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DIETFRIED BOUGAINVILLEA SI
La esperanza de la bestia -
Dietfried Bougainvillea - era ese tipo de persona.
Usaba un lenguaje abusivo y
tenía una actitud arrogante hacia los extraños. Su espíritu era como la hoja de
una espada desenvainada. Había elementos adorables en él, pero tenía una
torpeza que lo hacía arruinarlo todo él solo.
La bestia había encontrado a
este hombre. Estas dos almas terriblemente ineptas no se llevaban bien, pero
habían conseguido acercarse entre sí.
Como luchar era lo único que
la bestia sabía hacer bien, había hundido en el mar a muchos de los enemigos
del hombre. El hombre concedió entonces a la bestia el estilo de vida de una
persona y se convirtió en su guardián. Aunque los dos nunca hicieron ningún
trato, así era como funcionaban.
Mientras tanto, algo que
podría considerarse "sentimientos" comenzó a brotar en el interior
del despiadado hombre. Algo peligroso que debilitaba a quien los tenía.
Esta emoción era innecesaria.
Tenía que desecharla. Lo mejor era mantenerse alejado de la bestia.
O eso pensaba el hombre, pero
la bestia se negaba. ¿Podría separarse de ella o no?
La bestia y el hombre se enfrentaron
intensamente en ese momento, pero al final, el hombre cedió. Se volvió incapaz
de soltar a la bestia, que le imploraba que no la dejara sola. Resignado por no
haberla desechado cuando debía, el hombre decidió convertir a la bestia en un
ser humano.
¿Qué hacía falta para que una persona se convirtiera en humana?
El barco estaba en llamas.
Las chispas se esparcían por
el océano en medio de la oscuridad. Los rugidos furiosos de los hombres de la
Marina que salvaguardaban los mares resonaban, ahogados por las olas. Impropios
de una noche tan hermosa, sus gritos se dispersaron por los reverberantes
sonidos de las explosiones, fundiéndose en el mar.
En las batallas navales, a
diferencia de las terrestres, los escombros apenas se veían a simple vista.
―¡LISTOS
PARA DISPARAR!
Después de todo, las olas
arrasaban con todo. El pánico, la tristeza, las personas que una vez estuvieron
allí e incluso el tiempo mismo no eran más que asuntos triviales para las
grandes profundidades.
El mar lo borraba todo. Todo
hasta su propio fondo.
Así de abismal y fría podía
ser esa cosa llamada océano: se lo tragaba todo.
―¡NO
VACILEN! ¡DISPAREN, DISPAREN!
La Guerra Continental se
intensificaba. Los soldados se veían obligados a luchar no sólo en tierra, sino
también en el mar.
―¡VA A
SACUDIR EL CASCO! ¡PREPÁRENSE!
―¡NO
SE QUEDEN SIN DECIR NADA; SI NO QUIEREN MORIR, MUÉVANSE!
―¡¡¡COMIENCEN
A DISPARAR!!!
Los buques de guerra de
Leidenschaftlich - el orgullo de la nación militar - estaban bajo un intenso
fuego de los buques de guerra del bando enemigo.
―¡EL
ENEMIGO ESTÁ DISPARANDO!
Si nos guiamos por meras
suposiciones, Leidenschaftlich acabaría obteniendo la amarga victoria de esta
batalla naval y el buque de guerra que estaba ardiendo en ese momento llegaría
sano y salvo a la capital, Leiden, pero esta no era la parte de la historia que
debe contarse.
―¡PREPÁRENSE
PARA EL IMPACTO!
Lo que debe contarse en esta
historia es que un hombre no había sido capaz de pronunciar el nombre de una
chica, que había sido arrinconada en medio de una situación tan crítica.
En medio de la extremadamente
turbulenta batalla naval, el capitán de navío Dietfried Bougainvillea buscaba
desesperadamente con la mirada a su propiedad, una chica soldado. Al borde de
su campo de visión, el ataque del buque de guerra enemigo era inminente.
-¡Con lo ligera que es, se
caerá de la cubierta por el impacto de los bombardeos!
Efectivamente, Dietfried
divisó su cuerpo flotando ligeramente en el aire en el corazón de la nave en
llamas.
Entonces, un grito inaudible
se escapó de su garganta. Por supuesto que lo haría. Lo que quería gritar -su
"nombre"- era algo que no existía. Después de todo, él siempre la
había llamado "tú".
―Algún
día le pondré un nombre. ¿Debo elegir uno ahora? No, puedo hacerlo más tarde.
Mientras pensaba esas cosas,
acabó llegando a este punto sin nombrarla nunca.
--Eres mi... ¿Mi qué? Eres
mi...
¿Su herramienta? ¿Su monstruo?
--Eres mi...
Sus pensamientos no guiaron
bien las palabras y sólo el pavor de perderla siguió proliferando. Al final, la
chica arrojada al mar alcanzó a ver los ojos esmeralda de Dietfried. Ninguno
era profesional de la comunicación, pero Dietfried sin duda sintió que la chica
dijo algo en ese momento.
Algo así como: "No me
importa que me abandones".
Así que Dietfried echó a
correr. "No me jodas", quiso decirle.
―¡Agárrate!
Cuando estaba a punto de caer,
la muchacha agarró por reflejo la mano tendida hacia ella, y Dietfried estuvo a
punto de caer al oscuro mar con ella, pero esta vez, uno de sus subordinados lo
sujetó por las caderas, con lo que de algún modo pudo mantenerse firme.
Aunque la soldado solía ser
capaz de matar a varios enemigos como un demonio, su cuerpo era demasiado
delgado y ligero. Al abrazarla, Dietfried fue incapaz de moverse durante unas
decenas de segundos por el exceso de miedo.
―Hah,
hah...
El miedo a perder esta
"herramienta" le producía temblores.
Tenía que levantarse. La
guerra todavía no había terminado. Para no perder a esta chica ni a sí mismo,
Dietfried, el comandante, debía tomar la iniciativa. Sin embargo, su cuerpo no
podía moverse lo suficientemente rápido.
―Capitán.
Los dos se miraron una vez
más. Esta vez, los ojos de ella decían: "No me deje ir". A pesar de
que ella había elegido la muerte justo antes, simple y llanamente.
Su egoísmo desmedido provocó
en Dietfried un intenso deseo de matarla, pero en contra de sus pensamientos,
la abrazó con fuerza. Sus latidos se fundieron.
Esto se convirtió en un punto
de inflexión para él y para ella.
Sin embargo, a partir de ese
momento, Dietfried tardó años en hacer uso de este punto de inflexión. Mientras
tanto, la Gran Guerra, también llamada Guerra Continental, mostró un rápido
desarrollo y estaba llegando a su fin.
La peculiar existencia de esta
chica soldado se convirtió en un recuerdo borroso después de la guerra, pero
como siempre, Dietfried continuó dándole misiones como su herramienta.
Dietfried explicaba a los que le rodeaban que esto se debía a que no había
tenido tiempo de tomar una decisión en medio del ajetreo del proceso de
posguerra, pero en realidad, la opción de dejarla marchar ni siquiera se le
había pasado por la cabeza. Ya era un hecho que los dos actuaban juntos, fueran
donde fueran o hicieran lo que hicieran.
Al haber ganado tiempo libre
viviendo lejos del campo de batalla, la muchacha había cultivado habilidades
lingüísticas, aprendido educación general y comenzado a estudiar tácticas
militares, convirtiéndose en poco tiempo en una secretaria competente.
―Capitán,
la mansión de la que nos habló ya estaba cedida. Tenemos dos o tres opciones
más, pero la luz del sol de la tarde que tanto le preocupa es pobre en ellas,
por lo que creo que son inadecuadas. El presupuesto es abundante, así que quizá
lo mejor sea simplemente construir una.
―A ti,
¿quién te metió esa idea en la cabeza?
Como era de esperar, ella, que
ya no podía considerarse una simple soldado, aún carecía de nombre.
Los dos mantenían en ese
momento una conversación sentados en una cama del dormitorio de la Marina. Era
por la mañana, y como Dietfried no estaba listo, la muchacha le peinaba
diligentemente.
―Lord
Gilbert dijo que quiere poner a su disposición unas tierras propiedad de los
Bougainvillea. Y lord Hodgins dijo que puede presentarle a un buen arquitecto
de Leiden.
―¿Me
estás diciendo que consiga un terreno que es propiedad de mi hermano menor?
Su especialidad era anudar las
trenzas con rapidez hecha por sus suaves y pálidos dedos con una cinta como
toque final. Una vez decidido el peinado, terminarlo era fácil. Con paso firme,
la muchacha preparó a Dietfried para el día.
―Según
Lord Gilbert, Capitán, ha abandonado la totalidad de su herencia familiar a
estas alturas, así que él quería que usted tuviera al menos esto.
―¿Tu
'Lord Gilbert'?
―Su
Lord Gilbert.
―¿Y
qué le dijiste?
―Que
lo más probable es que lo hiciera enojar.
Silencio.
―Sin
embargo, Lord Gilbert insistió, de ahí que me presente ante usted.
Dietfried fulminó con la
mirada a la muchacha. Ya llevaban un buen número de años juntos, así que el hecho
de que ella le dijera que le habían hecho tal propuesta era un error en sí
mismo. Ella también lo sabía. Aun así, sacó el tema. Los ojos de Dietfried le
preguntaban "por qué".
―¿Qué
vas a hacer por mí ahora que estoy enfadado tal y como habías predicho?
―Hoy
ya tengo asegurado un vino que estará en stock en una tienda de la ciudad. Iré
a recogerlo más tarde. Es el que me dijo durante la guerra que 'quería beberlo
pero no lo encontraba'.
Silencio.
―Al
parecer, por fin ha empezado a circular. Además, he descubierto quién era el
autor del cuadro que estaba mirando el otro día. Ya falleció, pero por lo visto
su desconsolada familia conserva sus obras, así que será posible mostrárselas
en nuestro próximo día libre.
Tras ponerse la chaqueta,
Dietfried se dio la vuelta y miró a la chica. No hablaba con tono de
irritación, sino de mal humor:
―Eh,
tú, no vayas a pedir permiso para un día libre cuando yo podría decir que no
voy.
―Pero
capitán, usted dijo que estaba desolado por la pérdida de tantas obras de arte
durante la guerra. Nunca adquirió ninguna obra del artista que le gustaba,
¿verdad? La desconsolada familia parece vivir en la pobreza. Dijeron antes que,
en lugar de que alguien comprara las obras con unas pocas frases, era mejor que
las tuviera alguien con un sentido estético incuestionable, por el bien de las
generaciones futuras...
La chica tenía la boca cerrada
en ese momento. Después de todo, Dietfried le había apretado los extremos de la
trenza contra los labios sin decir nada. Hacía tiempo que había olvidado qué
había provocado aquello, pero Dietfried lo hacía cada vez que le decía
"cállate". También podía considerarse un pequeño juego entre ellos.
Los ojos de la chica, de un
azul más vivo que el del mar, parpadearon lentamente mientras miraban fijamente
a Dietfried.
―Muy
bien, eso es. Silencio.
Silencio.
―No
necesito la tierra de las Bougainvillea. De todas formas, vas a volver a ver a
Gil, ¿no? Entonces dile cara a cara que no diga eso nunca más. Si es posible,
compraré ese vino cada vez que llegue a la tienda, así que ve a negociar con el
dueño para hacer una compra regular a nombre de Dietfried Bougainvillea... En
cuanto a nuestro próximo día libre...
Silencio.
―¿Dónde
vive esa familia desconsolada?
Silencio.
―Dímelo.
La chica señaló en silencio la
trenza que aún tenía apretada contra los labios.
―En
Lontano. Está dentro del territorio nacional, así que podemos ir y volver en el
mismo día. En cuanto al transporte...
―Iré
con mi coche nuevo. Además, no te olvides de preguntarle al tendero de Canaria
Taylor si la chaqueta y los pantalones que encargué están listos. Si lo están,
iré allí mañana para hacer los últimos ajustes. Me los pondré en mi próxima
escapada. Está claro que vas a venir. No hagas planes con Gilbert.
―Entendido.
Lo tengo todo memorizado.
Cada vez que esta chica lo
decía, resultaba que realmente había memorizado todo exactamente como Dietfried
se lo había dicho. Lo único que Dietfried no discutía con ella era sobre lo que
él decía y no decía.
--En serio, es tan brillante
que da escalofríos.
Eso se debía a que una vez
tuvo experiencias muy desagradables en las que le repetían como un loro sus
propias afirmaciones con una voz peculiar. Era vagamente consciente de ello,
pero este loro -más bien, esta chica- que Dietfried había recogido poseía una
gran inteligencia. Al principio, no sabía hablar correctamente y parecía
incapaz de aprender a leer o escribir, pero debido a que no quería que
Dietfried la desechara, no escatimó esfuerzos, por lo que su desarrollo fue
visible y ahora era un objeto esencial para Dietfried.
―Háblame
luego de su árbol genealógico. No tienes sentido de la belleza para los
regalos, así que lo haré yo.
Los campos en los que
Dietfried podía vencer a esta chica eran de un número limitado. Cuando se
trataba de habilidades de pelea, él, que se estaba debilitando con la edad,
estaba en el mejor de los casos a la par con ella, que podría decirse que
estaba en su mejor momento, pero dependiendo de la situación, sería completamente
derrotado.
―Sí,
no he cultivado conocimientos en esa área ―La chica asintió con prontitud, para
nada empeñada en ganar a Dietfried.
―Porque
tienes cero calidad artística.
―Exacto,
capitán.
Aunque ella era imprescindible
para él, habían llegado a este punto sin que él le diera nombre. Según las
suposiciones de Dietfried, la niña pronto iba a cumplir catorce años.
Confiando a la niña sus
diversas tareas, abandonó el dormitorio y se marchó a trabajar al Ministerio de
Marina.
Dietfried se dirigió a su despacho,
sacando un cuaderno del cajón de su escritorio. Tal vez por haberle dado la
vuelta una y otra vez, las esquinas del cuaderno estaban hechas jirones.
Seguramente era un objeto que solía llevar consigo no después de la guerra,
sino durante el tiempo de trabajo. Tenía escrita su fecha de servicio.
Presintiendo por la quietud de
los pasillos que nadie entraría, Dietfried abrió el cuaderno. En él, desde la
primera hasta la siguiente docena de páginas, había una lista de opciones de
nombres. Desde nombres de chica hasta otros neutros.
Se notaba que no había seguido
llamándola "tú" simplemente por obstinación infructuosa, sino que se
lo estaba pensando bien y todavía no había tomado una decisión.
--Ni idea de cuál le gustaría.
Dietfried era un tipo de perfeccionista
no muy bueno.
Algunas de las opciones
estaban encerradas en círculos, y allí estaban escritas cosas como las razones
por las que dichos nombres eran buenos e incluso el folclore asociado a ellos.
Tal vez el número de personas que harían algo tan meticuloso era escaso incluso
entre los padres que esperaban el nacimiento de un bebé.
--Siento que ninguno de ellos
le encaja.
El resultado de esta negación
repetida era su situación actual. A menos que obtuviera buenos resultados, no
se atrevía a hacérselo saber al otro. Era de esa clase de hombres, y por eso,
una vez que abandonó el hogar familiar, desapareció sin dejar rastro, como si
su paradero se hubiera perdido hace tiempo, pero cuando se convirtió en un
excelente oficial de la marina, la brecha entre él y su familia se había
ensanchado hasta un punto irreversible y su padre había fallecido.
Un perfeccionista
problemático. Ese era Dietfried Bougainvillea.
-¿Debería dejarla elegir?
Dietfried tenía determinación
cuando se trataba de trabajo.
--No, no puedo hacer eso
después de pensarlo tanto. Soy yo quien debe dárselo.
Sin embargo, era un hombre que
no podía hacer las cosas a medias cuando había sentimientos de por medio.
--Debería hacer al menos esto
por ella.
Nunca había hecho nada como es
debido, ni siquiera por su hermano menor, al que más quería en el mundo. No
porque fuera tímido ni nada por el estilo, sino porque era retorcido.
Su entorno familiar había sido
un factor importante para que se convirtiera en ese tipo de persona, pero la
razón por la que aún no le había dado un nombre a la chica bajo su custodia
incluso ahora, años después de su primer encuentro, era quizá el veneno que
llevaba dentro. Siendo como era, a la chica tampoco le importaba que se
refirieran a ella como "tú".
La gente que no era Dietfried
la llamaba "Undine", ya que entre el personal militar se había
extendido la infamia de la "Undine de Leidenschaftlich", famosa por
aplastar barcos enemigos. De hecho, pensaban que era su nombre.
A pesar de decirle que se
diera prisa y decidiera un nombre para ella cada vez que se encontraban, el
hermano menor de Dietfried, Gilbert, y su amigo, Hodgins, también habían
establecido un diálogo con ella llamándola "Undine" y "Pequeña
Undine".
En el ejército se la
consideraba un arma sin nombre registrado, pero a mitad de camino se convirtió
en el "Puño Bougainvillea".
Ni siquiera daba nombre cuando
se relacionaba con el exterior. Cuando se ponía en contacto con la tienda para
pedir vino o con la desconocida familia del artista, por ejemplo, se presentaba
como "secretaria de Dietfried Bougainvillea".
Era una mentira que Dietfried
le había enseñado a decir a las personas con las que no quería relacionarse,
así como a inventar una excusa y mandarlas al carajo. Había llegado al límite
de sus habilidades dominándola.
Al mantener una conversación
despreocupada con ella con su voz de carillón de viento, en el momento en que
la otra persona se encontrara pensando "Ahora que lo pienso, ¿cómo se
llamaba?", la llamada ya habría terminado. La siguiente también terminaría
con un "es la chica secretaría". La chica tampoco tenía amigos ni
pareja, pues Dietfried la trataba como a una de sus imprescindibles.
Ella no se sentía incómoda por
nada de eso. El único que se sentía molesto por su nombre era Dietfried.
Aquel día, aquella vez, en aquel
barco en llamas, Dietfried no tenía nombre para llamarla. Si ella hubiera
muerto entonces, ¿cómo pretendía referirse a ella cuando estuviera de luto?
"Tú". "Mocosa
de mierda". "Ella". "Monstruo". O tal vez "Sin
nombre".
Ninguno de ellos era apropiado
para una vida que había tomado bajo su protección tras decidir que no la
dejaría marchar.
Dietfried se postró sobre su
escritorio y dejó escapar un raro suspiro. Ya era hora de que se decidiera.
Aunque aquello resultara ser
un mal final para él.
Unos diez días más tarde, por
fin pudo ganarse unas vacaciones en las que podía salir con tranquilidad.
Dietfried y la chica se levantaron temprano por la mañana y fueron en coche a
la ciudad llamada Lontano desde
Leidenschaftlich.
Lontano era una ciudad de
arte. Tenía museos, teatros donde se representaban obras y orquestas, y
mercados de libros antiguos. Estaba construida de tal manera que la gente que
disfrutaba con estas cosas se divertía paseando por cualquier parte.
La estructura de la ciudad
consistía en un castillo en su centro y casas agrupadas en sus alrededores. La
casa del artista por el que Dietfried estaba allí se encontraba en las afueras
de la ciudad. Sólo una casa principal en la que, como mucho, sólo podían vivir
dos o tres personas. La residencia no guardaba relación con la ciudad
artística, ésa era la impresión que daba a quienes entraban en ella.
―Antes
atendíamos el castillo del centro de la ciudad. El dueño del castillo ya no
está aquí, así que... desde que se convirtió en una atracción turística, la
ciudad se volvió rara, ya ven.
Quien dijo esto mientras les
daba la bienvenida fue la madre del artista. Dietfried quiso decir algo a las
palabras de la mujer, que calificó de "raro" el exuberante estado
actual de la ciudad, pero se lo guardó. El desarrollo de Lontano había comenzado
en una época moderna, así que desde el punto de vista de una familia que había
residido en la ciudad desde siempre, su forma actual debía de ser una herejía.
Cuando la señora que los
recibió los guio hasta el sótano, por fin pudieron ver las obras de arte. El
sótano, que era sobre todo un almacén, tenía una iluminación escasa y un fuerte
olor. Al parecer, la señora había guardado todas las obras del artista
fallecido, ya que le resultaba demasiado difícil mirarlas.
Antes de que Dietfried se
diera cuenta, estaba diciendo:
―Quiero
llevarme todas las que pueda.
No podía permitir que los
cuadros que tan honda impresión le habían dejado se perdieran en aquel sótano,
y sólo de pensarlo surgía en él un sentimiento. Era la sensación de salvar a
alguien que estaba al borde de la muerte.
Escogió las obras de arte que
quería rescatar en primer lugar y por el momento, y mientras hacía que la
muchacha, a la que había traído para que le sirviera de portaequipajes, las
sujetara, la señora habló con voz débil:
―Capitán
Bougainvillea-
Dietfried hizo todo lo posible
por responder a las palabras que le decían con voz suave:
―No
hace falta que me llame por mi rango, señora.
No era joven, pero tampoco
viejo. La dama bajó la mirada, parecía un poco avergonzada de que alguien como Dietfried,
que rezumaba el sex appeal de un hombre adulto, la llamara "señora".
―Señor
Bougainvillea, no puedo entender qué tiene de bueno... el arte de mi hijo para
usted.
Dietfried pronunció las
palabras exactas que le diría al artista si estuviera allí:
―Aparte
de su técnica y el uso del color, su individualidad única es genial.
―¿Tan
bueno es?
―Soberbio.
Silencio.
La señora aún no parecía
convencida. Al fin y al cabo, la gente decidía sobre la calidad de una obra de
arte basándose en última instancia en sus propias impresiones, gustos y
aversiones, así que quienes afirmaban no entenderla muy bien no eran para nada
malas personas.
Tal vez diera muestras de
comprensión después de muchas explicaciones, pero a Dietfried no le apetecía
tanto. Lo que quería era tiempo para maravillarse con las cosas que le
gustaban, no un momento de interacción con alguien cuyas ideologías eran
diferentes a las suyas.
―Tengo
una conocida en Leiden que es propietaria de un local donde podemos inaugurar
una exposición individual. Puedo presentársela, así que vamos a intentar hablar
con ella sobre el tema. Voy a llevarme las que quiero, pero se las prestaré
como es debido una vez que se celebre la exposición. Si sale bien, las obras de
su hijo durarán para siempre ―dijo Dietfried, ante lo cual el rostro de la
señora se distorsionó―. ¿No le gusta la idea? ―preguntó Dietfried, incapaz de
ignorar su reacción negativa, pues estaba convencido de que a ella le gustaría.
La dama abrió y cerró la boca
una y otra vez, pero, tal vez incapaz de articular bien las palabras,
permaneció en silencio. Dietfried la miró pacientemente como instándola a
decirlas, y así, finalmente, pronunció su siguiente frase:
―¿No
cree que es demasiado tarde?
Las palabras que murmuró a
intervalos resonaron en el sótano con una cualidad de tono vacío.
Estaban haciendo arreglos para
las pertenencias de un difunto. Seguro que eso la emocionaba un poco, pensó
Dietfried, aceptándolo con mucha facilidad.
―No.
Nunca es tarde para hacer lo correcto ―Tras decir esto, Dietfried recordó lo
"correcto" que él mismo aún no había hecho, pero lo dejó en suspenso
y continuó la conversación―: Dejar para la posteridad las obras de su talentoso
hijo es lo correcto. Aún no es tarde para eso.
―Pero
si nunca me interesaron las cosas que hacía ese niño...
Eso era algo impactante para
una madre.
―¿De
verdad está bien que alguien como yo intente dejar el arte de mi hijo para que
prospere a estas alturas...?
Aparentemente, su hijo no
había sido lo que ella aspiraba.
Había deseado un niño alegre
que practicara deportes y trabajara duro, pero en lugar de eso nació como un
erudito introvertido, aficionado a la escritura y la pintura. Desde su punto de
vista de madre, era un niño ligeramente inferior.
Parecía que, al principio,
ella esperaba que se convirtiera en lo que ella quería a pesar de todo, una vez
que creciera. Pero cuanto más lo hacía, más introvertido se volvía su hijo, lo
que creaba una distancia entre él y ella. La señora no entendía el pensamiento
de su hijo y, aunque a éste le gustaba "expresarse", nunca lo hacía
con sus padres.
La señora había renunciado a
su hijo a mitad de camino. "Éste no era el hijo que yo quería". Eso
era todo.
Afortunadamente, tenía otros
hijos, y así, les confió cómo quería que fueran.
Lo más probable es que estos
sentimientos hubieran llegado a su hijo incluso sin que ella dijera nada. Una
vez que su hijo, que para ella era un fracaso, se marchó de casa, rara vez
volvió.
Ella no tenía ni idea de qué
tipo de trabajo tenía. Él declaró con orgullo que hacía arte durante su tiempo
libre entre trabajo y trabajo y que recientemente había empezado a venderlo,
pero como no tenía ningún interés en ello, ella acabó dándole una fría
respuesta. Ése fue el contenido de su última conversación, dijo, y recordó a su
hijo con cara de querer que lo elogiara.
Mientras tanto, la Guerra
Continental se recrudeció y la ciudad donde vivía su hijo fue bombardeada. Ella
lo buscó en su casa destruida y esperó durante días, pero él no regresó. En la
Guerra Continental habían surgido muchas familias así. No era nada fuera de lo
común.
La señora trató de ordenar sus
sentimientos de alguna manera, diciéndose a sí misma que, después de todo, era
la guerra. Entre lágrimas, llevó a casa las obras de arte que le quedaban como
si fueran recuerdos de él. Al menos podrían servirle de consuelo. Sin embargo,
al mirarlas se sentía asfixiada, como si le estrangularan el cuello. Los
cuadros no dejaban de reclamarle que "los mirara".
"Tenemos valor".
"No somos inútiles".
"¿Por qué no nos
miras?".
Sentía como si su pasado de
arrepentimiento con su hijo se pusiera claramente de manifiesto. Esto la
asustaba, dijo la señora. Por eso los había arrojado al sótano sin el debido
cuidado, aunque ella misma los había traído consigo.
A Dietfried, que no mantenía
relaciones prósperas con su familia, esta historia no le pareció especialmente
triste.
―Si me
hubiera esforzado más por comprenderlo...
--Problemas familiares hay en
todas partes, ¿eh?
Sólo este tipo de sentimiento
fuerte vino a él. Si la superpusiera con su padre e imaginara que era su padre
quien le decía esto, podría haberse enfadado y decir: "¿De qué estás
hablando? Demasiado tarde para eso ahora".
--¿Qué puedo decirle a una
mujer que está encadenada a su casa?
Dietfried había visto que a su
propia madre la encadenaban a su casa y la trataban como un accesorio mucho más
de lo que lo habían tratado a él. La señora que tenía delante era un poco más
joven que su madre, pero, como era de esperar, dado que no dejaba de ser una
"madre", no se atrevía a pensar en tratarla con frialdad.
―Incluso
en una familia, es difícil que la gente se entienda cuando sus estilos de vida
son diferentes. Señora, debería estar orgullosa de haber conseguido criar a sus
hijos hasta el punto de ser independientes en tiempos de guerra.
Esto era algo que Dietfried
podía decir por no tener una mala relación con su madre entre los miembros de
su familia. Sin embargo, no habían hablado mucho desde que él se había ido de
casa.
―Pero
su arte tiene valor, ¿no? Tenía talento, ¿no?
―Sí.
―Y sin
embargo, yo... no lo elogié cuando estaba vivo... Es tarde... Demasiado tarde.
Recibir dinero de usted... y escuchar a otra persona decirme que mi hijo era
genial cuando yo no lo entendía en absoluto... es demasiado...
Sus palabras se detuvieron
ahí. Sin embargo, Dietfried adivinó su siguiente frase:
―¿'Deshonesto'?
La señora se sobresaltó un
poco ante la exactitud de su afirmación. Aun así, había hablado de ello porque
una parte de ella debía de querer que Dietfried dijera eso.
―Sí,
deshonesto... Demasiado deshonesto con mi hijo... ―Los sollozos empezaron a
escapársele.
Dietfried mostró una actitud
ligeramente dubitativa, pero luego susurró en un tono suave para él:
―Si me
permite hablar de mí, yo estaba alejado de mis padres.
―¿Así
que en su casa también era así?
―Sí,
mis parientes no eran más que problemáticos.
Silencio.
―Mi
familia no era necesaria para mí... mejor dicho, para mi vida, así que huí de
ella. Es mi vida, así que quería vivir como me diera la gana. Mientras lo
hacía, mi padre falleció ―Sonreía. La sonrisa se limitaba sólo a sus labios―. Era
el que menos me entendía en nuestra casa.
Sin embargo, los que estaban
cerca de él se daban cuenta.
―Todavía
no me arrepiento de haberme ido de casa.
La cara que Dietfried ponía
ahora era de soledad.
―Pero
al final he llegado a pensar que incluso después de irme de casa... incluso
después de que nuestros caminos se separaran, quizá deberíamos haber hecho al
menos concesiones.
La chica, que había estado
todo el rato esperando a su lado, miraba tranquilamente a Dietfried mientras
hablaba de sus partes más íntimas a otra persona, algo que rara vez hacía.
―Si
pudiera volver atrás en el tiempo, lo más probable es que hiciera algunos
compromisos. Aunque no pudiéramos reconciliarnos del todo... Y si esto no
sirviera de nada, entonces no habría remedio. De todos modos, las familias
también son un amasijo de extraños. Es mejor para ellos mantener un poco de
distancia entre sí. Pero... tanto usted como yo tenemos remordimientos, así
que... ―A Dietfried le ocurría lo mismo que a ella: no le salían las palabras
adecuadas. Se llevó una mano a la frente y puso cara de dolor de cabeza antes
de decir―: Aunque sea sentimental por su parte, es mejor hacerlo que no
hacerlo. Dentro de diez años, probablemente volverá a arrepentirte de no
haberlo hecho ahora.
Silencio.
―Lo
único que podemos hacer ahora es seguir tomando decisiones sin parar que pueden
o no darnos remordimientos.
―¿"Seguir
tomando decisiones"?
―Sí,
es cuestión de qué sentido tiene la decisión que podamos tomar hasta que
lleguemos a ver a los que han fallecido. Eso es todo. Es todo lo que podemos
hacer.
Tal vez sus últimas palabras
tocaron una fibra sensible, ya que la señora encorvó los hombros y dejó escapar
otro sollozo. La chica, que seguía sosteniendo los numerosos cuadros, se quedó
mirando a la señora, incapaz siquiera de ofrecerle un pañuelo. Sin embargo, no
era una forma irresponsable o insensible de observar a alguien.
―Tú,
ve afuera.
Simplemente sabía que su señor
era de los que tomaban medidas en esos momentos, por lo que no hizo ningún
movimiento imprudente.
―Sí
seeeñor.
La muchacha obedeció y salió
del sótano como se le había ordenado, pero antes de salir, Dietfried la vio
frotar la espalda de la señora, como si se lo estuviera haciendo a su propia
madre. Un ligero cambio había aparecido en el rostro perpetuamente inexpresivo
de la muchacha.
Tras cerrar los ojos como si
algo los ofuscara, subió las escaleras y dio un paso adelante, de vuelta a un
mundo de luz.
Las obras de arte recuperadas
por Dietfried se expusieron permanentemente en la galería de arte de
Leidenschaftlich, convirtiéndose en exposiciones populares que atraían a mucha
gente.
La Guerra Continental había
dado a todos tristes recuerdos. El artista había fallecido en ella. Además,
también era uno de los jóvenes escritores de Leidenschaftlich, por lo que había
algo en él que resonaba en los corazones de la gente en tiempos de
reconstrucción de posguerra.
Para la señora, esta
publicidad era una forma complicada de hacer las cosas, pero al parecer la
aceptó, pues era mejor que no dejar ver las obras. Al fin y al cabo, decía,
había un límite a lo que los que quedaban podían hacer por los que se habían
ido.
Dietfried había pensado que
sus conversaciones con la señora terminarían ahí, pero, sorprendentemente,
continuaron después. Cada vez que se veían en las reuniones para las
exposiciones de arte, la señora le hacía preguntas, tratando insistentemente de
instruirse en el campo del arte, y él le dedicaba algo de tiempo para
responderlas; ése era el nivel de su relación, pero eso era raro para alguien
como él, que no quería tener vínculos con nadie. Tal vez Dietfried hubiera
querido hacer algo parecido con su propia madre.
Año tras año, aquel hombre
feroz que solía ser tan estricto con los demás se iba suavizando. En cuanto a
quién estaba influyendo en él, era sobre todo la chica sin nombre.
―¿No
tienes planes para mañana?
Cierto día, Dietfried preguntó
a la chica por su programa de días libres.
―Desde
el momento en que me pregunta eso, capitán, son polvo ante el viento aunque
tuviera alguno.
―Aprendiste
a replicar, ¿eh?
En realidad ella siempre le
había dado prioridad a él por encima de todo, así que su respuesta fue
correcta.
Cuando llegó su día libre,
Dietfried y la chica fueron a visitar cierto terreno en Leiden.
Mirando la mansión que se
encontraba al final de un camino bordeado de exuberante vegetación, Dietfried
esbozó una sonrisa de satisfacción.
―Bonita
casa, ¿verdad?
Su búsqueda final de un hogar,
que el hombre no muy hogareño había iniciado después de la guerra, terminó poco
después de que fueran a llevarse los cuadros. Durante sus frecuentes visitas a
la galería para asistir a la exposición, un comerciante de arte con el que
tenía amistad le presentó a un hombre adinerado que conocían y que resultó ser
propietario de una villa que le sobraba, aunque necesitaba una profunda
renovación.
Se ajustaba perfectamente a
las condiciones que Dietfried había fijado. En efecto, era vieja, pero aún se
podía vivir en ella una vez renovada. También tenía un buen aspecto exterior,
como cabía esperar de la villa de un hombre rico. La ubicación también era
excelente. No estaba demasiado lejos de la capital y sus alrededores estaban repletos
de vegetación. Parecía el tipo de hogar que él añoraría al regresar de un campo
de batalla.
En el jardín, donde se podía
hacer un huerto y macizos de flores sin problemas, había columpios de madera
sin nadie que se subiera a ellos. Debía de haber niños en la casa.
Dietfried ordenó a la chica
que se sentara. Suponiendo que era para comprobar la resistencia del columpio,
ella se sentó obedientemente, pero, por alguna razón, también lo hizo
Dietfried. El paisaje que pudo ver una vez sentado era terriblemente tranquilo
y demasiado pacífico para dos militares que solían estar en un ciclo de matar o
morir. Sin embargo, también era algo necesario.
―Una
mansión, ¿eh? ―Dietfried hablaba intermitentemente sin mirar a la muchacha,
limitándose a contemplar el paisaje―. Está hecha para que podamos vivir en ella
tú, yo y bastantes personas más, aunque no tengo intención de invitar a nadie
más aparte de Gil. Elige luego la habitación que quieras. Si tienes alguna
decoración o muebles de tu gusto, dímelo de antemano. O los elegiré yo.
―No
tengo.
―De
acuerdo. Eso es lo que pensaba, así que ya los he organizado.
Silencio.
―Quizá
debería haberte preguntado al menos cuál es tu color favorito. Bueno, si al
final no te gustan, pues sustitúyelos como prefieras por tu propio sueldo.
―Capitán,
¿vamos a venir a casa en este lugar a partir de ahora?
―Sí.
Es nuestra residencia definitiva.
Cuando dijo esto, la chica
parpadeó, con cara de sorpresa.
―¿'Nuestra'?
Dietfried respondió con
evasivas:
―Algún
día te convertiré en una persona respetable.
Cada vez que Dietfried soltaba
una frase, se hacía visible un cambio en la chica.
―Después
de todo, lo mires como lo mires, moriré antes que tú.
Ahora a la chica se le cortó
la respiración.
―Había
estado pensando qué dejar para ti.
Ahora los ojos de la chica
eran suplicantes. "No diga eso", le dijeron.
―Sigue
viviendo en ella después de mi muerte.
Y ahora, la chica se había
agarrado a la manga de Dietfried y la estaba apretando.
―No
quiero.
Lo más probable es que la
muchacha hubiera podido disfrutar de la visita a la mansión, si él no hubiera
sacado el tema. Nunca podía saber lo que pensaba la chica, pero de alguna
manera expresaba sus emociones.
Ahora mismo, movía la cabeza
en señal de negación, como haría un niño pequeño.
―Capitán,
no lo dejaré morir ―dijo como escupiendo dolorosamente.
Nadie podía saber cuándo
llegaría. Al tener el futuro no tan lejano predicho para ella, aunque todavía
quedaba mucho por delante, la chica que tenía delante cayó en la desesperación.
Aunque nunca había dicho que tuviera "miedo" en ninguna de sus
misiones, hoy temblaba de inquietud: el día en que su Señor le concedía su
última casa.
La propiedad valía bastante.
Era una recompensa que se le otorgaba tras una era de conflictos.
Debería estar contenta, pero
no lo estaba.
Bienes y dinero. Estaban en
una posición demasiado baja en su libro. Después de todo, no podían aliviar su
soledad. No podía usarlos como prueba de su existencia. No le darían órdenes.
Por lo tanto, lo prefería a él
antes que a ellos. Ella era ese tipo de bestia salvaje.
Al final, estaba incompleta en
algunos aspectos como ser humano, y si hubiera que decirlo, era más como una
máquina. Y también un monstruo que no conocía el amor.
―Eliminaré
a todos sus enemigos.
Ella no entendía que lo que
Dietfried intentaba darle ahora era amor.
El Señor de la bestia se rio.
―Estamos
hablando de la vida.
Extendió la mano. Acarició la
cabeza de la chica con naturalidad. Era lo mismo que tranquilizar a un animal
asustado. En el pasado, ni siquiera se le habría ocurrido. La idea de acariciar
a esta monstruosidad.
―Voy a
luchar contra su esperanza de vida también.
―Realmente
se siente como si pudieras lograrlo cuando dices eso y es aterrador.
―Puedo
hacerlo.
―No
digas estupideces. Piensa en la esperanza de vida. Hay cosas que no se pueden
evitar aunque te esfuerces ―Mientras la dejaba en ridículo, Dietfried arrugó
los ojos, pareciendo vagamente feliz―. Pero bueno, cuando pienso que vas a
cuidar de mí, me parece bastante divertido, así que es algo que estoy deseando
hacer.
―No
será divertido ―La voz de la chica tenía un deje de estremecimiento.
La estaba entristeciendo. A
pesar de saberlo, Dietfried siguió hablando:
―Estoy
encantado.
La chica se derrumbó ante las
palabras que él le dirigió.
―Porque
siempre me sacabas de quicio.
El número de personas e
instancias que podían perturbarla era limitado.
―Quiero
hacerte llorar en mis últimos momentos y luego morir.
En resumen, ser capaz de hacer
eso era en sí mismo una prueba de ser importante para ella.
Dietfried era un hombre
impotentemente complicado y retorcido, pero sus sentimientos eran profundos.
La mano que había estado
acariciando su cabeza se dirigía ahora hacia los ojos que habían empezado a
rebosar de lágrimas. Buscó las gotas de lágrimas con los dedos, pero no llegó a
tiempo. La producción de las gotas era más rápida que él.
―Si no
quieres que saque lo mejor de ti, entonces muéstrame una sonrisa al menos
cuando me cuides.
Dedicó un momento a secar las
lágrimas de la chica, pero al ver que seguían sin parar, Dietfried sacó deliberadamente
el cuaderno de su maleta. Para mostrarle el viejo cuaderno a la chica, lo abrió
sobre las rodillas de ambos.
―¿Qué
es esto?
―Opciones
para tu nombre.
―¿Mío?
―Lo
olvidaste porque eres idiota, ¿eh? No tienes nombre.
―Tengo
'Undine'...
―Eso
no es más que un alias para alabarte por tus hazañas militares.
Dietfried pasó las páginas.
Había listas de nombres bien pensados escritos en muchas, muchas de ellas.
Ver esto hizo que las lágrimas
de la muchacha se detuvieran por completo. Con un raro aspecto de excitación en
ella, finalmente empezó a pasar las páginas ella misma.
La última página tenía un solo
nombre con un gran círculo alrededor. Era el nombre de una flor.
―Capitán
―La chica miró a Dietfried.
Cuando lo hizo, Dietfried
señaló hacia el jardín, que en ese momento se había transformado en macizos de
flores sin cuidar.
―Parece
que es ésa. Tu flor.
―Mi
flor...
―También
plantaré bougainvilleas. Porque es mi flor. Al final, después de mucha
indecisión, elegí ésta. Cuando visité esta casa, pude imaginarte de pie entre
esas flores. Así que pensé que podía quedarme ya con eso. Suena bien incluso si
le añades nuestro apellido. No está mal, ¿verdad? ―El apuesto rostro de
Dietfried se acercó al de la chica. Y entonces, susurró desde una distancia
cercana, como para burlarse de ella―: "Linaria Bougainvillea".
El nombre pronunciado con tan
bonito timbre se fundió rápidamente en la chica.
Linaria. Una flor preciosa.
Combinado con la flor de la antigua y honorable casa Bougainvillea, el nombre
era como un ramillete.
Sin duda había nacido entre
los dos un vínculo que antes habría sido impensable. Su nombre parecía
encarnarlo.
―'Linaria'...
―Pronunciación
horrible; dilo otra vez.
―'Linaria'
- Linaria Bougainvillea es mi nombre.
Las lágrimas volvieron a
desbordarse pesadamente de los ojos de la muchacha. Al ver esto, Dietfried rio,
pareciendo encantado una vez más.
―No sé
qué darle a cambio de concederme un hogar y un nombre.
―No me
malinterpretes. Te notifico el empleo de por vida sin comprobar si estás
dispuesta.
―Sí
seeeñor.
―No se
te permitirá renunciar por tu cuenta.
―Sí
seeeñor.
―Esta
es una advertencia para que no olvides que soy tu Señor. ¿Entiendes? No es por
amabilidad.
―Me
alegra esa advertencia.
―Así
es como eres. Una mujer molesta.
―Me
parezco a mi Señor.
―Realmente
aprendiste a replicar, ¿eh?
―Lord
Dietfried, usted me hizo así. Soy una bestia salvaje. Cambio según cómo actúa
mi Señor.
―¿Quieres
decir que tengo una fuerte influencia?
―Una
tremenda influencia. Por lo tanto, por favor, viva una larga vida y siga siendo
mi Señor ―gritó la bestia.
―Haré
un esfuerzo.
Observando cómo la muchacha
acariciaba el nombre escrito en el cuaderno, Dietfried se quedó pensativo.
Durante cuántos años sería capaz de mirarla, se preguntó. Tenía que esforzarse
por encontrar personas a las que pudiera confiársela después de su muerte. Sus
grilletes expirarían a menos que le proporcionara un amigo o dos. Tal vez
debería obligarla a dejar el ejército, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Todo
tipo de pensamientos cruzaron su mente y luego desaparecieron.
--Todavía no.
Era incapaz de ordenar sus
pensamientos. Por ahora, quería quedarse así, consolando a la bestia que
lloraba. Saborear los momentos en que lo necesitaban.
La forma de expresar amor de
Dietfried Bougainvillea era terriblemente inepta.
―Linaria,
aunque por casualidad mueras sola, con esto estaremos juntos en la tumba.
Esta es la historia de un amor
que tal vez podría haber sucedido.
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