Violet Evergarden - Booklet 9

 


Cierto hombre recogió una bestia salvaje.

Era hermosa hasta lo insólito. Catastróficamente tonta. Ridículamente ignorante y violenta.

Sin embargo, también era un tipo de bestia extremadamente raro, que sentía apego por las personas y las obedecía.

Su pelaje era dorado. Sus ojos eran de un azul límpido.

La bestia no sabía lanzar un grito, pero si se la adiestraba, probablemente podría venderse por un alto precio.

Así era la bestia que el hombre eligió.

El encuentro entre el hombre y la bestia fue fruto de la desgracia, ya que un gran número de personas cayeron víctimas de los colmillos de la bestia.

La bestia seguía la espalda del hombre todo el tiempo.

Era una bestia aterradora, que devoraba a los humanos. Tenía que darse prisa y deshacerse de ella en algún lugar.

Aun así, pensó el hombre, probablemente sería útil en un campo de batalla.

La ocupación del hombre era la defensa nacional. Su estatus era el de capitán naval.

Una bestia feroz era adecuada como perro guardián, y nadie se preocuparía si la solitaria bestia perdía la vida en algún lugar.

Para el hombre, la bestia no era una compañera deseada, pero todo lo que pudiera usarse debía usarse.

Si no la hubiera tirado cuando debía, el futuro habría cambiado drásticamente.

 

 

VIOLET EVERGARDEN SI

 

 

―Camisa - eso no; la camisa.

La suave luz del amanecer brillaba sobre Leiden, la capital de Leidenschaftlich. Era una bonita estación, en la que danzaban los pétalos de las flores de buganvilla. Una hermosa mañana. El aspecto de la ciudad era divino mientras la luz del sol fluía desde las grietas entre las nubes, como escaleras para los ángeles. Una luz diurna que hacía que la gente abrazara un poco de esperanza hacia el día llamado hoy y el largo periodo llamado vida -que hacía que aparecieran esos pensamientos- era lo que iluminaba la ciudad.

En este maravilloso día, dentro del dormitorio de una instalación construida en las inmediaciones del Ministerio de Marina de Leidenschaftlich, un hombre se encontraba con el ánimo nublado, en contraste con el paisaje del exterior. Aunque se había despertado hacía apenas unos minutos, estaba irritado. No miraba la luz del sol que entraba por la ventana. Tampoco le interesaba el baile de las suaves sombras creadas por el revoloteo de las cortinas.

Lo único en lo que tenía puestos los ojos era en su bestia.

―Es la camisa. No lo haces a propósito, ¿verdad?

El hombre pertenecía a una clase privilegiada. Se notaba que su habitación amueblada y privada había sido reformada para que su usuario pudiera vivir con el máximo confort. Algo así no estaba permitido a menos que la persona perteneciera a una posición social acorde.

Odiaba la idea de tener su propia casa. También evitaba volver a su hogar y a un componente menor de su nación, su familia.

―La camisa.

―La camisa. La camisa.

―'Camisa'.

―No, eso es un gemelo. Escucha; voy a decirlo una vez más.

Mientras hablaba, su voz era baja, encantadora y hosca. Su pelo, como tinta del color de la oscuridad nocturna con un hilo de azul mezclado, era largo y parecía seda. Sus rasgos faciales, profundamente tallados y delicados, recibirían sin duda la atención de las mujeres si saliera a pasear por la ciudad. Su noble belleza permitía adivinar la finura de su educación con una sola mirada.

Dietfried Bougainvillea, el hombre que lucía semejante aspecto, estaba harto de la chica que tenía delante, que no podía ni traerle una camisa. Por su aspecto, dicha muchacha, torpemente vestida con el uniforme femenino de oficial de la marina de Leidenschaftlich, era tan joven que aún no había llegado a la adolescencia. Se le podía considerar demasiado inmadura para ponerle cara de enfado a una niña así.

Dietfried agarró su diminuta mano, de un tamaño tan diferente al suyo, y le hizo asir una camisa blanca. "Camisa", dijo mirándola fijamente, como si quisiera darle una lección. Sus labios también se movían lentamente, para que ella entendiera la pronunciación.

La chica a la que miraba fijamente alternaba la vista entre la camisa a la que la obligaba a agarrarse y su amo, que estaba desnudo de cintura para arriba. Sus grandes ojos se abrieron aún más al intentar aprender algo.

Dietfried quería empezar a gritarle de inmediato, pero de alguna manera se las arregló para permanecer en su estado actual, aceptando su silencio y que se tomara su tiempo.

Finalmente, la chica asintió.

―'Camisa'...

Dietfried exhaló. Dejó escapar un suspiro mezclado de alivio y decepción.

―Así es; es una camisa lo que quiero.

―Esto es una camisa.

―¿Qué vas a hacer con esa camisa?

―Capitán, es una camisa.

―Sí, así es. Dámela después de decir eso. Eres realmente un buen bichito.

―Una camisa.

―Basta.

―Capitán, una camisa.

―¡Ya basta!

Lo que estaba haciendo era enseñar. La chica, que ni siquiera sabía decir bien esa palabra, nunca había recibido educación. Era una huérfana que Dietfried acogió debido a ciertas circunstancias y no sabía hablar muy bien. Lo más probable es que alguien la hubiera utilizado antes de que Dietfried la recogiera.

Definitivamente era una bestia salvaje más que una persona. Lo único que podía hacer era asesinar a la gente siguiendo las órdenes de su amo. Era una chica bestial incapaz de hacer otra cosa que eso. Dietfried hizo que la chica viviera en uno de los barcos de guerra de Leidenschaftlich, poniéndola inmediatamente en acción para el combate en caso de que hubiera alguna batalla en el mar, utilizándola como soldado.

La razón por la que conseguía logros militares excepcionales era que la mantenía a su lado. Como tenía la apariencia de un infante, incitaba fácilmente a la negligencia. Ya había hecho gala de su poder varias veces acercándose a barcos de guerra enemigos en un bote, causando una perturbación en el momento en que la confundían con una víctima y la dejaban subir a bordo, aprovechando luego para iniciar un ataque naval. Era un trabajo inhumano para una niña.

Dietfried era consciente de ello. Sin embargo, la había obligado a hacerlo. Lo había hecho innumerables veces.

Creía que moriría pronto, pero cada vez que iba a ver los cadáveres, ella solía ser la única superviviente. Por mucho que intentara matarla, hacer que la mataran, ella no moría. En lugar de eso, aplastaba las naves enemigas.

"La ondina de Leidenschaftlich" era como la llamaban ahora los soldados de la marina. (NT: En la mitología griega (griego antiguo νεράιδα neraida, 'ondina'), se llamaba ondinas a las ninfas acuáticas náyades de espectacular belleza que habitaban en los lagos, ríos, estanques o fuentes al igual que las nereidas, mitad mujer y mitad pez.)

Si no podía matarla, no le quedaba más remedio que hacerla útil. Dietfried despreciaba a esta chica, que había masacrado a sus subordinados cuando se conocieron, pero ese tiempo ya había pasado y se estaba abriendo de nuevo. Aprovechar la vida de esta chica hasta que se derrumbara era también una forma de llorar por los que ya no estaban. Así lo pensó. Por eso, para hacerla trabajar duro también como sirvienta, le estaba enseñando a hablar.

Había empezado a hacerlo porque les costaba comunicarse, pero Dietfried no tenía mucho talento como educador. Había podido ascender hasta el puesto de capitán de la marina gracias a sus logros personales. Era hábil para dirigir e instruir a la gente, pero para sermonear a una niña como ésta de tú a tú, estaba terriblemente incapacitado.

―Ahora, los zapatos. Ponme los zapatos.

―Zapa...

―Aquí, mira cómo se mueve mi boca.

―Yo.

―Zapatos. Vamos, intenta decirlo.

―'Zapa-tos'.

―Dilo cinco veces. Zapatos, zapatos, zapatos, zapatos, zapatos.

―'Zapatos, zapatos, zapatos, zapatos, zapatos'.

―Muy bien. Ahora, ponme los zapatos.

―Capitán, quiere decir 'zapatos, zapatos, zapatos, zapatos'.

Claramente incapaz.

―Capitán.

―Eres basura.

―'Basu-ra'.

―Oye, no me digas 'basura' a mí.

―¿Qué significa 'basu-ra'?

A Dietfried le entraron ganas de arrastrarse hasta la cama en la que estaba sentado y tumbarse a enfurruñarse sin más. De hecho, agachó la cabeza y rodó sobre la cama.

Cualquiera que lo conociera bien evaluaría que, para ser alguien como él, le estaba enseñando con mucha paciencia. Como era el tipo de hombre que podía hacer cualquier cosa impecablemente por naturaleza, su actitud hacia los que no podían era fría. Un hombre así intentaba educar a una niña huérfana que no sabía hablar. Se encontraba en un estado en el que se podía decir que estaba esforzándose.

―Capitán, ya es de día.

―Lo sé... no estoy durmiendo. Estoy tumbado boca abajo porque estoy decepcionado de ti.

―Tiene alguna orden para 'Tú'?

―¿Sabes? Te llamo 'Tú', pero ese no es tu nombre.

―Si no, 'Tú' estará a la espera.

Aunque entendía bien palabras como "en espera" u "orden", tardaba en asimilar términos de la vida cotidiana. La discrepancia entre las cosas que le interesaban y las que no era evidente en los resultados de su aprendizaje.

En realidad, esta fiera no necesitaba palabras.

Aun así, Dietfried había decidido concedérselas. Retractarse de una decisión le resultaba vergonzoso. Creía que nunca debía hacer algo así.

--Al menos tengo que hacerla evolucionar de animal salvaje a perro guardián. Si no, tanto ella como yo tendremos problemas.

Dietfried se esforzaba. Se estaba esforzando extraordinariamente.

―Basta; ahora voy a peinarme. Dame el peine.

Parecía que había memorizado bien la palabra "peine", pues inmediatamente lo tomó del tocador del que ya estaba provista la habitación y se lo presentó a Dietfried. Ella lo observó con sus grandes ojos de piedra preciosa mientras él se incorporaba como si le doliera y comenzaba a peinarse lentamente su larga cabellera. Lo trenzó suave y hábilmente con sus largos dedos, luego lo ató con una cinta y terminó.

Dietfried golpeó la cama con una palmada, indicando a la chica que se sentara a su lado.

―Haz como yo. Mientras lleves ese uniforme, eres mi subordinada. Que tengas mal aspecto es un problema para mí.

Aceptando el peine, la chica empezó a peinarse también. Últimamente estaba mejorando, pero su pelo estaba dañado desde hacía tiempo debido a la desnutrición, por lo que las puntas tendían a enredarse. Cuando intentó pasar el peine a la fuerza, Dietfried la detuvo con una mano.

―Otra vez esto... Para; no trates así tu pelo... ¿Por qué tengo que cepillarlo todos los días? Hoy es el día en que te lo vas a cortar ―dijo Dietfried mientras desenredaba con cuidado las puntas de pelo enredadas en lugar de ella.

La chica se quedó inmóvil. Dietfried no se dio cuenta de que la expresión de su rostro era un poco diferente de su habitual inexpresividad.

―Capitán.

―¿Qué?

―¿Debería "tú" peinarlo también?

―No, está bien. Tengo un mal presentimiento cuando estás detrás de mí.

Lo hubiera entendido o no, la chica cerró los ojos como si estuviera conteniendo algo.

―Muy bien...

 

 

 

Para reabastecer y reparar el buque de guerra, Dietfried se dirigió a tierra. Estaba previsto que la estancia en el puerto durase hasta cinco días. Durante ese periodo, la tripulación estaría de vacaciones. La mayoría de sus subordinados estaban deambulando por la ciudad de Leiden, pero los que vivían cerca aprovechaban al máximo sus días libres para ir a ver a sus familias en sus ciudades de origen.

Dietfried por fin también tenía tiempo libre hoy. Tenía que tomarse varios días para enviar todo tipo de saludos e informes. Hizo una larga nota en su cabeza con una lista de las cosas que tenía que comprar. De una forma u otra, pudo sacar tiempo al menos para ir de compras tranquilamente.

―Eh, vamos.

―Sí, capitán.

En general, Dietfried pasaba a la acción mientras la mantenía a su lado. Ella estaría bien de pie esperando en algún lugar, pero dejar irreflexivamente a una mujer sola entre hombres era un factor primordial para que ocurrieran incidentes.

No es que estuviera preocupado por la chica. Lo que le preocupaba era la gente que se encontraría con que las tornas se volvían en su contra por intentar ponerle las manos encima. En tiempos de guerra, la decisión de Dietfried era evitar al máximo la pérdida de recursos humanos. Tenía que supervisar a esta chica para evitar que redujera su número de subordinados.

Sin embargo, también tenía su lado bueno. El poder de lucha y la capacidad de detección de crisis de la chica eran extraordinariamente buenos, lo que la cualificaba para misiones de escolta. Solía andar siempre con guardaespaldas y asociados a medida que subía de rango, pero ahora, con esta chica bastaba.

--Es bueno que pueda dejar descansar a más gente, aunque sólo sea a una más, sacrificándola a ella.

Bajo la luz del sol, Dietfried pensó esto mientras observaba a la chica mover ansiosamente las piernas para perseguir su espalda con pasos repiqueteantes.

―Ya terminamos de comprar este tipo de artículos de lujo... Ahora vamos por la ropa... Eh, por aquí. Sígueme.

―Capitán, usted conoce bien la ciudad.

―Así es. Estoy 'bien familiarizado con la ciudad' ―respondió Dietfried al mismo nivel que la chica, que a veces utilizaba las palabras de forma extraña.

Tal como le había dicho, Leiden era su ciudad natal. En circunstancias normales, a él también le parecería bien volver a casa.

―Aunque no sé si esta ciudad me gusta o la odio.

Pero como no lo hizo, se podía adivinar sobre su situación familiar.

―¿Sabes qué es lo bueno de esta ciudad, verdad?

―No conozco-muy bien la ciudad.

―La belleza de la arquitectura y el espíritu de la gente cambian según la ciudad. Si dejas de lado tus emociones, Leiden es una ciudad impresionante.

―Yo no tengo emociones. Eso significa que para mí es una ciudad impresionante.

―Lo entendiste mal.

―Esto es difícil.

―No puedes entender el razonamiento humano porque no eres humana.

―Ya veo.

Después de decir algo que heriría a una niña pequeña, comprobó la expresión de su cara, que seguía tan inexpresiva como siempre.

―Tú.

Sin embargo, no pasó por alto que su voz se había vuelto ligeramente más sombría.

―¿No quieres huir de mí? ―susurró opresivamente, deteniéndose en seco y mirándola desde arriba.

Enmarcando sus enormes ojos, las pestañas doradas de la chica revoloteaban como mariposas. Parecía sorprendida.

―Ahora mismo no estamos en el mar. Ni dentro del buque de guerra. Si huyes a alguna parte, no podré alcanzarte. Para empezar, no tendría intención de ir a buscarte. Así que si quieres hacerlo, puedes.

Si alguien escuchara la pregunta, parecería que estaba poniendo a prueba a la chica. De hecho, puede que lo estuviera haciendo. De vez en cuando, la gente hacía esas cosas por tontería.

Dietfried no lo admitía en absoluto, pero a medida que tomaba a esta bestia bajo su cuidado personal y la criaba, empezaba a sentir que quería algo. A cambio de eso, no le dio un nombre. Si fuera otra persona, seguramente lo expresaría con palabras y mostraría su deseo con facilidad, pero Dietfried era diferente. Este hombre era terriblemente complicado: profundamente compasivo y a la vez cruel.

―Capitán Dietfried, ¿qué se supone que debo hacer huyendo de usted?

Al igual que esa chica, él estaba roto en alguna parte.

La pregunta no tenía sentido para ella.

―No tengo significación. Si no me utiliza, claro.

Esta chica no tenía sentimientos.

―No hay significado para mí a menos que esté siendo utilizada. Soy una herramienta. Existo para ser usada.

Ella no conocía el amor.

―Soy una bestia salvaje. Las bestias anidan donde van sus dueños.

Todo lo que quería era la validación de su propia existencia. Dinero, honor, estatus o cualquier cosa por el estilo.

―Estoy segura de que fui hecha así desde que nací.

No necesitaba nada de eso. No tenían sentido para ella.

―Y usted-ha sido registrado-como mi amo dentro de mí.

La chica ante sus ojos lo miró como diciendo, "no olvide que soy una bestia".

―Me lleva y me utiliza.

Puede que sus posiciones estuvieran invertidas desde el principio.

―Por favor, póngase a mi lado, capitán.

Tal vez Dietfried era el que se mantenía como prueba de existencia.

--Sería genial si pudiera matarla ahora mismo.

No era más que una bestia solitaria, que sólo anhelaba un amo. No tenía que ser Dietfried. Eso fue lo que sintió que ella le dijo.

―Voy a volver.

Dietfried comenzó a caminar. Hacia una dirección completamente opuesta a la ruta establecida. A grandes pasos, con el chasquido de sus botas de cuero, caminó como si quisiera dejar atrás a la chica.

―Pero todavía no ha comprado la mayoría de los artículos.

―Está bien; voy a volver.

―De acuerdo.

Como era de esperar, la chica permaneció inexpresiva incluso cuando su amo se disgustó repentinamente y le gritó. Estaba acostumbrada a dejarse llevar. No sólo por el hombre que tenía delante, sino también por su propio destino. Había fluido, dejándose llevar por la corriente, y ahora estaba aquí.

Fue Dietfried el único que nunca se acostumbró a la chica.

―Camina rápido.

No había nombre apropiado para la relación entre ellos.

―Sí, no me iré de su lado.

--Escoria.

¿Por qué tenía que ser él el único que manifestara sus emociones? Sería genial si pudiera hacer que la cara de la chica se distorsionara aunque sólo fuera un poco. Este sentimiento surgía y desaparecía dentro de él. Era casi la forma de pensar de un niño cuya madre no le presta atención, pero atrapado como estaba en sus propias emociones, Dietfried no se dio cuenta de ello.

―Capitán.

Perturbado por la rabia y la confusión, Dietfried gritó enfadado:

―¡¿Qué?! ―en respuesta a la llamada de la chica.

―Hay una persona sospechosa corriendo hacia nosotros por detrás. ¿Debo suprimirlo?

―¿Eh?

Al darse la vuelta, tal y como había dicho la chica, efectivamente había un individuo extraño corriendo hacia ellos. Llevaba un bolso bajo el brazo. Podían oír el grito de una mujer al fondo. Si uno tuviera que sacar una conclusión sólo con ver la situación, lo más seguro es que fuera un ladrón.

―No mates; captúralo.

A la orden que le susurraron en voz baja, la chica respondió con voz clara:

―Entendido.

Inmediatamente, salió corriendo.

―¡Fuera de mi camino!

Cuando el hombre gritó tan agresivas palabras mientras se acercaba a la gente que le rodeaba, ésta le abrió paso atemorizada. La única que se interpuso en el camino abierto fue la chica.

―¡Mocosa! ¡Muévete! ¡Te voy a matar!

Al ver que una chica vestida con uniforme militar se dirigía hacia él, el hombre sacó una navaja mientras corría. Correr mientras la blandía era peligroso sin límites. Por mucha fuerza bruta que uno tuviera, flaquearía ante semejante desafío frontal.

―No me llamo 'Mocosa'.

Sin embargo, la chica no vaciló. Justo antes de la colisión, la chica bajó su postura con brusquedad y evadió el ataque de la navaja en primera instancia. A continuación, agarró una de las piernas del hombre y se lanzó contra él. Al frenar en seco la fuerza que el hombre había aplicado a la dirección de su movimiento, se precipitó violentamente de bruces contra el suelo.

―Es 'Tú'.

El ataque de la chica no terminó ahí. Agarró la espalda del hombre agonizante, y después de levantar su cuerpo como si cogiera a un gato por el cuello, le dio un puñetazo en la garganta. Además, le retorció el brazo, suprimiendo por completo sus movimientos.

―P-Por favor, suél...

―No puedo entender el contenido de tu discurso.

―Suél-ta-me-por-fa-vor--

―No puedo entender el contenido de su discurso.

La chica desprendía un miedo que helaba la sangre y repetía despiadadamente la misma respuesta al hombre que probablemente le estaba diciendo: "Suéltame". Su aspecto era tan bello como frío.

―La clase que te di la última vez sobre las constantes vitales del cuerpo humano te vino bien, ¿eh?

―Sí.

Dietfried venía caminando relajado, parecía que su aspecto malhumorado de antes había disminuido un poquito.

―Como usted me dijo, capitán. Los golpes en la garganta son efectivos.

―Cierto. ¿Recuerdas el nombre de los puntos que duelen cuando golpeas?

―Partes vitales.

―Así es... En el caso de los hombres en particular, está la manzana de Adán. Mira esto ―Dietfried agarró del pelo al lastimero ladrón y le hizo levantar la cara. Luego señaló la manzana de Adán del otro―. Escucha. Esta cosa abultada es la manzana de Adán.

―'Arce de Adán'.

―Es la 'manzana de Adán'.

El ladrón no pudo hacer otra cosa que observar confundido la conversación entre los dos bichos raros. No había otra forma de describirlos más que "bizarros". También podría decirse que estaban locos. Al fin y al cabo, el dúo estaba dando una conferencia sobre partes vitales utilizando el cuerpo de un completo desconocido.

―'Manzana de Adán'. ¿Es... es una parte vital?

―Sí. Se hace difícil hablar cuando golpeas aquí, así que golpéala cuando quieras que alguien se calle.

―Entendido, Capitán. Si quiero que alguien se calle, lo golpearé allí.

―Además, probablemente fuiste por sus pies porque tiene un cuchillo, pero cuando el tipo está acostumbrado a pelear, deberías abandonar la idea. Te patearán así. Puede que seas fuerte, pero eres ligera.

―¿Debería esquivar hacia un lado?

―Con tus habilidades de salto, también podrías haberle dado una patada voladora. De todas formas, tenía las manos ocupadas con la navaja y la bolsa. La mayoría de la gente no pensaría que les darías una patada voladora, así que puede funcionar. O eso o empezar a atacar después de arrojarle las cosas que llevas en la mano.

La chica asintió como diciendo:

―Ya veo. Pero Capitán, no se me permite lanzar sus pertenencias.

―Así es. Si hubieras hecho eso, te habría dado una paliza.

A pesar de mostrar una cara que denotaba que no lo había comprendido, la chica asintió. Los que estaban acostumbrados a obedecer tendían a tragarse el trato vejatorio de los demás.

―En cualquier caso, ¿deberíamos devolver la bolsa a la víctima? O deberíamos informar a la policía militar...

Aunque Dietfried se estaba ocupando del alboroto de forma enérgica y profesional, sus ojos se fijaron en alguien que se colaba entre la multitud que se había congregado a su alrededor.

―Por favor, déjenme pasar ―la voz de un hombre resonó en toda la zona.

―Lo siento; aquí es peligroso, así que déjenos pasar ―hizo lo mismo la dulce voz de otro hombre.

―Disculpen; escuchamos que atraparon a un criminal fugitivo, y nosotros también. Llevémoslos juntos a la policía militar...

Los hombres que aparecieron perdieron la voz por un segundo. Al igual que Dietfried.

―Gil...

Pelo del color de la noche y ojos esmeralda. Había partes de su apariencia física que eran similares entre sí, sin embargo, el aire sobre ellos era abrumadoramente diferente. Sin embargo, si los dos estaban uno al lado del otro, uno podía decir rápidamente lo que eran.

―Hermano...

El que estaba allí era el hermano menor de Dietfried, Gilbert Bougainvillea.

―Uwah, es el Capitán.

Junto con un gran hombre pelirrojo, tenía a un ladrón en su poder y se lo estaban llevando a rastras.

--Claudia Hodgins también... Seguro que se encontró con un tipo ruidoso.

La alegría de encontrarse con su hermano menor afloró, pero una vez que reflexionó sobre cómo explicar la situación y cómo responderían a ella, sus sentimientos pronto se inclinaron hacia el lado de considerarlo una molestia.

Gilbert mostró agitación por un instante al ver a su hermano mayor, pero inmediatamente cambió su mirada hacia la comprensión de la situación de los alrededores. Cuando vio que una chica era la que estaba inmovilizando al supuesto ladrón ella sola, la mirada de sus ojos cambió.

―Hodgins.

―Aah, está bien. Puedo sujetarlo yo solo. Tú ocúpate de esa chica...

Gilbert entregó al hombre que tenían sujeto al llamado Hodgins, dirigiéndose al lado de la chica y arrodillándose con una rodilla. Luego dijo, fijando su mirada en la de ella:

―Cambiemos; ¿estás herida? ―Antes de ganarse su consentimiento, Gilbert se encargó de sujetar al hombre―. ¿Alguna herida? ―volvió a preguntar al ver que la chica no contestaba.

La chica miró a Dietfried.

―El capitán está ileso ―informó del estado de su amo, sin pensar que la interrogaban sobre el suyo.

―No, pregunto por ti.

La chica miró a Dietfried y luego a Gilbert. Movió el cuello a derecha e izquierda innumerables veces, sin saber qué hacer.

―Si estoy herida o no, no es un problema. Esa pregunta es inapropiada.

Cuando Dietfried escuchó esta frase, la zona alrededor de su pecho se volvió repentinamente pesada.

―¿Qué estás diciendo...? Se trata de tu cuerpo. Tu familia se entristecerá si te hieren, ¿verdad?

Después de todo, él nunca le había hecho la pregunta "¿Estás herida?".

―No tengo 'familia'.

Ni una sola vez hasta ahora.

Gilbert miró a Dietfried. Dietfried también miró a Gilbert. Por un momento, los dos hermanos rechazaron con la mirada lo que el otro quería decir. Un aire que podría considerarse peligroso comenzó a flotar allí.

Aunque Gilbert había estado hablando con la chica en un tono suave hasta hacía un momento, la calidez de su voz cayó en picada:

―Hermano, antes de nada deberíamos contactar con la policía militar.

―Entonces, los llamaré.

―Está bien; quédate aquí. Hermano, eres el más vacío de nosotros. Podemos contar contigo, ¿verdad?

―Llevo bolsas de compras.

―Hermano... me voy a enfadar de verdad...

Al final, Dietfried cedió, por miedo a la ira de su hermano menor. Los dos ladrones fueron llevados rápidamente a la policía militar, y así los tres hombres y la chica que los habían apresado abandonaron el lugar como si huyeran de un tumulto.

 

 

El curso de los acontecimientos después de aquello fue, sencillamente, una espectacular pelea entre hermanos.

Gilbert se enfureció contra su hermano mayor por convertir a una niña en combatiente y utilizarla como esclava, mientras Dietfried trataba desesperadamente de refutarle con el hecho de que, para empezar, ella no era una "niña". Atrapado entre ellos e incapaz de soportar permanecer allí por más tiempo, Hodgins intentó llevarse a la niña lejos del lugar de su discusión, pero ella no se apartó del lado de Dietfried. Al final, no consiguieron mantener la discusión, separándose con la decisión de fijar un lugar adecuado para hablar en una fecha posterior.

Mientras regresaban al dormitorio e incluso después de llegar, Dietfried permaneció callado, sin pronunciar una sola palabra. Ya era bien entrada la noche.

―Capitán.

―Silencio.

―¿Qué va a comer para la cena de hoy? Puedo reservarle un sitio en la cafetería.

―No lo necesito.

―Entendido.

La irritación de Dietfried se amplificó aún más con el hecho de que la chica, que era el punto en cuestión, se conducía operando de la misma manera que de costumbre.

―No quiero mirarte a la cara. Vuelve a tu habitación.

―Entendido.

Una vez que ella salió de su habitación, Dietfried tuvo una abrupta comprensión. La chica no iría a la cafetería a menos que él se lo ordenara. Como había olvidado decirle que lo hiciera, existía la posibilidad de que ella no comiera.

--Tengo que decírselo.

Sin embargo, un sentimiento surgió dentro de él, preguntándose por qué tenía que cuidarla hasta ese punto. Siempre que esa chica estaba cerca, no importaba qué, acababa restringiéndose.

Dietfried volvió a sentir rabia al recordar todo lo que Gilbert le dijo.

―Hermano, eres una persona horrible.

--No, no soy sólo yo. Ella también lo es.

―¿No te da pena esa niña?

--Estás equivocado; no es así. No es así. No lo entiendes.

―Todavía es muy pequeña.

--Ella es una pequeña asesina. Una asesina que mató a mis camaradas y mata a mis enemigos.

¿Cuál de ellos era el que estaba en cautiverio?

--Quien hizo un desastre de mi vida.

Deseando ser libre, había tirado todo por la borda. Aunque recibiera críticas, huyó de ellas, sin prestarles atención. Ese era Dietfried Bougainvillea.

--Aunque era libre.

Había abandonado su hogar.

--Aunque era libre.

Había abandonado a su familia.

--A pesar de que era libre.

Había abandonado a su hermano.

--A pesar de que era libre.

Y entonces, se deshizo incluso de la bondad, convirtiéndose en una hoja sacada de su sigilo y sobreviviendo en la severidad. Había estado haciendo todo lo posible. Había estado sufriendo.

Sin embargo, por culpa de una sola chica, ahora todo era inestable.

Dietfried movió su cuerpo con brusquedad. Se levantó de la cama y se puso un abrigo. Abriendo la puerta de la habitación contigua a la suya, hizo que la niña se vistiera con todas las capas posibles y la sacó fuera.

¿Adónde iban en plena noche? La chica preguntó cuál era su destino, pero él no contestó. Caminaron, caminaron y caminaron, y luego subieron a un carruaje.

El carruaje se movía con clics y clacs. Desde la ventanilla se veía a la Luna persiguiéndoles.

Una vez que llegaron a un lugar demasiado alejado de las instalaciones de los dormitorios, pudo ver una mansión que uno no llamaría un hogar ordinario. Se podía suponer que las parcelas de abundante naturaleza que la rodeaban también formaban parte de la finca, que era también la antigua residencia de Dietfried.

La mansión era propiedad de la familia Bougainvillea. Ésta era una parte de ella. La casa principal estaba situada en otro lugar.

El cielo ya empezaba a palidecer, a punto de dar la bienvenida al amanecer. De nuevo, una hermosa mañana iba a comenzar en Leidenschaftlich.

Habían estado viajando durante toda una noche y a él le dolía el cuerpo. Su estado era el peor debido a la falta de sueño. Sin embargo, Dietfried dejó escapar un suspiro de alivio cuando llegaron por fin a la mansión. Actualmente alistado en el ejército, Gilbert le dijo que estaba en Leiden para una parada temporal. De ser así, para evitar una reprimenda de su madre, debería alojarse en su villa.

Ahora mismo, Gilbert estaba allí. Su hermano menor, que -a diferencia de Dietfried- tenía la forma de todo lo que sus padres consideraban que una persona debía tener, estaba allí.

―Escucha: entra en esa casa. Y luego llama a Gilbert.

Su respetable hermano menor, cuyas emociones no estaban demasiado deformadas, estaba allí.

―Dile que te eché. Si haces eso, te tratará bien. Tienes que demostrarle lo cansada que estás. Pase lo que pase, asegúrate de pedirle que te convierta en oficial del ejército.

Eso fue una chispa en la vida de completa oscuridad de Dietfried.

―No hay forma de que alguien como tú pueda llevar una vida normal a estas alturas. Servir al ejército y luego morir.

El hecho de que existiera y fuera un pariente con el que Dietfried compartía la misma sangre era, para este último, una esperanza.

―Seguro que te protegerá.

Él era esperanza. Él era luz.

―Yo...

Por muy roto que estuviera, Dietfried podía creer que tenía un algo normal. Esto siempre le había dado coraje.

―Tú...

Era consciente de que hacía mal como persona.

―Tú y yo no podemos estar juntos.

Sabía que era el tipo de ser humano que no podía cambiar, a pesar de estar equivocado. Por eso amaba a su virtuoso hermano menor como si fuera una necesidad. Lo amaba incluso ahora.

Gilbert nunca traicionaría a Dietfried. Después de todo, él también amaba a su hermano mayor.

La habitual inexpresividad de la chica se desmoronó lentamente. Abrió y cerró la boca repetidamente, intentando decir algo. Sin embargo, probablemente incapaz de encontrar las palabras adecuadas, miró a la mansión Bougainvillea y sacudió la cabeza como una niña que hace un berrinche en señal de rechazo.

―Vete; sólo vete.

―No quiero.

―No me contestes. No te necesito. Ve a que te utilice otro dueño.

―No quiero... no quiero...

―¡Te estoy diciendo que no te necesito! ¡Date prisa y vete!

La chica intentó agarrarse al brazo de Dietfried. Sin embargo, Dietfried empezó a alejarse antes de que ella pudiera hacerlo. Se dirigió despreocupadamente hacia el carruaje que estaba estacionado un poco lejos de la puerta principal de la residencia.

―Capitán.

La chica venía tras él. Su voz estaba cargada de sentimientos de desesperación.

--¿Qué te pasa?

―Capitán, Capitán...

--Aunque normalmente no tienes emociones.

―¡Capitán, no quiero esto! ¡Capitán! ¡Por favor, deme una orden!

--Aunque solo pienses en mí como una herramienta para recibir órdenes.

―¡Capitán! ¡Capitán! ¡Aprenderé a leer!

--Podría haber sido cualquiera, ¿verdad? Aunque no fuera yo, cualquiera te serviría.

―¡Por favor! ¡Capitán, no quiero esto, Capitán!

--Aunque no fuera yo, tú...

―Capitán... Capitán... Haré lo que sea, Capitán... Capitán...

--Aunque no fuera yo, te hubiera parecido bien. ¿No es así?

Dietfried se volvió para comprobar si su voz se había apagado. La chica de siempre no estaba allí. Su figura de bestia salvaje del primer encuentro también había desaparecido.

―Por favor, no me deje sola...

La que estaba allí era la niña a la que Dietfried había enseñado a hablar.

Dietfried miró a la niña que tenía delante como si se hubiera vuelto senil. Ella estaba llorando. Aquella niña bestia, que no lloraba por muchas heridas que se ganara, estaba llorando. Y también recurriendo a él con las cosas que podía hacer.

―Puedo luchar; también puedo llevar sus pertenencias; y ponerle la camisa.

Ella estaba desesperadamente mencionando lo que podía hacer para probar su existencia.

―Mis heridas también se curan rápido; también puedo matar a sus enemigos; haré lo que sea.

¿Cómo podía afirmar su ser?

―Por favor, permítame... Capitán...

¿Qué podía hacer para permanecer al lado de Dietfried Bougainvillea? Intentaba certificar su existencia. En realidad, Dietfried la había juzgado mal.

La muchacha se había cerciorado correctamente de quién era su señor.

Si podía haber sido otro, había varias personas además de él. Sin embargo, era a él a quien había perseguido. La fiera lo había percibido instintivamente y lo había perseguido.

Ella lo había seguido mientras abrazaba el deseo de que, si era un humano como él, un adulto como él, entonces seguramente...

―Puedo ser utilizada; puedo convertirme en una herramienta óptima.

...no la abandonaría.

Si él no la hubiera dotado de palabras y la hubiera utilizado como una mera herramienta, ella nunca habría dicho algo así. Dietfried había fracasado.

Peinarla y enseñarle pacientemente el estilo de vida cotidiano no había servido de nada. Tampoco el hecho de que le enseñara qué hacer y cómo luchar cada vez que encontraba dificultades estando sola. Nada de eso había servido de nada.

Incluso sin que el propio Dietfried Bougainvillea se diera cuenta...

―Por favor, déjeme estar a su lado.

...la bestia salvaje se estaba convirtiendo en persona.

La completa oscuridad de la noche se desvanecía poco a poco. Desde la dirección de la mansión Bougainvillea, aparecieron un criado y Gilbert -el amo de la casa-, que habían llegado al oír los gritos airados. Se quedaron mirando al dúo con sorpresa.

Dietfried cambió lentamente de rumbo. Se giró hacia la niña que lloraba. Un paso tras otro, se acercó a la niña.

―¿Me necesitas?

Entonces extendió las manos, estrechando su pequeño cuerpo entre los brazos.

―Sí.

Con una torpeza similar a la de sostener a un animal por primera vez, la apoyó por la espalda.

―Aunque te diga que no te necesito, ¿tú me necesitas?

Al hacerlo, los dos parecían uno.

―Sí; por favor, no me deje sola.

Parecían un solo ser vivo, formado por una combinación de formas distorsionadas.

―Ya veo.

Dietfried sintió que las cosas oscuras que hasta ahora se retorcían dentro de su pecho se aclaraban. Sus sentimientos hacia ella, cercanos al odio, también se atenuaron. Lo mismo ocurría con la rabia hacia sí mismo y su complejo de inferioridad respecto al resto del mundo. Iluminados por la suave luz del sol, todos se desvanecieron y desaparecieron, igual que los oscuros y profundos colores de la noche.

--Ya veo; así que yo quería algo así, pensó Dietfried vacuamente mientras abrazaba a la niña que se aferraba a él.

Sintió que comprendía por qué siempre estaba tan irritado con aquella niña. Igual que ella quería probarse a sí misma, él también quería que los demás lo aceptaran.

Socialmente, era reconocido. También tenía subordinados que lo idolatraban. Sin embargo, Dietfried...

--...quería esto...

...quería que esa bestia salvaje lo reconociera. Que lo reconociera.

Los tiempos en que realmente pensó que quería matarla habían pasado. También habían pasado las veces en que quiso empujarla hacia otra persona. Y los momentos en los que intentaba utilizarla únicamente como una herramienta hasta que se derrumbara, como una esclava, también habían pasado. Ahora se transformaban en preguntas sobre lo que podía hacer para que durara, para que ella viviera.

Estaban cambiando correctamente hacia la dirección de la luz.

―Entonces, quédate a mi lado.

Por eso también quería reconocer. No importaba la forma distorsionada que tuvieran.

La niña y el hombre dieron entonces la bienvenida a la primera mañana en la que se reconocieron mutuamente.

 

 

 

Después se erigió una mansión en las afueras de Leidenschaftlich.

Construida una vez finalizada la Guerra Continental, tras el cese definitivo de las hostilidades, dicha mansión fue el hogar de una familia un tanto excéntrica. Un hombre y una niña. Muy distantes en edad, ambos no parecían llevarse bien, aunque no daban muestras de que fueran a separarse.

―Capitán, ya es de día.

Mientras hilos de cabello dorado caían suavemente en cascada frente a él como cortinas con dosel, Dietfried se frotó los párpados pegajosos y los abrió. Al principio, lo que pudo ver fueron unos exquisitos ojos azules y unos labios color cereza. Aquella persona, ya vestida con uniforme naval, tenía unos rasgos que cualquiera calificaría de hermosos.

Dietfried lamentó haber pensado involuntariamente que era hermosa a primera hora de la mañana.

―Capitán, ya es de día ―la voz de ella resonó suavemente en sus oídos.

―Cállate... lo sé ―Se incorporó, bostezando.

La chica empezó a desnudar enérgicamente a Dietfried, cuyos gestos parecían un poco infantiles hiciera lo que hiciera, sin el menor signo de vergüenza.

―Hoy tiene una reunión para cenar después del trabajo. No participaré en ella, pero he dispuesto un carruaje para su regreso, así que, por favor, dé su nombre cuando vaya al salón donde se celebra la cena.

―Entendido.

Dejándola hacer a su antojo, Dietfried se estaba cambiando la ropa de dormir por su uniforme.

―Se quedó despierto hasta tarde ayer por la noche, ¿verdad? Tiene ojeras.

―Últimamente estás muy ruidosa... La mayor parte es influencia de Gil, ¿no?... ¿No puedes ir hoy porque tienes unos asuntos con él? ―Al ver que sus movimientos se detenían por completo cuando le abotonaba, Dietfried resopló―. Tan fácil de leer. ¿Estás enamorada de él?

―No.

La conversación del dúo era una escena de la vida cotidiana que ya había ocurrido innumerables veces. No era nada especial.

―Aunque no lo estés, no sé acerca de él.

―No, no es nada del otro mundo...

―¿Van a verse a solas?

―El Sr. Hodgins también viene.

―Aunque te juntes con él, no te soltaré. Trabaja para mí en los desplazamientos.

―Por supuesto.

―Hn, ahora péiname.

―Sí.

―La cinta será... azul marino.

―Sí.

Dietfried miró a la chica. Había crecido mucho. Cuando se conocieron, su altura le llegaba más o menos a la cintura.

--Pero en la actualidad, ella parece ser un poco íntima con Gilbert.

Aunque estaba trabajando impecablemente como su secretaria todos los días, la sensación de que estaba siendo conquistada últimamente era innegable. Eso era sin duda satisfactorio para ella, pero para Dietfried, era un poco desagradable.

―Dices 'sí' pero un día me vas a abandonar, ¿no?

Una frase que no parecía suya salió accidentalmente, y una vez que lo hizo, no pudo retractarse. Como Dietfried se quedó callado, la chica ladeó la cabeza.

―Es usted quien está en posición de abandonarme.

―Como si pudiera hacerlo en este momento; eres mía.

Silencio.

―Aah, ya no quiero ir a trabajar... Me siento fatal; todo es tan molesto...

―Señor Dietfried.

―¿Qué? Eres tan ruidosa.

Contrariado, Dietfried se desplomó sobre su cama. Tras mirarlo un momento, la chica acabó imitándolo, desplomándose sobre la cama y acercándose a él.

―¿Tú también vas a dormir?

―Al fin y al cabo, soy su recurso. Vivo, muero, me acuesto y duermo junto a usted.

―Así que vienes a decir eso.

Ella lo tenía completamente en la palma de su mano.

Aunque tenía varias quejas al respecto, también se sentía ya reconfortado por la naturaleza de esta relación.

Incluso ahora, él nunca había puesto claramente en palabras y explícitamente sus sentimientos hacia ella.

―Un día... tú...

―Le serviré para siempre.

―Dices eso, pero un día...

―Le serviré. Mientras no me abandone.

―Dije que no te abandonaré, ¿no?

―Lo intentó una vez.

―Eso fue una respuesta de fuga única de cuando me costaba criar a una niña. Criarte fue una molestia.

―Estoy agradecida por ello. Le serviré de por vida.

Dietfried ya no era el mismo de antes. Se había convertido en un hombre que no podía dejar ir a esta chica, que era la prueba de su existencia.

Por eso Dietfried le tendió la mano. Como para gobernarla, como para que no se olvidara de él, su señor.

La llamó por su nombre, que él mismo había elegido:

―"■■■■".

Al acariciarle la mejilla y pronunciar su nombre, la muchacha arrugó un poco los ojos.

―Sí, estoy a su lado.

 

 

Esta fue una historia en la que el futuro habría cambiado drásticamente, si él no la hubiera abandonado cuando debió hacerlo.









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