Cierto hombre recogió una bestia salvaje.
Era hermosa hasta lo insólito.
Catastróficamente tonta. Ridículamente ignorante y violenta.
Sin embargo, también era un
tipo de bestia extremadamente raro, que sentía apego por las personas y las
obedecía.
Su pelaje era dorado. Sus ojos
eran de un azul límpido.
La bestia no sabía lanzar un
grito, pero si se la adiestraba, probablemente podría venderse por un alto
precio.
Así era la bestia que el
hombre eligió.
El encuentro entre el hombre y
la bestia fue fruto de la desgracia, ya que un gran número de personas cayeron
víctimas de los colmillos de la bestia.
La bestia seguía la espalda
del hombre todo el tiempo.
Era una bestia aterradora, que
devoraba a los humanos. Tenía que darse prisa y deshacerse de ella en algún
lugar.
Aun así, pensó el hombre,
probablemente sería útil en un campo de batalla.
La ocupación del hombre era la defensa nacional. Su estatus era el de capitán naval.
Una bestia feroz era adecuada
como perro guardián, y nadie se preocuparía si la solitaria bestia perdía la
vida en algún lugar.
Para el hombre, la bestia no
era una compañera deseada, pero todo lo que pudiera usarse debía usarse.
Si no la hubiera tirado cuando
debía, el futuro habría cambiado drásticamente.
VIOLET
EVERGARDEN SI
―Camisa
- eso no; la camisa.
La suave luz del amanecer
brillaba sobre Leiden, la capital de Leidenschaftlich. Era una bonita estación,
en la que danzaban los pétalos de las flores de buganvilla. Una hermosa mañana.
El aspecto de la ciudad era divino mientras la luz del sol fluía desde las
grietas entre las nubes, como escaleras para los ángeles. Una luz diurna que
hacía que la gente abrazara un poco de esperanza hacia el día llamado hoy y el
largo periodo llamado vida -que hacía que aparecieran esos pensamientos- era lo
que iluminaba la ciudad.
En este maravilloso día,
dentro del dormitorio de una instalación construida en las inmediaciones del
Ministerio de Marina de Leidenschaftlich, un hombre se encontraba con el ánimo
nublado, en contraste con el paisaje del exterior. Aunque se había despertado
hacía apenas unos minutos, estaba irritado. No miraba la luz del sol que
entraba por la ventana. Tampoco le interesaba el baile de las suaves sombras
creadas por el revoloteo de las cortinas.
Lo único en lo que tenía
puestos los ojos era en su bestia.
―Es la
camisa. No lo haces a propósito, ¿verdad?
El hombre pertenecía a una
clase privilegiada. Se notaba que su habitación amueblada y privada había sido
reformada para que su usuario pudiera vivir con el máximo confort. Algo así no
estaba permitido a menos que la persona perteneciera a una posición social
acorde.
Odiaba la idea de tener su
propia casa. También evitaba volver a su hogar y a un componente menor de su
nación, su familia.
―La
camisa.
―La
camisa. La camisa.
―'Camisa'.
―No,
eso es un gemelo. Escucha; voy a decirlo una vez más.
Mientras hablaba, su voz era
baja, encantadora y hosca. Su pelo, como tinta del color de la oscuridad
nocturna con un hilo de azul mezclado, era largo y parecía seda. Sus rasgos
faciales, profundamente tallados y delicados, recibirían sin duda la atención de
las mujeres si saliera a pasear por la ciudad. Su noble belleza permitía
adivinar la finura de su educación con una sola mirada.
Dietfried Bougainvillea, el
hombre que lucía semejante aspecto, estaba harto de la chica que tenía delante,
que no podía ni traerle una camisa. Por su aspecto, dicha muchacha, torpemente
vestida con el uniforme femenino de oficial de la marina de Leidenschaftlich,
era tan joven que aún no había llegado a la adolescencia. Se le podía
considerar demasiado inmadura para ponerle cara de enfado a una niña así.
Dietfried agarró su diminuta
mano, de un tamaño tan diferente al suyo, y le hizo asir una camisa blanca.
"Camisa", dijo mirándola fijamente, como si quisiera darle una
lección. Sus labios también se movían lentamente, para que ella entendiera la
pronunciación.
La chica a la que miraba
fijamente alternaba la vista entre la camisa a la que la obligaba a agarrarse y
su amo, que estaba desnudo de cintura para arriba. Sus grandes ojos se abrieron
aún más al intentar aprender algo.
Dietfried quería empezar a
gritarle de inmediato, pero de alguna manera se las arregló para permanecer en
su estado actual, aceptando su silencio y que se tomara su tiempo.
Finalmente, la chica asintió.
―'Camisa'...
Dietfried exhaló. Dejó escapar
un suspiro mezclado de alivio y decepción.
―Así
es; es una camisa lo que quiero.
―Esto
es una camisa.
―¿Qué
vas a hacer con esa camisa?
―Capitán,
es una camisa.
―Sí,
así es. Dámela después de decir eso. Eres realmente un buen bichito.
―Una
camisa.
―Basta.
―Capitán,
una camisa.
―¡Ya
basta!
Lo que estaba haciendo era
enseñar. La chica, que ni siquiera sabía decir bien esa palabra, nunca había
recibido educación. Era una huérfana que Dietfried acogió debido a ciertas
circunstancias y no sabía hablar muy bien. Lo más probable es que alguien la
hubiera utilizado antes de que Dietfried la recogiera.
Definitivamente era una bestia
salvaje más que una persona. Lo único que podía hacer era asesinar a la gente
siguiendo las órdenes de su amo. Era una chica bestial incapaz de hacer otra
cosa que eso. Dietfried hizo que la chica viviera en uno de los barcos de
guerra de Leidenschaftlich, poniéndola inmediatamente en acción para el combate
en caso de que hubiera alguna batalla en el mar, utilizándola como soldado.
La razón por la que conseguía
logros militares excepcionales era que la mantenía a su lado. Como tenía la
apariencia de un infante, incitaba fácilmente a la negligencia. Ya había hecho
gala de su poder varias veces acercándose a barcos de guerra enemigos en un
bote, causando una perturbación en el momento en que la confundían con una
víctima y la dejaban subir a bordo, aprovechando luego para iniciar un ataque
naval. Era un trabajo inhumano para una niña.
Dietfried era consciente de
ello. Sin embargo, la había obligado a hacerlo. Lo había hecho innumerables
veces.
Creía que moriría pronto, pero
cada vez que iba a ver los cadáveres, ella solía ser la única superviviente.
Por mucho que intentara matarla, hacer que la mataran, ella no moría. En lugar
de eso, aplastaba las naves enemigas.
"La ondina de
Leidenschaftlich" era como la llamaban ahora los soldados de la marina.
(NT: En
la mitología griega (griego antiguo νεράιδα neraida, 'ondina'), se llamaba
ondinas a las ninfas acuáticas náyades de espectacular belleza que habitaban en
los lagos, ríos, estanques o fuentes al igual que las nereidas, mitad mujer y
mitad pez.)
Si no podía matarla, no le
quedaba más remedio que hacerla útil. Dietfried despreciaba a esta chica, que
había masacrado a sus subordinados cuando se conocieron, pero ese tiempo ya
había pasado y se estaba abriendo de nuevo. Aprovechar la vida de esta chica
hasta que se derrumbara era también una forma de llorar por los que ya no
estaban. Así lo pensó. Por eso, para hacerla trabajar duro también como
sirvienta, le estaba enseñando a hablar.
Había empezado a hacerlo
porque les costaba comunicarse, pero Dietfried no tenía mucho talento como
educador. Había podido ascender hasta el puesto de capitán de la marina gracias
a sus logros personales. Era hábil para dirigir e instruir a la gente, pero
para sermonear a una niña como ésta de tú a tú, estaba terriblemente
incapacitado.
―Ahora,
los zapatos. Ponme los zapatos.
―Zapa...
―Aquí,
mira cómo se mueve mi boca.
―Yo.
―Zapatos.
Vamos, intenta decirlo.
―'Zapa-tos'.
―Dilo
cinco veces. Zapatos, zapatos, zapatos, zapatos, zapatos.
―'Zapatos,
zapatos, zapatos, zapatos, zapatos'.
―Muy
bien. Ahora, ponme los zapatos.
―Capitán,
quiere decir 'zapatos, zapatos, zapatos, zapatos'.
Claramente incapaz.
―Capitán.
―Eres
basura.
―'Basu-ra'.
―Oye,
no me digas 'basura' a mí.
―¿Qué
significa 'basu-ra'?
A Dietfried le entraron ganas
de arrastrarse hasta la cama en la que estaba sentado y tumbarse a enfurruñarse
sin más. De hecho, agachó la cabeza y rodó sobre la cama.
Cualquiera que lo conociera
bien evaluaría que, para ser alguien como él, le estaba enseñando con mucha
paciencia. Como era el tipo de hombre que podía hacer cualquier cosa
impecablemente por naturaleza, su actitud hacia los que no podían era fría. Un
hombre así intentaba educar a una niña huérfana que no sabía hablar. Se
encontraba en un estado en el que se podía decir que estaba esforzándose.
―Capitán,
ya es de día.
―Lo
sé... no estoy durmiendo. Estoy tumbado boca abajo porque estoy decepcionado de
ti.
―Tiene
alguna orden para 'Tú'?
―¿Sabes?
Te llamo 'Tú', pero ese no es tu nombre.
―Si
no, 'Tú' estará a la espera.
Aunque entendía bien palabras
como "en espera" u "orden", tardaba en asimilar términos de
la vida cotidiana. La discrepancia entre las cosas que le interesaban y las que
no era evidente en los resultados de su aprendizaje.
En realidad, esta fiera no
necesitaba palabras.
Aun así, Dietfried había
decidido concedérselas. Retractarse de una decisión le resultaba vergonzoso.
Creía que nunca debía hacer algo así.
--Al menos tengo que hacerla
evolucionar de animal salvaje a perro guardián. Si no, tanto ella como yo tendremos
problemas.
Dietfried se esforzaba. Se
estaba esforzando extraordinariamente.
―Basta;
ahora voy a peinarme. Dame el peine.
Parecía que había memorizado
bien la palabra "peine", pues inmediatamente lo tomó del tocador del
que ya estaba provista la habitación y se lo presentó a Dietfried. Ella lo
observó con sus grandes ojos de piedra preciosa mientras él se incorporaba como
si le doliera y comenzaba a peinarse lentamente su larga cabellera. Lo trenzó
suave y hábilmente con sus largos dedos, luego lo ató con una cinta y terminó.
Dietfried golpeó la cama con
una palmada, indicando a la chica que se sentara a su lado.
―Haz
como yo. Mientras lleves ese uniforme, eres mi subordinada. Que tengas mal
aspecto es un problema para mí.
Aceptando el peine, la chica
empezó a peinarse también. Últimamente estaba mejorando, pero su pelo estaba
dañado desde hacía tiempo debido a la desnutrición, por lo que las puntas
tendían a enredarse. Cuando intentó pasar el peine a la fuerza, Dietfried la
detuvo con una mano.
―Otra
vez esto... Para; no trates así tu pelo... ¿Por qué tengo que cepillarlo todos
los días? Hoy es el día en que te lo vas a cortar ―dijo Dietfried mientras
desenredaba con cuidado las puntas de pelo enredadas en lugar de ella.
La chica se quedó inmóvil.
Dietfried no se dio cuenta de que la expresión de su rostro era un poco
diferente de su habitual inexpresividad.
―Capitán.
―¿Qué?
―¿Debería
"tú" peinarlo también?
―No,
está bien. Tengo un mal presentimiento cuando estás detrás de mí.
Lo hubiera entendido o no, la
chica cerró los ojos como si estuviera conteniendo algo.
―Muy
bien...
Para reabastecer y reparar el
buque de guerra, Dietfried se dirigió a tierra. Estaba previsto que la estancia
en el puerto durase hasta cinco días. Durante ese periodo, la tripulación
estaría de vacaciones. La mayoría de sus subordinados estaban deambulando por
la ciudad de Leiden, pero los que vivían cerca aprovechaban al máximo sus días
libres para ir a ver a sus familias en sus ciudades de origen.
Dietfried por fin también
tenía tiempo libre hoy. Tenía que tomarse varios días para enviar todo tipo de
saludos e informes. Hizo una larga nota en su cabeza con una lista de las cosas
que tenía que comprar. De una forma u otra, pudo sacar tiempo al menos para ir
de compras tranquilamente.
―Eh,
vamos.
―Sí,
capitán.
En general, Dietfried pasaba a
la acción mientras la mantenía a su lado. Ella estaría bien de pie esperando en
algún lugar, pero dejar irreflexivamente a una mujer sola entre hombres era un
factor primordial para que ocurrieran incidentes.
No es que estuviera preocupado
por la chica. Lo que le preocupaba era la gente que se encontraría con que las
tornas se volvían en su contra por intentar ponerle las manos encima. En
tiempos de guerra, la decisión de Dietfried era evitar al máximo la pérdida de
recursos humanos. Tenía que supervisar a esta chica para evitar que redujera su
número de subordinados.
Sin embargo, también tenía su
lado bueno. El poder de lucha y la capacidad de detección de crisis de la chica
eran extraordinariamente buenos, lo que la cualificaba para misiones de
escolta. Solía andar siempre con guardaespaldas y asociados a medida que subía
de rango, pero ahora, con esta chica bastaba.
--Es bueno que pueda dejar
descansar a más gente, aunque sólo sea a una más, sacrificándola a ella.
Bajo la luz del sol, Dietfried
pensó esto mientras observaba a la chica mover ansiosamente las piernas para
perseguir su espalda con pasos repiqueteantes.
―Ya
terminamos de comprar este tipo de artículos de lujo... Ahora vamos por la
ropa... Eh, por aquí. Sígueme.
―Capitán,
usted conoce bien la ciudad.
―Así
es. Estoy 'bien familiarizado con la ciudad' ―respondió Dietfried al mismo
nivel que la chica, que a veces utilizaba las palabras de forma extraña.
Tal como le había dicho,
Leiden era su ciudad natal. En circunstancias normales, a él también le
parecería bien volver a casa.
―Aunque
no sé si esta ciudad me gusta o la odio.
Pero como no lo hizo, se podía
adivinar sobre su situación familiar.
―¿Sabes
qué es lo bueno de esta ciudad, verdad?
―No
conozco-muy bien la ciudad.
―La
belleza de la arquitectura y el espíritu de la gente cambian según la ciudad.
Si dejas de lado tus emociones, Leiden es una ciudad impresionante.
―Yo no
tengo emociones. Eso significa que para mí es una ciudad impresionante.
―Lo
entendiste mal.
―Esto
es difícil.
―No
puedes entender el razonamiento humano porque no eres humana.
―Ya
veo.
Después de decir algo que
heriría a una niña pequeña, comprobó la expresión de su cara, que seguía tan
inexpresiva como siempre.
―Tú.
Sin embargo, no pasó por alto
que su voz se había vuelto ligeramente más sombría.
―¿No
quieres huir de mí? ―susurró opresivamente, deteniéndose en seco y mirándola
desde arriba.
Enmarcando sus enormes ojos,
las pestañas doradas de la chica revoloteaban como mariposas. Parecía
sorprendida.
―Ahora
mismo no estamos en el mar. Ni dentro del buque de guerra. Si huyes a alguna
parte, no podré alcanzarte. Para empezar, no tendría intención de ir a
buscarte. Así que si quieres hacerlo, puedes.
Si alguien escuchara la
pregunta, parecería que estaba poniendo a prueba a la chica. De hecho, puede
que lo estuviera haciendo. De vez en cuando, la gente hacía esas cosas por
tontería.
Dietfried no lo admitía en
absoluto, pero a medida que tomaba a esta bestia bajo su cuidado personal y la
criaba, empezaba a sentir que quería algo. A cambio de eso, no le dio un
nombre. Si fuera otra persona, seguramente lo expresaría con palabras y
mostraría su deseo con facilidad, pero Dietfried era diferente. Este hombre era
terriblemente complicado: profundamente compasivo y a la vez cruel.
―Capitán
Dietfried, ¿qué se supone que debo hacer huyendo de usted?
Al igual que esa chica, él
estaba roto en alguna parte.
La pregunta no tenía sentido
para ella.
―No
tengo significación. Si no me utiliza, claro.
Esta chica no tenía
sentimientos.
―No
hay significado para mí a menos que esté siendo utilizada. Soy una herramienta.
Existo para ser usada.
Ella no conocía el amor.
―Soy
una bestia salvaje. Las bestias anidan donde van sus dueños.
Todo lo que quería era la
validación de su propia existencia. Dinero, honor, estatus o cualquier cosa por
el estilo.
―Estoy
segura de que fui hecha así desde que nací.
No necesitaba nada de eso. No
tenían sentido para ella.
―Y
usted-ha sido registrado-como mi amo dentro de mí.
La chica ante sus ojos lo miró
como diciendo, "no olvide que soy una bestia".
―Me
lleva y me utiliza.
Puede que sus posiciones
estuvieran invertidas desde el principio.
―Por
favor, póngase a mi lado, capitán.
Tal vez Dietfried era el que
se mantenía como prueba de existencia.
--Sería genial si pudiera
matarla ahora mismo.
No era más que una bestia
solitaria, que sólo anhelaba un amo. No tenía que ser Dietfried. Eso fue lo que
sintió que ella le dijo.
―Voy a
volver.
Dietfried comenzó a caminar.
Hacia una dirección completamente opuesta a la ruta establecida. A grandes
pasos, con el chasquido de sus botas de cuero, caminó como si quisiera dejar
atrás a la chica.
―Pero
todavía no ha comprado la mayoría de los artículos.
―Está
bien; voy a volver.
―De
acuerdo.
Como era de esperar, la chica
permaneció inexpresiva incluso cuando su amo se disgustó repentinamente y le
gritó. Estaba acostumbrada a dejarse llevar. No sólo por el hombre que tenía
delante, sino también por su propio destino. Había fluido, dejándose llevar por
la corriente, y ahora estaba aquí.
Fue Dietfried el único que
nunca se acostumbró a la chica.
―Camina
rápido.
No había nombre apropiado para
la relación entre ellos.
―Sí,
no me iré de su lado.
--Escoria.
¿Por qué tenía que ser él el
único que manifestara sus emociones? Sería genial si pudiera hacer que la cara
de la chica se distorsionara aunque sólo fuera un poco. Este sentimiento surgía
y desaparecía dentro de él. Era casi la forma de pensar de un niño cuya madre
no le presta atención, pero atrapado como estaba en sus propias emociones,
Dietfried no se dio cuenta de ello.
―Capitán.
Perturbado por la rabia y la
confusión, Dietfried gritó enfadado:
―¡¿Qué?!
―en respuesta a la llamada de la chica.
―Hay
una persona sospechosa corriendo hacia nosotros por detrás. ¿Debo suprimirlo?
―¿Eh?
Al darse la vuelta, tal y como
había dicho la chica, efectivamente había un individuo extraño corriendo hacia
ellos. Llevaba un bolso bajo el brazo. Podían oír el grito de una mujer al
fondo. Si uno tuviera que sacar una conclusión sólo con ver la situación, lo
más seguro es que fuera un ladrón.
―No
mates; captúralo.
A la orden que le susurraron
en voz baja, la chica respondió con voz clara:
―Entendido.
Inmediatamente, salió
corriendo.
―¡Fuera
de mi camino!
Cuando el hombre gritó tan
agresivas palabras mientras se acercaba a la gente que le rodeaba, ésta le
abrió paso atemorizada. La única que se interpuso en el camino abierto fue la
chica.
―¡Mocosa!
¡Muévete! ¡Te voy a matar!
Al ver que una chica vestida
con uniforme militar se dirigía hacia él, el hombre sacó una navaja mientras
corría. Correr mientras la blandía era peligroso sin límites. Por mucha fuerza
bruta que uno tuviera, flaquearía ante semejante desafío frontal.
―No me
llamo 'Mocosa'.
Sin embargo, la chica no
vaciló. Justo antes de la colisión, la chica bajó su postura con brusquedad y
evadió el ataque de la navaja en primera instancia. A continuación, agarró una
de las piernas del hombre y se lanzó contra él. Al frenar en seco la fuerza que
el hombre había aplicado a la dirección de su movimiento, se precipitó
violentamente de bruces contra el suelo.
―Es
'Tú'.
El ataque de la chica no
terminó ahí. Agarró la espalda del hombre agonizante, y después de levantar su
cuerpo como si cogiera a un gato por el cuello, le dio un puñetazo en la
garganta. Además, le retorció el brazo, suprimiendo por completo sus
movimientos.
―P-Por
favor, suél...
―No
puedo entender el contenido de tu discurso.
―Suél-ta-me-por-fa-vor--
―No
puedo entender el contenido de su discurso.
La chica desprendía un miedo
que helaba la sangre y repetía despiadadamente la misma respuesta al hombre que
probablemente le estaba diciendo: "Suéltame". Su aspecto era tan
bello como frío.
―La
clase que te di la última vez sobre las constantes vitales del cuerpo humano te
vino bien, ¿eh?
―Sí.
Dietfried venía caminando
relajado, parecía que su aspecto malhumorado de antes había disminuido un
poquito.
―Como
usted me dijo, capitán. Los golpes en la garganta son efectivos.
―Cierto.
¿Recuerdas el nombre de los puntos que duelen cuando golpeas?
―Partes
vitales.
―Así
es... En el caso de los hombres en particular, está la manzana de Adán. Mira
esto ―Dietfried agarró del pelo al lastimero ladrón y le hizo levantar la cara.
Luego señaló la manzana de Adán del otro―. Escucha. Esta cosa abultada es la
manzana de Adán.
―'Arce
de Adán'.
―Es la
'manzana de Adán'.
El ladrón no pudo hacer otra
cosa que observar confundido la conversación entre los dos bichos raros. No
había otra forma de describirlos más que "bizarros". También podría
decirse que estaban locos. Al fin y al cabo, el dúo estaba dando una
conferencia sobre partes vitales utilizando el cuerpo de un completo
desconocido.
―'Manzana
de Adán'. ¿Es... es una parte vital?
―Sí.
Se hace difícil hablar cuando golpeas aquí, así que golpéala cuando quieras que
alguien se calle.
―Entendido,
Capitán. Si quiero que alguien se calle, lo golpearé allí.
―Además,
probablemente fuiste por sus pies porque tiene un cuchillo, pero cuando el tipo
está acostumbrado a pelear, deberías abandonar la idea. Te patearán así. Puede
que seas fuerte, pero eres ligera.
―¿Debería
esquivar hacia un lado?
―Con
tus habilidades de salto, también podrías haberle dado una patada voladora. De
todas formas, tenía las manos ocupadas con la navaja y la bolsa. La mayoría de
la gente no pensaría que les darías una patada voladora, así que puede
funcionar. O eso o empezar a atacar después de arrojarle las cosas que llevas
en la mano.
La chica asintió como
diciendo:
―Ya
veo. Pero Capitán, no se me permite lanzar sus pertenencias.
―Así
es. Si hubieras hecho eso, te habría dado una paliza.
A pesar de mostrar una cara
que denotaba que no lo había comprendido, la chica asintió. Los que estaban
acostumbrados a obedecer tendían a tragarse el trato vejatorio de los demás.
―En
cualquier caso, ¿deberíamos devolver la bolsa a la víctima? O deberíamos
informar a la policía militar...
Aunque Dietfried se estaba
ocupando del alboroto de forma enérgica y profesional, sus ojos se fijaron en
alguien que se colaba entre la multitud que se había congregado a su alrededor.
―Por
favor, déjenme pasar ―la voz de un hombre resonó en toda la zona.
―Lo
siento; aquí es peligroso, así que déjenos pasar ―hizo lo mismo la dulce voz de
otro hombre.
―Disculpen;
escuchamos que atraparon a un criminal fugitivo, y nosotros también.
Llevémoslos juntos a la policía militar...
Los hombres que aparecieron
perdieron la voz por un segundo. Al igual que Dietfried.
―Gil...
Pelo del color de la noche y
ojos esmeralda. Había partes de su apariencia física que eran similares entre
sí, sin embargo, el aire sobre ellos era abrumadoramente diferente. Sin
embargo, si los dos estaban uno al lado del otro, uno podía decir rápidamente
lo que eran.
―Hermano...
El que estaba allí era el
hermano menor de Dietfried, Gilbert Bougainvillea.
―Uwah,
es el Capitán.
Junto con un gran hombre pelirrojo,
tenía a un ladrón en su poder y se lo estaban llevando a rastras.
--Claudia Hodgins también...
Seguro que se encontró con un tipo ruidoso.
La alegría de encontrarse con
su hermano menor afloró, pero una vez que reflexionó sobre cómo explicar la
situación y cómo responderían a ella, sus sentimientos pronto se inclinaron
hacia el lado de considerarlo una molestia.
Gilbert mostró agitación por
un instante al ver a su hermano mayor, pero inmediatamente cambió su mirada
hacia la comprensión de la situación de los alrededores. Cuando vio que una
chica era la que estaba inmovilizando al supuesto ladrón ella sola, la mirada
de sus ojos cambió.
―Hodgins.
―Aah,
está bien. Puedo sujetarlo yo solo. Tú ocúpate de esa chica...
Gilbert entregó al hombre que
tenían sujeto al llamado Hodgins, dirigiéndose al lado de la chica y
arrodillándose con una rodilla. Luego dijo, fijando su mirada en la de ella:
―Cambiemos;
¿estás herida? ―Antes de ganarse su consentimiento, Gilbert se encargó de
sujetar al hombre―. ¿Alguna herida? ―volvió a preguntar al ver que la chica no
contestaba.
La chica miró a Dietfried.
―El
capitán está ileso ―informó del estado de su amo, sin pensar que la
interrogaban sobre el suyo.
―No,
pregunto por ti.
La chica miró a Dietfried y
luego a Gilbert. Movió el cuello a derecha e izquierda innumerables veces, sin
saber qué hacer.
―Si
estoy herida o no, no es un problema. Esa pregunta es inapropiada.
Cuando Dietfried escuchó esta
frase, la zona alrededor de su pecho se volvió repentinamente pesada.
―¿Qué
estás diciendo...? Se trata de tu cuerpo. Tu familia se entristecerá si te
hieren, ¿verdad?
Después de todo, él nunca le
había hecho la pregunta "¿Estás herida?".
―No
tengo 'familia'.
Ni una sola vez hasta ahora.
Gilbert miró a Dietfried.
Dietfried también miró a Gilbert. Por un momento, los dos hermanos rechazaron
con la mirada lo que el otro quería decir. Un aire que podría considerarse
peligroso comenzó a flotar allí.
Aunque Gilbert había estado
hablando con la chica en un tono suave hasta hacía un momento, la calidez de su
voz cayó en picada:
―Hermano,
antes de nada deberíamos contactar con la policía militar.
―Entonces,
los llamaré.
―Está
bien; quédate aquí. Hermano, eres el más vacío de nosotros. Podemos contar
contigo, ¿verdad?
―Llevo
bolsas de compras.
―Hermano...
me voy a enfadar de verdad...
Al final, Dietfried cedió, por
miedo a la ira de su hermano menor. Los dos ladrones fueron llevados
rápidamente a la policía militar, y así los tres hombres y la chica que los
habían apresado abandonaron el lugar como si huyeran de un tumulto.
El curso de los
acontecimientos después de aquello fue, sencillamente, una espectacular pelea
entre hermanos.
Gilbert se enfureció contra su
hermano mayor por convertir a una niña en combatiente y utilizarla como
esclava, mientras Dietfried trataba desesperadamente de refutarle con el hecho
de que, para empezar, ella no era una "niña". Atrapado entre ellos e
incapaz de soportar permanecer allí por más tiempo, Hodgins intentó llevarse a
la niña lejos del lugar de su discusión, pero ella no se apartó del lado de
Dietfried. Al final, no consiguieron mantener la discusión, separándose con la
decisión de fijar un lugar adecuado para hablar en una fecha posterior.
Mientras regresaban al
dormitorio e incluso después de llegar, Dietfried permaneció callado, sin
pronunciar una sola palabra. Ya era bien entrada la noche.
―Capitán.
―Silencio.
―¿Qué
va a comer para la cena de hoy? Puedo reservarle un sitio en la cafetería.
―No lo
necesito.
―Entendido.
La irritación de Dietfried se
amplificó aún más con el hecho de que la chica, que era el punto en cuestión,
se conducía operando de la misma manera que de costumbre.
―No
quiero mirarte a la cara. Vuelve a tu habitación.
―Entendido.
Una vez que ella salió de su
habitación, Dietfried tuvo una abrupta comprensión. La chica no iría a la
cafetería a menos que él se lo ordenara. Como había olvidado decirle que lo
hiciera, existía la posibilidad de que ella no comiera.
--Tengo que decírselo.
Sin embargo, un sentimiento
surgió dentro de él, preguntándose por qué tenía que cuidarla hasta ese punto.
Siempre que esa chica estaba cerca, no importaba qué, acababa restringiéndose.
Dietfried volvió a sentir rabia
al recordar todo lo que Gilbert le dijo.
―Hermano,
eres una persona horrible.
--No, no soy sólo yo. Ella
también lo es.
―¿No
te da pena esa niña?
--Estás equivocado; no es así.
No es así. No lo entiendes.
―Todavía
es muy pequeña.
--Ella es una pequeña asesina.
Una asesina que mató a mis camaradas y mata a mis enemigos.
¿Cuál de ellos era el que
estaba en cautiverio?
--Quien hizo un desastre de mi
vida.
Deseando ser libre, había
tirado todo por la borda. Aunque recibiera críticas, huyó de ellas, sin
prestarles atención. Ese era Dietfried Bougainvillea.
--Aunque era libre.
Había abandonado su hogar.
--Aunque era libre.
Había abandonado a su familia.
--A pesar de que era libre.
Había abandonado a su hermano.
--A pesar de que era libre.
Y entonces, se deshizo incluso
de la bondad, convirtiéndose en una hoja sacada de su sigilo y sobreviviendo en
la severidad. Había estado haciendo todo lo posible. Había estado sufriendo.
Sin embargo, por culpa de una
sola chica, ahora todo era inestable.
Dietfried movió su cuerpo con
brusquedad. Se levantó de la cama y se puso un abrigo. Abriendo la puerta de la
habitación contigua a la suya, hizo que la niña se vistiera con todas las capas
posibles y la sacó fuera.
¿Adónde iban en plena noche?
La chica preguntó cuál era su destino, pero él no contestó. Caminaron,
caminaron y caminaron, y luego subieron a un carruaje.
El carruaje se movía con clics
y clacs. Desde la ventanilla se veía a la Luna persiguiéndoles.
Una vez que llegaron a un
lugar demasiado alejado de las instalaciones de los dormitorios, pudo ver una
mansión que uno no llamaría un hogar ordinario. Se podía suponer que las
parcelas de abundante naturaleza que la rodeaban también formaban parte de la
finca, que era también la antigua residencia de Dietfried.
La mansión era propiedad de la
familia Bougainvillea. Ésta era una parte de ella. La casa principal estaba
situada en otro lugar.
El cielo ya empezaba a
palidecer, a punto de dar la bienvenida al amanecer. De nuevo, una hermosa
mañana iba a comenzar en Leidenschaftlich.
Habían estado viajando durante
toda una noche y a él le dolía el cuerpo. Su estado era el peor debido a la
falta de sueño. Sin embargo, Dietfried dejó escapar un suspiro de alivio cuando
llegaron por fin a la mansión. Actualmente alistado en el ejército, Gilbert le
dijo que estaba en Leiden para una parada temporal. De ser así, para evitar una
reprimenda de su madre, debería alojarse en su villa.
Ahora mismo, Gilbert estaba
allí. Su hermano menor, que -a diferencia de Dietfried- tenía la forma de todo
lo que sus padres consideraban que una persona debía tener, estaba allí.
―Escucha:
entra en esa casa. Y luego llama a Gilbert.
Su respetable hermano menor,
cuyas emociones no estaban demasiado deformadas, estaba allí.
―Dile
que te eché. Si haces eso, te tratará bien. Tienes que demostrarle lo cansada
que estás. Pase lo que pase, asegúrate de pedirle que te convierta en oficial
del ejército.
Eso fue una chispa en la vida
de completa oscuridad de Dietfried.
―No
hay forma de que alguien como tú pueda llevar una vida normal a estas alturas.
Servir al ejército y luego morir.
El hecho de que existiera y
fuera un pariente con el que Dietfried compartía la misma sangre era, para este
último, una esperanza.
―Seguro
que te protegerá.
Él era esperanza. Él era luz.
―Yo...
Por muy roto que estuviera,
Dietfried podía creer que tenía un algo normal. Esto siempre le había dado
coraje.
―Tú...
Era consciente de que hacía
mal como persona.
―Tú y
yo no podemos estar juntos.
Sabía que era el tipo de ser
humano que no podía cambiar, a pesar de estar equivocado. Por eso amaba a su
virtuoso hermano menor como si fuera una necesidad. Lo amaba incluso ahora.
Gilbert nunca traicionaría a
Dietfried. Después de todo, él también amaba a su hermano mayor.
La habitual inexpresividad de
la chica se desmoronó lentamente. Abrió y cerró la boca repetidamente,
intentando decir algo. Sin embargo, probablemente incapaz de encontrar las
palabras adecuadas, miró a la mansión Bougainvillea y sacudió la cabeza como
una niña que hace un berrinche en señal de rechazo.
―Vete;
sólo vete.
―No
quiero.
―No me
contestes. No te necesito. Ve a que te utilice otro dueño.
―No
quiero... no quiero...
―¡Te
estoy diciendo que no te necesito! ¡Date prisa y vete!
La chica intentó agarrarse al
brazo de Dietfried. Sin embargo, Dietfried empezó a alejarse antes de que ella
pudiera hacerlo. Se dirigió despreocupadamente hacia el carruaje que estaba
estacionado un poco lejos de la puerta principal de la residencia.
―Capitán.
La chica venía tras él. Su voz
estaba cargada de sentimientos de desesperación.
--¿Qué te pasa?
―Capitán,
Capitán...
--Aunque normalmente no tienes
emociones.
―¡Capitán,
no quiero esto! ¡Capitán! ¡Por favor, deme una orden!
--Aunque solo pienses en mí
como una herramienta para recibir órdenes.
―¡Capitán!
¡Capitán! ¡Aprenderé a leer!
--Podría haber sido
cualquiera, ¿verdad? Aunque no fuera yo, cualquiera te serviría.
―¡Por
favor! ¡Capitán, no quiero esto, Capitán!
--Aunque no fuera yo, tú...
―Capitán...
Capitán... Haré lo que sea, Capitán... Capitán...
--Aunque no fuera yo, te
hubiera parecido bien. ¿No es así?
Dietfried se volvió para
comprobar si su voz se había apagado. La chica de siempre no estaba allí. Su figura
de bestia salvaje del primer encuentro también había desaparecido.
―Por
favor, no me deje sola...
La que estaba allí era la niña
a la que Dietfried había enseñado a hablar.
Dietfried miró a la niña que
tenía delante como si se hubiera vuelto senil. Ella estaba llorando. Aquella
niña bestia, que no lloraba por muchas heridas que se ganara, estaba llorando.
Y también recurriendo a él con las cosas que podía hacer.
―Puedo
luchar; también puedo llevar sus pertenencias; y ponerle la camisa.
Ella estaba desesperadamente
mencionando lo que podía hacer para probar su existencia.
―Mis
heridas también se curan rápido; también puedo matar a sus enemigos; haré lo
que sea.
¿Cómo podía afirmar su ser?
―Por
favor, permítame... Capitán...
¿Qué podía hacer para
permanecer al lado de Dietfried Bougainvillea? Intentaba certificar su
existencia. En realidad, Dietfried la había juzgado mal.
La muchacha se había
cerciorado correctamente de quién era su señor.
Si podía haber sido otro,
había varias personas además de él. Sin embargo, era a él a quien había
perseguido. La fiera lo había percibido instintivamente y lo había perseguido.
Ella lo había seguido mientras
abrazaba el deseo de que, si era un humano como él, un adulto como él, entonces
seguramente...
―Puedo
ser utilizada; puedo convertirme en una herramienta óptima.
...no la abandonaría.
Si él no la hubiera dotado de
palabras y la hubiera utilizado como una mera herramienta, ella nunca habría
dicho algo así. Dietfried había fracasado.
Peinarla y enseñarle
pacientemente el estilo de vida cotidiano no había servido de nada. Tampoco el
hecho de que le enseñara qué hacer y cómo luchar cada vez que encontraba
dificultades estando sola. Nada de eso había servido de nada.
Incluso sin que el propio
Dietfried Bougainvillea se diera cuenta...
―Por
favor, déjeme estar a su lado.
...la bestia salvaje se estaba
convirtiendo en persona.
La completa oscuridad de la
noche se desvanecía poco a poco. Desde la dirección de la mansión
Bougainvillea, aparecieron un criado y Gilbert -el amo de la casa-, que habían
llegado al oír los gritos airados. Se quedaron mirando al dúo con sorpresa.
Dietfried cambió lentamente de
rumbo. Se giró hacia la niña que lloraba. Un paso tras otro, se acercó a la
niña.
―¿Me
necesitas?
Entonces extendió las manos,
estrechando su pequeño cuerpo entre los brazos.
―Sí.
Con una torpeza similar a la
de sostener a un animal por primera vez, la apoyó por la espalda.
―Aunque
te diga que no te necesito, ¿tú me necesitas?
Al hacerlo, los dos parecían
uno.
―Sí;
por favor, no me deje sola.
Parecían un solo ser vivo,
formado por una combinación de formas distorsionadas.
―Ya
veo.
Dietfried sintió que las cosas
oscuras que hasta ahora se retorcían dentro de su pecho se aclaraban. Sus
sentimientos hacia ella, cercanos al odio, también se atenuaron. Lo mismo
ocurría con la rabia hacia sí mismo y su complejo de inferioridad respecto al
resto del mundo. Iluminados por la suave luz del sol, todos se desvanecieron y
desaparecieron, igual que los oscuros y profundos colores de la noche.
--Ya veo; así que yo quería
algo así, pensó Dietfried vacuamente mientras abrazaba a la niña
que se aferraba a él.
Sintió que comprendía por qué
siempre estaba tan irritado con aquella niña. Igual que ella quería probarse a
sí misma, él también quería que los demás lo aceptaran.
Socialmente, era reconocido.
También tenía subordinados que lo idolatraban. Sin embargo, Dietfried...
--...quería esto...
...quería que esa bestia
salvaje lo reconociera. Que lo reconociera.
Los tiempos en que realmente
pensó que quería matarla habían pasado. También habían pasado las veces en que
quiso empujarla hacia otra persona. Y los momentos en los que intentaba
utilizarla únicamente como una herramienta hasta que se derrumbara, como una
esclava, también habían pasado. Ahora se transformaban en preguntas sobre lo
que podía hacer para que durara, para que ella viviera.
Estaban cambiando
correctamente hacia la dirección de la luz.
―Entonces,
quédate a mi lado.
Por eso también quería
reconocer. No importaba la forma distorsionada que tuvieran.
La niña y el hombre dieron
entonces la bienvenida a la primera mañana en la que se reconocieron
mutuamente.
Después se erigió una mansión
en las afueras de Leidenschaftlich.
Construida una vez finalizada
la Guerra Continental, tras el cese definitivo de las hostilidades, dicha
mansión fue el hogar de una familia un tanto excéntrica. Un hombre y una niña.
Muy distantes en edad, ambos no parecían llevarse bien, aunque no daban
muestras de que fueran a separarse.
―Capitán,
ya es de día.
Mientras hilos de cabello
dorado caían suavemente en cascada frente a él como cortinas con dosel,
Dietfried se frotó los párpados pegajosos y los abrió. Al principio, lo que
pudo ver fueron unos exquisitos ojos azules y unos labios color cereza. Aquella
persona, ya vestida con uniforme naval, tenía unos rasgos que cualquiera
calificaría de hermosos.
Dietfried lamentó haber
pensado involuntariamente que era hermosa a primera hora de la mañana.
―Capitán,
ya es de día ―la voz de ella resonó suavemente en sus oídos.
―Cállate...
lo sé ―Se incorporó, bostezando.
La chica empezó a desnudar
enérgicamente a Dietfried, cuyos gestos parecían un poco infantiles hiciera lo
que hiciera, sin el menor signo de vergüenza.
―Hoy
tiene una reunión para cenar después del trabajo. No participaré en ella, pero
he dispuesto un carruaje para su regreso, así que, por favor, dé su nombre
cuando vaya al salón donde se celebra la cena.
―Entendido.
Dejándola hacer a su antojo,
Dietfried se estaba cambiando la ropa de dormir por su uniforme.
―Se
quedó despierto hasta tarde ayer por la noche, ¿verdad? Tiene ojeras.
―Últimamente
estás muy ruidosa... La mayor parte es influencia de Gil, ¿no?... ¿No puedes ir
hoy porque tienes unos asuntos con él? ―Al ver que sus movimientos se detenían
por completo cuando le abotonaba, Dietfried resopló―. Tan fácil de leer. ¿Estás
enamorada de él?
―No.
La conversación del dúo era
una escena de la vida cotidiana que ya había ocurrido innumerables veces. No
era nada especial.
―Aunque
no lo estés, no sé acerca de él.
―No,
no es nada del otro mundo...
―¿Van
a verse a solas?
―El
Sr. Hodgins también viene.
―Aunque
te juntes con él, no te soltaré. Trabaja para mí en los desplazamientos.
―Por
supuesto.
―Hn,
ahora péiname.
―Sí.
―La
cinta será... azul marino.
―Sí.
Dietfried miró a la chica.
Había crecido mucho. Cuando se conocieron, su altura le llegaba más o menos a
la cintura.
--Pero en la actualidad, ella
parece ser un poco íntima con Gilbert.
Aunque estaba trabajando
impecablemente como su secretaria todos los días, la sensación de que estaba
siendo conquistada últimamente era innegable. Eso era sin duda satisfactorio
para ella, pero para Dietfried, era un poco desagradable.
―Dices
'sí' pero un día me vas a abandonar, ¿no?
Una frase que no parecía suya
salió accidentalmente, y una vez que lo hizo, no pudo retractarse. Como
Dietfried se quedó callado, la chica ladeó la cabeza.
―Es
usted quien está en posición de abandonarme.
―Como
si pudiera hacerlo en este momento; eres mía.
Silencio.
―Aah,
ya no quiero ir a trabajar... Me siento fatal; todo es tan molesto...
―Señor
Dietfried.
―¿Qué?
Eres tan ruidosa.
Contrariado, Dietfried se
desplomó sobre su cama. Tras mirarlo un momento, la chica acabó imitándolo,
desplomándose sobre la cama y acercándose a él.
―¿Tú
también vas a dormir?
―Al
fin y al cabo, soy su recurso. Vivo, muero, me acuesto y duermo junto a usted.
―Así
que vienes a decir eso.
Ella lo tenía completamente en
la palma de su mano.
Aunque tenía varias quejas al
respecto, también se sentía ya reconfortado por la naturaleza de esta relación.
Incluso ahora, él nunca había
puesto claramente en palabras y explícitamente sus sentimientos hacia ella.
―Un
día... tú...
―Le
serviré para siempre.
―Dices
eso, pero un día...
―Le
serviré. Mientras no me abandone.
―Dije
que no te abandonaré, ¿no?
―Lo
intentó una vez.
―Eso
fue una respuesta de fuga única de cuando me costaba criar a una niña. Criarte
fue una molestia.
―Estoy
agradecida por ello. Le serviré de por vida.
Dietfried ya no era el mismo
de antes. Se había convertido en un hombre que no podía dejar ir a esta chica,
que era la prueba de su existencia.
Por eso Dietfried le tendió la
mano. Como para gobernarla, como para que no se olvidara de él, su señor.
La llamó por su nombre, que él
mismo había elegido:
―"■■■■".
Al acariciarle la mejilla y
pronunciar su nombre, la muchacha arrugó un poco los ojos.
―Sí,
estoy a su lado.
Esta fue una historia en la
que el futuro habría cambiado drásticamente, si él no la hubiera abandonado
cuando debió hacerlo.
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