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Bueno, después de 7 años terminamos Gamers!, hace poco también terminamos Sevens. Con esto nos quedamos solo con Monogatari Series como seri...

Violet Evergarden - Booklet 10

 Y así, amarían el paso de su tiempo por toda la eternidad.


GILBERT BOUGAINVILLEA Y EL SUEÑO EFIMERO


El niño se despertó solo en una habitación llena del sonido de la lluvia.

Afuera llovía ligeramente. El chico con el pelo del color del crepúsculo y los ojos verde esmeralda miraba por la ventana, parecía un poco feliz.

Hoy era un día lluvioso. Eso significaba que no entrenarían con la espada ni correrían al aire libre. Probablemente tendrían clase dentro de casa. El chico sentía curiosidad por la continuación de un libro infantil que no pudo leer debido al entrenamiento.

--Sí.

Tenía prohibido leer libros antes de irse a dormir y se los incautaban si bajaban sus notas en la educación en casa. Por supuesto, tampoco se le permitía tener continuas derrotas en el entrenamiento con espada.

Criado en un hogar duro, el chico tenía marcas de látigo en las manos. Había sido golpeado el día anterior y estaban palpitando todo el tiempo hasta ahora. Su hermano mayor huyó del entrenamiento y el chico fue golpeado por no buscarlo. Al enterarse, su hermano estalló contra su padre por haberle pegado, pero le dio un puñetazo y se acabó.

En este preciso momento, en otra habitación, su hermano seguramente también se alegraba de recibir esta mañana.

―Gilbert.

Llamaron a la puerta, el chico asomó la cabeza fuera de la habitación todavía en ropa de dormir.

―Jeje, tenemos el día libre ―Con la mejilla hinchada y un moratón en el ojo, su hermano le sonrió alegremente. Cuando el chico le preguntó si su herida estaba bien, respondió con un "no es nada". Cuando tomó las manos de Gilbert, las frotó como para calentarlas. 

―Siento haberme escapado.

―Hm-hm ―Gilbert negó con la cabeza.

―Pero creo que volveré a hacerlo.

―¿Por qué, Hermano? ―Gilbert preguntó.

―Porque me molesta. No sólo el Viejo, sino todo lo demás.

Gilbert bajó los hombros. Podía entender un poco lo que decía su hermano. Su hermano despreciaba el destino y las obligaciones que les imponían.

―Tú también, no seas su esclavo. ¿Puedo dormir en tu habitación? Me quitaron el colchón como castigo. Hace tanto frío que no lo aguanto, y además, sobre la novela que estabas leyendo, ¿puedo leerla antes?

―Sí, claro, hermano ―contestó Gilbert.

--Un día, cuando sea mayor, quiero intentar hacer cosas que me gusten, pensó Gilbert.


El hombre se despertó en una habitación llena del sonido de la lluvia.

Fue un despertar apático. Probablemente la humedad era alta. Cuando intentó incorporarse, notó un peso sobre su cuerpo.

Había una hermosa mujer entre sus brazos.

Con cabello dorado, pestañas doradas y piel de porcelana, dicha mujer estaba profundamente dormida. Tenía unas extremidades largas y finas, así como un cuerpo esbelto. Era casi una muñeca.

Al principio, Gilbert se asustó por el hecho de que alguien estuviera durmiendo con él.

--Violet.

Y luego, se sobresaltó por el hecho de que se trataba de su amada.

La observó atentamente. Ella dormía tan tranquilamente que él se preocupó por si respiraba o no. Pudo confirmar el sonido de su respiración acercando el oído a ella, acariciándose el pecho con alivio. Violet era casi como una muñeca fabricada cuando dormía.

--Su piel es tan bonita.

Era demasiado joven para alguien como él, que hacía poco se había encontrado un pelo blanco en la cabeza. Los enamorados estaban muy lejos en edad, pero sea como fuere, Violet todavía parecía una niña.

--Ella ya tenía un rostro maduro desde niña.

Cuando la gente como ella crecía, algunos acababan pareciendo niños. Tal vez debería decir que su edad había alcanzado a sus rasgos faciales, y luego los había superado.

Queriendo darle algún tipo de muestra de afecto, Gilbert agarró un mechón de su cabello dorado y le plantó un beso, haciendo todo lo posible por no despertarla. Una tímida sonrisa se formó naturalmente en sus labios.

―Mayor ―llamó Violet, con los ojos aún cerrados. Ese título ya no le correspondía, pero fue la primera palabra que pronunció, así como el antiguo rango de Gilbert. Por lo tanto, Gilbert le permitió llamarlo así sin corregirla.

―¿Te desperté?

―No, ya estaba un poco despierta... ―Ella se frotó los ojos como un gato y luego los abrió para mirarlo.

Cada una de sus acciones le resultaba fascinante.

―Mayor, está usted aquí ―quizá debido a que acababa de despertarse, Violet pronunció una frase extraña.

―Lo estoy, por supuesto.

―Eso me sorprendió.

―Te entiendo. A mí también... Aún es nuestro primer día de convivencia. Es natural que ambos estemos sorprendidos ―Soltando una leve risita, Gilbert tiró suavemente de Violet, que ya estaba en sus brazos, para abrazarla. Sus narices se conectaron y se enroscaron uno alrededor del otro como harían los animales.

―Para mí, Mayor, usted es a veces tan apasionado que siento que voy a dejar de funcionar.

―¿Por qué hablas en pausas, Violet?

―Lo más probable es que sea por vergüenza.

―Ya veo, así que estás nerviosa. Déjame ver eso.

―No, no puedo.

―Permíteme.

―No puedo.

Mientras Violet retorcía el cuerpo e intentaba ocultar su rostro con sus pálidas manos, Gilbert se rio, enroscándose de nuevo a su alrededor. Como para objetar, con la cara ligeramente enrojecida, Violet agarró una almohada y la colocó entre la cara de él y la suya.

―¿Qué es esto?

―Es una barrera.

―No puedo darte un beso de buenos días así.

―Es una barrera.

―Violet, ¿has llegado a odiarme?

―Ese no es el caso.

―¿Entonces para qué es esta barrera?

―Mi cara tiene un aspecto extraño ahora mismo ―La cara de Violet asomó un poco por la barrera de almohadas―. Sería un problema si se la enseño y le parece rara, y termino desagradándole por ello.

Gilbert tiró la almohada y robó los labios de Violet, sin hacer más preguntas. Mientras llovía, los enamorados tardaron en salir de la cama, y como la batalla seguía, se acercaba el mediodía cuando se dieron cuenta.

A mediodía, Gilbert les preparó una comida y los dos comieron juntos. Como la lluvia no cesaba en absoluto y como ambos se habían ganado unas vacaciones por ahora, pasaron el tiempo sentados en el sofá y leyendo libros.

Pasaban el tiempo haciendo cosas que les gustaban.


Desde un carruaje, el chico observaba la panorámica por la ventana.

No había intentado actuar libremente ni un solo día. Para Gilbert, que tenía la sangre de los Bougainvillea -una familia famosa por producir un gran número de excelentes soldados del ejército-, todo estaba ya decidido. El tipo de zapatos que calzaba, la tela de su chaqueta, a qué hora tenía que levantarse por la mañana, qué tipo de artes marciales iba a aprender, de quién no debía ser amigo... todo estaba predeterminado. El hecho de que iba a asistir a una academia militar en primavera también estaba predeterminado desde su nacimiento.

Había preparado un carruaje para ir a ver su habitación en la residencia, pero su único acompañante era un mayordomo, ya que sus padres no habían venido. Para empezar, su padre tenía que trabajar y su madre estaba cuidando de su hermana pequeña recién nacida.

Su hermano ya había huido de casa y se desconocía su paradero. Había enviado una carta a Gilbert para informarle de que se había matriculado en la academia militar de la marina, pero desde entonces no había vuelto a ponerse en contacto con él. Había dicho que volvería para celebrar el ingreso de Gilbert, pero no se sabía si era cierto.

El paisaje se movía constantemente fuera de la ventanilla del vehículo. Vio a unos cuantos jóvenes más o menos de su edad caminando alegremente en grupo. Eran gente normal. En lugar de ir a la academia militar, seguramente se harían cargo de una casa de comerciantes o conseguirían algún tipo de trabajo ordinario. Estaban de paseo, pero parecían divertirse mucho.

Gilbert, que no hacía más que montar en un carruaje, no encontraba diversión en nada.

Cuando el conductor preguntó a Gilbert si quería parar en algún sitio, no se le ocurrió nada. Se le daba especialmente bien la geografía, por lo que conocía bien los nombres de los lugares. Pero era incapaz de decir ninguno en voz alta.

Sabía que no podía huir.

Si, por ejemplo, se quejaba aquí de los conflictos y sufrimientos que se desarrollaban en su corazón, sería tachado de débil y apartado de su familia, y sus responsabilidades como jefe de familia recaerían sobre los futuros novios de sus hermanas menores, que aún eran pequeñas. En ese caso, si alguna vez sus hermanas se enamoraban de alguien, no podrían actuar conforme a sus sentimientos y tendrían que casarse con alguien a quien no amaran.

La mejor opción era que Gilbert se aguantara. Esta era la mejor manera de que el mundo girara. Después de todo, Gilbert tampoco se valoraba mucho a sí mismo. Creía que si alguien tenía que morir, debía ser él mismo.

Vio a una pareja de ancianos paseando entre los árboles y, sintiendo celos de ellos por algún motivo, se le saltaron las lágrimas.


Desde un carruaje, el hombre observaba la panorámica por la ventana.

Hoy era un día libre. El verdor del exterior era hermoso. Cuando miró a su lado, encontró a alguien todavía más hermoso a su lado. Era su amada.

Cuando el carruaje se detuvo junto a un extenso bosque, ambos salieron sosteniendo una voluminosa cesta de picnic.

El otro día no pudieron venir debido a la lluvia, pero elegir venir hoy quizá fuera lo mejor. Habían oído decir a un vecino que hoy habría globos en el lugar.

―He volado antes en aviones de combate, pero no en globo. Mayor, ¿y usted?

Violet y Gilbert habían tendido una gran manta sobre la hierba, los dos tumbados sobre ella y mirando al cielo. Ya habían terminado los sándwiches caseros y el té que una vez estuvieron en la cesta de picnic. Ambos eran de poco comer, pero tenían la sensación de que podían comer mucho más de lo habitual. ¿Sería porque estaban pasando un rato despreocupado juntos al aire libre?

―Nunca. Me gusta lo rápidos que son los cazas, pero no sirven para apreciar el paisaje. Esa persona de ahí parece divertirse. ¿Qué tal si subimos a uno juntos algún día?

Un pequeño globo rojo se divisaba en el lejano cielo.

―Me preocupa la falta de seguridad.

―En efecto. No han pensado en hacerlo a prueba de balas.

Con una predisposición natural para los militares, la pareja empezó a mantener una extraña conversación. Les costaba un poco creer que la gente pudiera viajar en semejantes cosas. Mientras él compartía su opinión de que morirían inmediatamente si les disparaban mientras estaban subidos, Violet replicó con un "yo estaba pensando lo mismo".

―No parece que podamos disfrutarlo si vamos a estar preocupados por los francotiradores. ¿Deberíamos ir a caballo, entonces?

―Es fácil huir a caballo. También podemos comérnoslos como último recurso. Buena decisión.

Silencio.

―Cuando tuvimos que comer uno de nuestros caballos militares, Mayor, parecía triste. Mis disculpas. Fue grosero de mi parte decirlo.

―No, así eran los tiempos entonces. No teníamos elección.

―Sí, esa clase de tiempos.

Porque eran esos tiempos, muchas cosas habían sido perdonadas. Su relación, por ejemplo.

―Violet ―Gilbert intentó pedir perdón, pero se detuvo a mitad de camino―. Bueno... ¿no tienes frío?

Después de todo, ya había pasado un tiempo desde que fuera perdonado.


El joven observaba cómo las gotas de agua resbalaban por los pétalos de una rosa.

Llevaba así unos minutos. El jarrón encima de la mesa no iba a decirle nada.

Su acompañante, una prometida elegida para él por sus padres -y encima que le había tocado por herencia de su hermano mayor-, parecía aburrida. Estaba claro que no se veían porque quisieran. En lugar de utilizar su preciado día libre de la academia militar para quedar con ella en un café, pasar el tiempo con su mejor amigo de toda la vida, al que había conocido en la academia militar, en la habitación de este último en la residencia universitaria sería varias veces más divertido.

--Me pregunto qué estará haciendo Hodgins.

No le acababan de gustar las partidas de cartas y las salidas nocturnas de las que le había hablado Hodgins, pero a Gilbert le gustaba estar en su presencia y comer con él. Su relación con Hodgins a veces era condenada al ostracismo por los instructores, pero no tenía intención de cortar lazos.

--Bueno, tiene amigos aparte de mí, así que estará bien aunque yo no esté.

Por fin había aparecido "algo interesante" en la vida de Gilbert. Era Claudia Hodgins.

Sin más pensamientos en su cabeza que su amigo, no había forma de que Gilbert pudiera mantener una conversación amena con una adolescente.

―Hum, me despido.

Estas palabras vinieron de su prometida después de un rato, y fue entonces cuando su conciencia volvió a la realidad. 

―Lo siento; estaba un poco perdido en mis pensamientos... aunque estoy contigo.

―No, me alegró poder verte. Además, el té de aquí es delicioso.

―Cierto. La comida también estaba buena.

Cuando la acompañó fuera, un criado de su casa la esperaba a corta distancia.

―Sr. Gilbert, ¿cree que podrá convencerlos?

―Si me dan un poco más de tiempo. Soy estudiante, así que no puedo opinar.

―Ya veo. Yo también.

―Es decisión de nuestros padres. Probablemente llevará algún tiempo, pero hagamos algún esfuerzo para convencerlos de que lo revoquen.

―Sí... Hum, me alegro mucho... de que se haya convertido en mi prometido en lugar de él, Sr. Gilbert.

Gilbert rio un poco a pesar de no estar muy contento. Porque se daba cuenta de que él no era para ella más que una pieza de tablero que podía mover a su antojo.

―En cuanto a mí, creo que mi hermano... siempre lo hizo todo mejor que yo.

Su prometida ladeó la cabeza y se rió, parecía preocupada.


El hombre observaba cómo las gotas de agua resbalaban por los pétalos de una rosa.

El ramo que acababa de comprar desprendía un aroma fresco y fragante. Estaba extrañamente avergonzado de sí mismo mientras esperaba en una plaza no muy lejos de su residencia, con la mirada baja todo el tiempo.

Era la primera vez en su vida que compraba un ramo de rosas rojas.

Nada fue más incómodo que el momento en que hizo la compra. Antes había regalado ramos de flores a sus hermanas y a su madre, pero nunca había elegido rosas rojas.

--Supongo que fue porque...

Sentía que debía regalar dichas flores cuando encontrara a su media naranja. Le preocupaba tanto lo que ella pensaría al recibirlas de repente que apenas podía soportarlo.

--¿Hubieran sido mejores las flores moradas?

Su amada seguramente no las rechazaría, pero había muchas posibilidades de que pusiera cara de perplejidad ante ellas. Ella era esa clase de persona.

--Pero quería dárselas. No podía evitarlo.

Si el deseo de darle flores y complacerla era el 30% de él, entonces el deseo de intentar darle a su amada estas flores especiales era el 70%. Incluso ahora, por muy fuerte que fuera el deseo de regalárselas, le preocupaba a partes iguales qué hacer si recibirlas acababa molestándola.

En cualquier caso, ya las había comprado. Le había pedido al encargado de la florería un "ramo de rosas", había elegido meticulosamente hasta el color de la cinta, y luego las había comprado. No había vuelta atrás.

―Mayor.

Violet llegó al punto de encuentro en la plaza. Los dos habían salido juntos de casa, pero se separaron a mitad de camino, ya que ambos tenían cosas distintas que querían poner en orden, y luego se dirigieron a encontrarse.

―Un ramo... ¿Irá a algún sitio después de esto? Puedo llevarme sus pertenencias.

Al parecer, su entrañable amada pensó que el ramo estaba destinado a una visita a una tumba. Gilbert se quedó en blanco por un segundo, luego se encontró riendo. 

―No, no es eso... compré estas... ―Mientras tomaba las cosas de Violet, Gilbert le entregó el ramo― ...para poder dárselas a la persona que amo.

Al otro lado del ramo de rosas, pudo ver cómo las mejillas de Violet se teñían de rojo y le brillaban los ojos.


―Mayor, sus ojos están aquí.

Se quedó mirando a la soldado que dijo esto. Ella estaba señalando algo.

Delante de su dedo blanco, que estaba estirado hacia delante, había un broche de esmeralda. Era similar a las piedras preciosas que Gilbert Bougainvillea, que ahora pertenecía al ejército de Leidenschaftlich, poseía desde su nacimiento.

La soldado le lanzó una mirada que parecía atravesar sus hermosos ojos, impregnados de su dolor. 

―Me pregunto cómo se llamará esto.

Desde que era una huérfana que apenas aprendía a hablar, a veces tenía esta faceta. Cuando no encontraba un término apropiado, hablaba como si tuviera problemas.

Al principio, pensó que preguntaba por la "esmeralda", el tipo de piedra preciosa, pero se equivocaba.

―Cuando miré esto... me pregunté cuál sería la forma adecuada de describirlo...

En ese momento, Gilbert se quedó sin aliento.

―'Hermoso'...

Gilbert fue quien la enseñó a hablar. Le enseñó muchas palabras. Para que ella fuera capaz de seguir sus órdenes.

Esta soldado tenía una apariencia hermosa, pero de hecho, era una bestia.

--Nunca le enseñé.

El tipo de bestia que, por alguna razón, sólo podía entender la palabra "mata".

--Nunca le enseñé.

Por lo tanto, sus conversaciones eran limitadas.

"Mata."

"Sí."

"Mata."

"Sí."

"Mata."

"Sí."

"Mata."

"Sí."

"Mata."

"Sí."

Por supuesto, también le había enseñado hábitos de vida, para que ella pudiera seguir viviendo después de su muerte. Podría decirse que Gilbert había hecho todo lo posible por ella. Pero ahora se le echaba en cara su negligencia.

--Nunca le había enseñado.

Podía darle órdenes de asesinar, pero nunca le había enseñado una palabra tan simple como "hermoso".

--Nunca le enseñé.

A pesar de que era una chica tan apropiada para ello.

--Nunca se lo dije.

A pesar de que había habido tantos, tantos momentos en los que pensó que era hermosa.

--nunca se lo dije.

Si tan solo ella no tuviera que vivir este tipo de vida con él en el campo de batalla, ella habría sido halagada con esta palabra tantas veces como fuera posible.

--Ella no lo sabe.

Ella acababa de enterarse.

--Ella no sabe, y sin embargo ...

Además de eso, llamó "hermosa" a la gema que se parecía a los ojos de Gilbert Bougainvillea.

--Te voy a llevar a la guerra, ¿sabes?

¿Por qué dijo eso? No le gustaban los halagos. Los elogios nunca salían de su boca. Ese no era su carácter. Sólo decía la verdad. No podía mentir. Vivía casi como una máquina.

Por eso el hecho de que esto fuera verdad y que lo dijera desde el fondo de su corazón era demasiado doloroso.

--Duele.

Pensar que aprendería la palabra con la que debía ser halagada mirando a los ojos de su Señor, el que le daba las órdenes de asesinar a la gente.


Compró el broche y se lo dio, luego pasó entre la multitud nocturna como si quisiera cercenar algo. Quería ir a un lugar tranquilo. Estaba tan avergonzado de sí mismo que no podía soportarlo.

Educar y guiar a una niña en tiempos de guerra era algo exigente. Además, no se trataba de una niña normal. Era ella. La niña bautizada con el nombre de una flor, la doncella guerrera, Violet. Gilbert podía ser considerado un gran mentor desde el punto de vista de un extraño, pero él mismo se sentía apuñalado demasiado dolorosamente en el pecho por lo que acababa de suceder.

―Mayor, ¿qué hago con esto ahora que lo tengo? ―Ella le mostró el broche que sostenía.

―Abróchalo donde quieras.

―Acabaré perdiéndolo.

―Eso ocurrirá cuando estés en combate. Sólo tienes que llevarlo en tiempos de paz... Aunque en realidad habría sido mejor elegir uno del mismo color azul que tus ojos...

La soldado Violet negó con la cabeza ante estas palabras. 

―No, éste era el más "hermoso".

Su respiración se detuvo ante su clara afirmación.

―He pensado desde hace tiempo que son 'hermosos'... No conocía la palabra, así que nunca la había dicho.

Se detuvo por el dolor y la agonía.

―Tus ojos han sido 'hermosos' desde que nos conocimos.

Sintió como el afecto le cortaba la respiración y lo mataba.


―Mayor, su ojo está aquí.

Se quedó mirando a su amada mientras ella decía esto.

Habían ido a una joyería a comprar anillos. Un maravilloso par de anillos, propios de una pareja feliz.

--Sí, eso es lo que se supone que estamos haciendo.

De alguna manera, no se sentía muy real. La joyería bullía de otras parejas que se habían jurado su futuro y el vendedor esperaba su decisión con una amable sonrisa. Este lugar sin duda existía y él mismo estaba en este espacio, sin embargo, no se sentía real.

―Aah, hum... ―A mitad de la frase, fue incapaz de articular palabra.

Ella estaba allí. A pesar de su sonrisa de felicidad, en su cabeza había una voz que decía: "Esto está mal". Se obligó a sonreír, pero su corazón emitía sonidos inquietantes.

--Algo está raro.

Sí, algo estaba mal. No sabía qué. Pero era necesario mirar con atención.

--¿Qué es lo que está fuera de lugar?

Cabello dorado, ojos azules, labios color cereza. Piel blanca y extremidades largas.

--No.

Extremidades largas.

--No.

Ella tenía manos.

--Se supone que no.

Su amada frente a él presumía de una belleza a la que no le faltaba de nada. No tenía defectos físicos y era tan hermosa que parecía brillar.

--Ah, ya entiendo.

Mirando más de cerca, la fuente de su malestar era algo simple.

―Violet, ¿qué te pasó en los brazos?

--Se supone que los perdiste en la guerra.

En cuanto dijo esto, la sonrisa que Violet tenía hasta el momento desapareció abruptamente. Se quedó muda, como si careciera de emociones. 

―¿Por qué tuviste que decir eso?

―No, quiero decir que esto es raro.

―No lo es. ¿No es esto lo que querías?

Gilbert estaba confuso. Empezó a sudar y de repente se le secó la garganta. Una gota de sudor le cayó en el ojo.

Se lo frotó y volvió a abrirlo mientras acompasaba su respiración, pero al momento siguiente, la joyería había desaparecido.

―¿Violet?

Había desaparecido.

―Violet.

Había desaparecido. Todo se había convertido en un espacio completamente blanco.

―Violet, Violet.

Ella también había desaparecido.

―¿Dónde estás, Violet?

Su amada se había ido.

―¡Violet!

La persona que más le importaba se había ido.

―¡Violet!

Ella le era más querida que nadie y él quería protegerla, y por eso, podía sacrificar cualquier cosa.

La mujer que más amaba se había ido. Lo había perdido todo.

No entendía cómo había sucedido. Más bien, en primer lugar, ¿dónde acababa la verdad y dónde empezaba la falsedad?

--¿Había pasado con ella aquellos días tan felices?

Gilbert empezó a pensar. Empezó a pensar en este espacio blanco y puro que no tenía nada, como él mismo. Sobre lo que había sido real.

--Nunca tuvimos esos días felices.

Ella fue desgraciada desde el momento en que se conocieron y lo más probable es que nunca se le hubiera permitido tener una experiencia personal feliz. Sólo una vez la había llevado a la ciudad y le había permitido crear recuerdos como la adolescente que era. Sólo cuando le compró el broche de esmeralda.

--Entonces, ¿qué fueron aquellos días?

¿Qué fueron esos días felices que podía recordar como si realmente hubieran sucedido? ¿Que fueron creados amablemente casi como si fueran una proporción inversa a su pasado?

La respuesta era sencilla.

Aquello había sido sólo un deseo, o tal vez un sueño. Algo pasajero que pronto desaparecería.

No era la "verdad".

No había forma de que Gilbert Bougainvillea hubiera tenido esos días. No había forma de que pudiera ser perdonado.

Él desapareció cuando terminó la guerra. Después de todo, llegó a la conclusión de que lo mejor para ella era que él no estuviera cerca. Sentía que su relación era demasiado codependiente y no era buena para ella.

--Eso fue exactamente.

Los dos que estaban muy separados en edad parecían padre e hija, pero la que tenía el control sobre la vida del otro era en realidad Violet, y sin embargo, Gilbert era de quien dependía, así que todo era un lío.

Tampoco eran como hermanos. Ningún hermano mayor obligaría a su hermana menor a matar gente.

Eran un superior y su subordinada. Eso parecía justo, pero algo en ellos iba más allá de esa línea.

--Nuestra relación es... Nuestra relación es...

Era como si dos personas que estaban solas se hubieran encontrado por azares del destino en un rincón del mundo. La soledad de uno había resonado en la del otro.

Gilbert se encontró al borde del afecto por la hermosa bestia que siempre lo seguía por detrás. Al fin y al cabo, era la única que lo miraba. En una vida en la que nadie más lo había hecho, ella era la primera persona que lo miraba. Y así como ella se lo rogaba, Gilbert también le devolvía la mirada.

Violet adoraba a su Señor, que siempre aceptaba su existencia y la guiaba con delicadeza. Era algo cercano a la fe religiosa, y no le importaría morir una y otra vez con tal de que él pudiera vivir. Sus órdenes eran la prueba de su razón de existir, pero por encima de eso y de todo, ser abrazada por él cuando se conocieron la había hecho feliz.

Que su existencia fuera aceptada la hacía feliz. Ser utilizada por alguien que la trataba con tanta amabilidad la hacía feliz. Quería ser su bestia, pensó. Si no podía estar a su lado, no quería ni respirar.

Gilbert estaba... Violet estaba...

...enamorado/a.



Gilbert derramó una lágrima en el mundo blanco y puro.

No sabía por qué lloraba. ¿Se avergonzaba? ¿Triste? ¿Frustrado? ¿Sufría? ¿Dolido? ¿Quería morir? ¿Quería vivir? ¿Quería ser perdonado? ¿Quería perdonar? ¿Quería quejarse? ¿Quería disculparse?

--No, yo...

Quería ser perdonado.

A medida que la respuesta se acercaba a la verdad, su campo de visión comenzó a nublarse. Pudo darse cuenta de que, sí, este mundo se iba a acabar.

Su visión se tambaleaba por las lágrimas desbordadas. Su conciencia también empezó a desvanecerse sin más.

Pronto amanecería.

El verdadero Gilbert Bougainvillea estaba a punto de despertar. Seguramente no recordaría este sueño después de abrir los ojos.

Este sueño desvergonzado. El deseo de que hubiera sido real. La falta de arrepentimiento por lo que hizo.

Iba a ocultar todo esto y seguir viviendo. Sin ser amado por nadie. Sin amar a nadie.

--Y luego morir en soledad.


El hombre despertó en una habitación llena del sonido de la lluvia.

Fue un despertar apático. Probablemente la humedad era alta. Cuando intentó incorporarse, notó que le dolía el cuerpo. No podía precisar la causa, ¿podría ser que estuviera cediendo al avance de su edad?

La habitación estaba vacía y no había nadie más alrededor. Tenía una cama enorme para él solo.

Con un aspecto algo estupefacto, a pesar de todo empezó a prepararse para la mañana.

Por alguna razón, las lágrimas seguían brotando de sus ojos, pero no les prestó mucha atención. Sus propios sentimientos no le interesaban demasiado.

Se cambió la ropa de dormir por una camisa y unos pantalones, salió de su dormitorio y se dirigió a la cocina. Calentó agua y preparó té.

Había fruta en la mesa, pero no pan. Ahora que lo pensaba, tenía la sensación de que se le había acabado el pan. Tenía que comprarlo.

Los seres humanos son criaturas que consumen mucho tiempo, pensó Gilbert. Necesitaban dinero para vivir, e incluso después de morir necesitaban dinero para construirse una tumba. Sus cuerpos ansiaban alimentarse aunque no quisieran comer, y cuando querían hacerlo, tenían que marchar a una tienda de comestibles con dinero en la mano. Si alguna parte de su cuerpo se cansaba, tenían que ir al hospital. Si se les rompía la ropa, tenían que volver a coserla. Sin embargo, con toda seguridad habría días en los que no podrían llevar a cabo estas muchas tareas de la vida cotidiana, pasara lo que pasara. Por ejemplo, a la mañana siguiente de haber tenido un sueño terrible.

--Así que no lo olvidé.

Había sido un sueño, pero muy vívido. Realmente se sentía como la realidad. Francamente, sentía que podía perder de vista si la realidad era de este lado o de aquel.

Probablemente todavía estaba medio dormido. Su conciencia se aclararía con el tiempo. Debería aceptar la realidad y vivir la vida ejemplar que alguien deseaba para él, como siempre. Estaba hecho así. Seguramente sería capaz de hacerlo. Al fin y al cabo, siempre lo había hecho. Para no fracasar, para adoptar la forma que la gente quería que adoptara, se había puesto una gargantilla y se había sometido a su destino.

Aunque no pudiera, tenía que hacerlo. Hasta el momento de su muerte.

―..yor.

En ese momento, oyó la voz de alguien. A Gilbert casi se le cae la taza de té que sostenía.

―Mayor, ¿está despierto?

Era una voz que estaba acostumbrado a oír. El tono de voz que resonaba en sus oídos como el canto de una alondra le llamaba por un título que ya no le correspondía.

Gilbert caminó inseguro en dirección a la voz.

El pomo de la puerta principal hacía ruido. Alguien intentaba abrirla, pero quizá no lo conseguía, pues no giraba del todo.

Gilbert abrió la puerta con mucho vigor.

―Aah, Mayor... Me alegro. Su cara parece demasiado pálida.

Y allí estaba ella.

―Fui a hacer las compras para el desayuno. El Presidente Hodgins y los otros están todavía en el mercado.

El " más grande amor " de Gilbert estaba allí.

―Se tomaron un día libre por primera vez en mucho tiempo para venir a visitarnos, y aun así, se nos acabaron los víveres porque fue tan repentino. Pero, por favor, tranquilícese. Con esto, el problema está resuelto.

Cabello dorado, ojos azules, labios color cereza.

―Mayor, escondí el licor que el Presidente Hodgins le obligó insistentemente a beber ayer. Benedict también dijo que se sintió enfermo al despertar, así que por favor limítese al menos a vino de frutas esta noche. Estoy preocupada por su estado...

Los brazos protésicos plateados ocultos bajo el vestido chirriaron al dejar las bolsas en el suelo.

―¿Mayor?

Gilbert abrió la boca y tomó aire. Y esta vez, para despertar definitivamente de la pesadilla, pronunció el nombre de su alma gemela.

―Violet.

Bastaba pronunciar este nombre para teñir el mundo de colores un poco más suaves.

―¿Sí?

Cuando ella inclinó la cabeza, Gilbert la abrazó por la puerta principal. No pidió ningún tipo de permiso para ello. Hasta ahora, había pedido consentimiento para besarla y abrazarla, pero esta vez, no preguntó nada. Quería que ella lo perdonara por ello. Violet tampoco lo rechazó, lo que lo dejó desconcertado.

―Mayor, ¿qué... pasa...?

―Lo he pasado mal al despertarme...

―Sí, Benedict dijo lo mismo...

―Me desperté sintiendo como si mi sueño y la realidad se hubieran mezclado... Era como si una realidad mezclada con mentiras se hubiera fusionado con la verdad... y se hubiera convertido en algo feo...

―Qué sueño tan terrible.

Al ver que su amada, siempre tan distante, le contestaba tan llanamente, sintió que podía reírse un poco de lo que le había sucedido.

―Sí, lo fue. Por eso quise tranquilizarme abrazándote...

Al escuchar esto, Violet rodeó tímidamente la espalda de Gilbert con sus brazos para abrazarlo también.

―Gracias.

―No, yo también sueño a veces, así que lo entiendo.

―¿Tú también?

―Sí. No sueño demasiado a menudo, pero... hay veces que tengo un sueño en particular. Un sueño en el que no hago otra cosa que buscarlo.

―¿Como tu yo de la infancia?

―Ambas cosas, creo. Pero no importa la forma que adopte, al final, nunca lo encuentro. Y así, me veo pensando en algo. Que si las cosas iban a llegar a esto, habría sido mejor que muriéramos juntos aquella vez.

Silencio.

―Pero cuando me despierto, Mayor, usted está ahí. Durmiendo a mi lado. Así es. Ahora vivimos juntos. No necesito buscar nada', pienso, aliviada...

Mientras Violet seguía como susurrando, Gilbert la miraba a la cara.

―Y así, me acurruco de nuevo cerca de usted y vuelvo a dormir. Ya todo está bien.

―Sí.

Al fin y al cabo, los dos eran iguales, pensó Gilbert.

―Sea por la mañana o por la noche, sea cuando pierdo el conocimiento o cuando despierto, puedo confirmarlo. Que está ahí.

―Sí, así es, Violet... Ahora estamos bien.

Cuando se acercaban, las piezas que les faltaban a cada uno formaban un círculo perfecto. Eso les daba fuerzas para vivir en este mundo tan poco excepcional y cruel.

Después de todo, los dos también tenían que seguir viviendo a partir de ahora.

―¿Qué deberíamos hacer para desayunar...?

Mientras Gilbert preguntaba con una amable sonrisa, las comisuras de los labios de Violet también se levantaron. 

―Vinieron hasta aquí. Quiero brindarles algo de hospitalidad.

―Sí, pero de verdad, espero que limiten las visitas sin avisar sólo a esta vez.

―Me sorprendió gratamente.

―Me da menos tiempo a solas contigo. Y tenemos nuestros propios planes.

―El Presidente Hodgins le tiene cariño, Mayor.

―Bueno, somos los mejores amigos.

―Y parece que Benedict estaba preocupado por cómo va nuestra vida cotidiana.

―La única que le preocupa eres tú, ¿verdad? Me hizo varias advertencias incluso en nuestra boda.

―El Presidente Hodgins propuso que hiciéramos algo divertido hoy.

―Sin embargo, me divierto aunque estemos los dos solos.

―Mayor, ¿quizás sea hora de aflojar este abrazo... y, hum, empezar a preparar el desayuno?

―Quiero seguir abrazándote, sólo un poco más.

Gilbert era capaz de creer que ahora no temía a nada. Ni a vivir ni a morir.

--Ahora que te tengo a ti, mi " más grande amor", ya no le temo a nada.











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