de decir.
―Me
siento sola ―es decir.
Tenía tantas formas de pasar
mi cumpleaños como cumpleaños tenía. Seguramente, había millones de personas en
el mundo que cumplían años hoy. ¿Cómo lo pasaban todos ellos? ¿Lo pasaban de
forma satisfactoria? Seguro que también había gente que vivía su vida sin saber
cuándo era su cumpleaños o que se olvidaba de él.
Así que no me sentía
miserable. Tampoco me comparaba con ellos. No era eso. Porque seguro que había
gente en algún lugar del mundo que se sentía tan sola como yo.
Había otra cosa que aprendí
durante el tiempo que trabajé en la ciudad. Que la soledad no es algo que sólo
tenga yo. Mucha gente venía al bufete a pedir consejo sobre sus problemas. Todo
el mundo estaba agobiado por sus propios problemas. Y todos se sentían un poco
solos en algún aspecto. No era sólo yo, así que no me sentía sola.
Aquella persona también, y
aquella otra, y aquella otra. Todos estaban tristes de una manera u otra.
―Tengo
que levantarme.
Había dejado de hacer lo que
hacía por accidente: dejar de lanzarme a un mar de tristeza. El mar de tristeza
en mi cabeza era una verdadera molestia, aunque también era cómodo, ya que
envolvía mi cuerpo en suaves olas de autocompasión. Pero no debía ir demasiado
lejos. Si no, no podría volver a ponerme en pie. No era que la comida y los
dulces se materializaran a partir de mi tristeza.
Conté las cosas que tenía que
hacer. Hornear dulces. Limpiar. Tenía varios delantales rotos, que volvería a
convertir en trapos. Y entonces... Y entonces...
―Madam
Magnolia, ¿está usted en casa?
Un suceso de la vida real me
sacó inmediatamente de mi ensoñación. Corrí hacia la puerta principal, de donde
provenía la voz. Al abrir la puerta con mucho vigor mientras hacía ruidos
impropios de pies pesados, me encontré con dos visitantes.
―¿Hum?
Uno de ellos era... Aah, lo
estaba esperando. Era un cartero que llevaba el uniforme de la Compañía Postal
CH. Llevaba bajo el brazo una carta y un paquete con lo que seguramente era el
regalo que mi madre había dispuesto para hoy.
―Ah,
disculpe. Por favor, pase primero.
El otro era el cliente que
había reservado una cita para mañana. Un joven empresario extraviado. Su ropa,
finamente confeccionada, era fácil de reconocer como algo no hecho por encargo
y que no le gustaba pero que llevaba a pesar de todo.
¿Se había equivocado en el día
de la cita?
―Erm,
entonces...
Los dos se encontraron en la
puerta de entrada y ambos tenían algún asunto que tratar conmigo, así que
probablemente se estaban concediendo el turno. Una vez concedido, el cartero de
la Compañía Postal CH se puso delante de mí, entregándome amablemente la carta
y el regalo con un semblante ligeramente tenso.
―Esta
es la Compañía Postal CH. He venido a traer su entrega... Puede que ya esté
cansada de oír este mensaje vocal tantas veces, pero feliz cumpleaños también
este año, Madam Magnolia.
Era un cartero que nunca había
visto antes. Era una persona diferente a la del año pasado.
―C-Cansada,
dices... De ninguna manera lo estaría.
Aun así, el hecho de que
dijera estas líneas significaba que las demandas encargadas por mi madre
estaban siendo debidamente guardadas y protegidas por esa empresa. Eso era
todo.
―Muchas
gracias. Por todos los años, de verdad... de verdad. Por favor, dígaselo
también a su presidente.
―¡Si!
Nuestro presidente es el tipo de persona que se pone muy contento ante las
aportaciones de los clientes, ¡así que me aseguraré de decírselo!
Nunca había conocido al
presidente de la Compañía Postal CH, pero para que alguien tan joven hablara de
él de una manera tan familiar, tenía que ser una persona maravillosa.
―Lo
acepto.
Firmé el documento de
aceptación. El cartero se rio, como si se sintiera aliviado. También aliviada,
por fin le miré seriamente. Era un cartero muy joven. Quizá de la misma
generación que yo. El chico pecoso parecía aún más joven cuando se reía.
―Me he
hecho cargo de ello este año. Es una zona muy grande, así que acabé perdiéndome
un poco... La he hecho esperar mucho, ¿no?
―Eh,
no, no.
―Pero
vino corriendo como si lo esperara con ansias.
―Sí.
Recordando las caras de
sorpresa de los dos jóvenes en el momento en que había abierto la puerta,
temblé de vergüenza. Se suponía que debía comportarme con elegancia y belleza
como cabeza de la familia Magnolia. Sin embargo, estaba cubierta de harina,
tenía el pelo revuelto porque había estado acostada y me había presentado con
unos pasos que parecían los de un hombre grande.
Tocándome las mejillas, que
seguramente se estaban poniendo rojas, dije:
―Me
disculpo por mostrarle una imagen bochornosa... Pase lo que pase, siempre acabo
inquieta en este día.
―En
absoluto. Soy yo quien se disculpa por llegar tarde. Ya he memorizado perfectamente
el camino, así que por favor, tráteme bien también el próximo año ―El cartero
se inclinó diciendo―: bien, entonces ―y corrió hacia una moto estacionada.
Tras despedirlo, dirigí mi
mirada al otro visitante que me esperaba. También él miró lentamente hacia mí.
―Hola.
El sol de la mañana había
desaparecido, siendo sustituido por una deslumbrante luz de mediodía. Parecía
que había pasado bastante tiempo mientras yo estaba enfurruñada en el sofá. Con
una estación de frescos colores verdes como fondo, se suponía que era un cuerpo
extraño para mí... y para este mundo mío, y sin embargo se mezclaba
terriblemente bien en él.
―Hola
―Mi voz sonó un poco chillona―. ¿No tengo harina en la cara?
Al decir esto mientras me
frotaba las mejillas con la manga de mi vestido, él sacó un pañuelo de su
chaqueta y me lo entregó.
Sin importarle que me pusiera
rígida por el susto, dijo con actitud seria:
―La
hay, aquí mismo.
―Ah,
muy bien.
―Y
aquí también.
―Lo
siento. Estaba haciendo dulces...
Limpiándome con el pañuelo pulcramente
doblado, casi parecía que había vuelto a ser una niña. Era la segunda vez hoy
que mis mejillas se teñían de rojo.
―Bueno,
¿qué pasa...?
―Aah,
eso es. Estaba cerca y... hum, me enteré por el señor Robert, el que me la
presentó, que hoy es su cumpleaños, así que... aunque sea presuntuoso por mi
parte, estaba pensando en celebrarlo...
Robert era el asesor jurídico
que me había protegido desde mi infancia. Ahora que lo mencionó, recordé que me
lo había presentado Robert. El presupuesto no era compatible con el caso, así
que me lo habían pasado a mí.
--¿Cerca?
Encontrando un punto extraño
en una parte de su historia, dije tímidamente:
―Toda
esta zona... es mi tierra... ¿Tenía negocios cerca de aquí?
Silencio.
―¿También
se ve con el Sr. Robert aunque trabaje conmigo...?
Levantó una mano en mi
dirección como pidiéndome que esperara y apartó la cara, pareciendo
avergonzado. ¿Dije algo malo?
―Me
retracto.
―De
acuerdo.
―Mentí...
quería, hum, pasar tiempo con usted de alguna manera...
―Haah...
Tal vez incapaz de mirarme a
los ojos, mantuvo el rostro desviado y continuó hablando:
―El
señor Robert es un amigo de la hora del té de un café que ya frecuentaba... Me
la presentó como un favor... Y me enteré por él el otro día que hoy es su
cumpleaños. Además, no vine por casualidad por aquí. Es imposible venir aquí
sin un coche o un carruaje. No tengo mucho dinero, así que terminé caminando
hasta aquí. Pero no fue una casualidad; vine aquí porque tenía un objetivo.
Cuando le pregunté:
―¿Cuál
es el objetivo? ―dio la vuelta a la palma de la mano que me decía que esperara
y me la mostró.
―Eso
"es usted".
Me quedé perpleja. Este tipo
de cosas no me habían ocurrido muy a menudo en mi vida. Cuando ocurría, solía
ser gente que pretendía mi fortuna, así que me pregunté vagamente si era igual
que ellos.
―¿Quiere
entrar? Si es sólo para beber té juntos, entonces...
En cualquier caso, como jefa
de la familia Magnolia, tenía que agasajar al invitado. Después de que este
pensamiento se abriera paso en mí, sonó una alarma en mi cabeza de que él
podría considerar esto como una invitación. Esa no era mi intención, así que
¿qué debía hacer si él creía que lo era?
--¿Qué me pasa? No sé si estoy
feliz o asustada.
Mis latidos eran tan fuertes.
Mis mejillas estaban tan calientes que parecía que se estaban quemando.
-De todos modos, tengo que
decir algo.
―Hum.
Cuando dudé en hablar, sacudió
la cabeza.
―Ah,
no. Tendré que venir de nuevo mañana, así que me voy a casa. Ya cumplí mi
objetivo.
―¿De
verdad? ―Estaba un poco fuera de tono. Un poco - muy aliviada.
Lo observé mientras él no
intentaba mirarme ni un poco. Le temblaban las manos. Aunque daba una impresión
despreocupada, era el tipo de persona que no podía ocultar lo que llevaba
dentro.
―En
realidad sólo vine porque quería desearle feliz cumpleaños. Justo antes de
venir, dudé mucho sobre si venir hoy o no... Tampoco tengo... ningún regalo
digno de una dama como usted, así que quería al menos decir estas palabras.
Esa frase sorprendió aún más a
mi ya aturdida persona. "Al menos estas palabras", dijo. ¿Había
alguna palabra que pudiera hacer más evidente su buena voluntad?
―Lo
siento. Debería haber arreglado al menos algo para usted, ¿no? Realmente, un
hombre sin dinero como yo apareciendo de repente... Lo siento...
―No,
no quiero tanto las cosas materiales... prefiero esta sensación de... querer
celebrar porque es mi cumpleaños... mucho más...
Las palabras se cortaron a
mitad de camino. ¿Qué me pasó? Ahora mismo, el dolor y la alegría me apretaban
el pecho con fuerza. Era asfixiante.
El amor fácilmente perceptible
de esta persona frente a mí, así como su amabilidad, su sinceridad y todas
estas otras cosas tiernas y cálidas estaban apareciendo en las partes
solitarias de mí y haciendo que me sintiera mareada.
"Ann, ¿puedes
oírme?"
Tenía que recuperar la
cordura; seguramente mañana volvería a estar sobria. No debería abrir mi
corazón tan fácilmente ahora.
"Ann, por favor,
escucha".
Porque el mundo es cruel.
Aunque me enamorara de él, seguro que ocurrirán cosas tristes.
"¿De acuerdo? Si me
escuchas..."
Podría ser un amor calculado;
podría estar fingiendo y ser en realidad una persona horrible.
No, tenía que preguntármelo.
Era cierto que había venido hasta aquí a pie. Después de todo, sus zapatos
estaban sucios por el barro. Había hierba pegada como si hubiera pasado por un
sendero de animales.
"Si estás escuchando,
aférrate a él".
Aah, mamá. A partir de ahora,
seguramente seguiré interrogándote una y otra vez en momentos como éste.
Haciéndote preguntas en mi mente. "Mamá, ¿es esto correcto? ¿Es este el
camino correcto?", te preguntaré. Porque tú eras la única que me dio amor
sin segundas intenciones. Así que, por favor, dame una respuesta.
"Cree en ti misma, Ann.
No tengas miedo al amor".
Estaba segura de que la visión
de mi madre me había susurrado esto.
Extendí la mano. Extendí la
mano y agarré el dobladillo de su chaqueta.
―Ahora
voy a hacer dulces. Hoy es mi cumpleaños, pero no tengo ningún plan, así que si
quiere, ¿por qué no comemos juntos los dulces horneados fuera? No necesito
nada. Si me va a regalar algo, entonces quiero un poco de tiempo para que
celebremos mi cumpleaños juntos ―le dije.
―Gracias
―No fue poco amable con mi mano cubierta de harina de trigo, agarrándola
mientras su cara se ponía roja―. Eso sería genial ―dijo tres veces o más. La
frase "Me gustan los alimentos dulces" la dijo probablemente cinco
veces.
A mí... me hizo tanta gracia
que me reí.
Ese día fue especial para mí,
pero para el resto del mundo no fue así. Pero me esforcé un poco. Intenté
hacerlo especial yo sola. A partir de ese momento, seguiría haciéndolo con toda
seguridad. Lo haría. Estaba sola en esta mansión. Pero yo era la chica más
especial del mundo para cierta persona. Estaba bien darse un capricho al menos
en mi cumpleaños. Lo pensé una vez más al leer la carta de mi madre más tarde.
Ann, felicidades por tu
decimonoveno cumpleaños. No puedo imaginar cómo te va a los diecinueve años.
Realmente me pregunto cómo te va.
¿Estás bien? ¿No estás pasando
hambre?
Me pregunto si te has
convertido en una maravillosa dama. Aah, quiero verlo. Realmente quiero verlo.
No tienes ni idea de lo mucho
que te quiero, ¿verdad?
Verás, mamá ama a la joven de
diecinueve años que eres. Te amaré incluso cuando cumplas cien años.
No puedo decírtelo cara a
cara, así que lo escribo debidamente aquí.
Te quiero.
No importa lo que digan, te
quiero. Tienes derecho a ser amada.
Mi Ann, sé libre.
Mi Ann, ríe con alegría.
Mi Ann, sé feliz.
Mi Ann.
No tengas miedo al amor.
-De mamá
"No existe una carta que no deba ser entregada, Milady".
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Gracias como siempre por su trabajo de traducción, esperaré con ansias los demás
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