Rakuin no Monshou Volumen 6 - Epílogo

La lucha frente a la torre de Eimen estaba llegando a su fin. Uno tras otro, los espadachines vestidos de negro cayeron sobre el camino salpicado de sangre. Al final, incluso cuando fueron atravesados por espadas, no pronunciaron ni una sola palabra. 

Mientras Shique, Gilliam y los otros mercenarios tomaban aliento y bajaban sus armas manchadas de sangre, escucharon el rugido de las pezuñas de los caballos que se acercaban a ellos. 

El Dragón Azul Nilgif estaba montando su caballo. Le seguían soldados de la caballería de Kadyne. 

—Mierda —Gilliam se puso el hacha en el hombro. 

Quién era un enemigo, quién era aliado, en estas circunstancias no estaba claro y por un momento, los mercenarios y el grupo de Nilgif se miraron a los ojos. Entonces, 

—¡Hermano! —Nilgif gritó cuando su sed de sangre cayó instantáneamente y una mirada alegre apareció en su rostro. 

—¡Orba! —al mismo tiempo, Shique también volteó para mirar en la misma dirección. 

Orba y Moldorf salieron de la entrada de la torre, cada uno con una de las princesas. La princesa de Taúlia, Esmena, y la princesa de Kadyne, Lima, tenían los ojos cerrados y dormían en los brazos de los guerreros. Quizás como secuela de la hechicería, ahora que el hilo de la tensión se había cortado, las dos se derrumbaron. 

—Hermano —gritó Nilgif con prisas—. Hermano, ¿lo hiciste? 

—Bueno —la cara del Dragón Rojo Moldorf no podía ser llamada exhausta o contenta mientras miraba hacia Orba. Llevaba puesta su máscara. Moldorf no le había preguntado por qué—. Deberías preguntarle a este hombre. 

La expresión de Nilgif se desconcertó ante la extraña forma de hablar de su hermano. A pesar de que se le instó a hacerlo, Orba no parecía dispuesto a abrir la boca y entregar a la princesa a uno de los hombres de su grupo. 

Al poco tiempo, una serie de soldados de todos los países llegaron en tropel a Eimen. Había gente de Fugrum y soldados de Lakekish. Y con ellos estaban los guerreros de Helio contra los que habían estado luchando hacía unos momentos. 

—Orba —dijo Bisham, el comandante de la compañía que había reunido a la fuerza independiente de Helio y que también se desplazó a toda prisa—. Garda.... ¿No me digas que lo hiciste tú? 

—Espera a que llegue Lord Ax. 

—¿Qué? 

—Espera a que llegue Lord Ax Bazgan. Hasta entonces, no voy a responder, no importa quién pregunte o cuáles sean las preguntas. 

Desde ese momento, todos se reunieron allí atónitos ante las tranquilas palabras de Orba. 

—¡Qué clase de estupidez es ésta! 

Un hombre que parecía ser un comandante de Lakekish retumbó con una voz que parecía más bien un rugido. Como prueba de que había luchado valientemente en el campo de batalla, su armadura estaba teñida de un carmesí profundo. Los que había masacrado habían sido, por supuesto, soldados de la alianza occidental. Pero aun así, ahora estaba hombro con hombro con los soldados de Helio, una de las fuerzas aliadas, y su lanza estaba abajo, todo porque había la esperanza de que Garda estuviera muerto. 


Pero si ese no fuese el caso, si, incluso después de haber sido perseguidos hasta este punto, Garda hubiera logrado escapar, para proteger a sus familias, podrían muy bien atacar a los soldados helianos que se encontraban a su lado. Quizás porque su destino cambiaba constantemente, tampoco sabían qué esperar esta vez. 

—¡Contesta! ¿O es que eres el mensajero de Garda? ¿Qué le pasó al bastardo? 

—Dije que no respondería. 

—No hablarás —resopló el comandante y se volvió hacia sus subordinados cercanos—. Vamos a la torre para comprobarlo con nuestros propios ojos. 

—Sí, —respondieron varios soldados y estaban a punto de entrar corriendo en la torre cuando, al mismo tiempo, Orba hizo algo que nadie se hubiera imaginado. 

—¡Hombres! —Llamó mientras desenvainaba su espada. 

A esa orden, todos los mercenarios desenvainaron sus espadas simultáneamente y se colocaron frente a la torre. Desconcertados, los soldados que estaban a punto de entrar se detuvieron. 

—¿Qué estás planeando? 

—Nadie puede entrar —dijo impasiblemente Orba—. Nadie más que nosotros estamos calificados para hacerlo. 

—¿Qué quieres decir con "calificados"? —Cada vez menos capaz de entender las intenciones de Orba, Bisham levantó una voz perpleja. 

Para entonces, los soldados de Fugrum también habían desenvainado sus espadas. 

—¿Así que estás diciendo que el hombre que te mata calificaría? ¡Entonces haremos lo que quieres! —amenazaron pero Orba se rió despectivamente. 

—Hemos tomado posesión de esta torre. Sin una orden de nuestro señor, Ax Bazgan, no podemos desocuparla. 

—Tomar posesión... —Las palabras flotaron en la mente de cada uno de los soldados. 

Se vieron agraviados por esta vaga situación en la que no sabían si la guerra había terminado o no. No sería sorprendente que la matanza se repitiera, pero las palabras de Orba, junto con su compostura frente a tanta gente, avivaron las llamas de la esperanza que se habían encendido en los corazones de los zerdianos. 

Llenos de sentimientos contradictorios de irritación y expectación, miraron al espadachín enmascarado que se había posicionado frente a la torre y a los mercenarios que lo acompañaban. Sus enérgicas expresiones, que eran enteramente las de soldados que habían logrado una hazaña incomparable, impresionaron a los hombres allí reunidos. 

El comandante de Lakekish chasqueó en ruidosamente su lengua. 

—Sí, nada saldrá de esto si peleamos en este punto. Que Lord Ax venga aquí. Iremos a traerlo. 

Después de eso, independientemente del lugar de nacimiento, de si eran de Lakekish, Eimen o Helio, varios soldados volvieron por el camino por el que habían venido. Durante un rato, un tenso silencio recorrió las calles de Eimen junto con el viento cargado de arena. 

Usando su espada en lugar de un bastón, con ambas manos apoyadas en la empuñadura, se quedó quieto como un guardia frente a la torre. 

Mientras permanecía así, una multitud de soldados entró en Eimen. La tenue conmoción en la que se habían metido los que se marcharon un rato antes. La explicaban ellos mismos, mezclada con los resoplidos de los caballos y los aullidos de los dragones que a lo lejos devoraban cadáveres con avidez. Por alguna razón, esos sonidos parecían hacer que el espadachín enmascarado que estaba tan quieto como una estatua destacase aún más. 

Pronto, el sonido de las pezuñas de un gran número de caballos se acercó. 

—¡Oh! 

Una conmoción recorrió a los soldados cuando reconocieron la figura de Ax Bazgan a la cabeza, y pareció que se amontonaban unos contra otros para abrirle el paso. Una vez más, no se pensaba en aliados ni en enemigos. Todos esperaban impacientes su llegada. La expresión de Bisham se tornó asombrada. 

¿Así que es así? 

Habiendo escuchado la historia cuando iba hacia allí, Ax Bazgan saltó de su caballo y caminó enérgicamente hacia Orba. 

Orba y Ax se miraron mutuamente. Entonces Orba puso su espada en el suelo y se arrodilló con movimientos suaves. Los mercenarios que estaban detrás de él hicieron lo mismo. Ax se detuvo frente a Orba. 

—Escuchémoslo —dijo—. ¿Dónde está Garda? ¿Qué pasó ahí dentro? 

—Garda está en el sótano de la torre —Los zerdianos se quedaron completamente en silencio para no perderse ni una sola palabra de lo que decía Orba. Continuó con su mensaje—: Los Cielos otorgaron fortuna en la guerra a Lord Ax y también a nosotros. Tomé su cabeza con esta espada. 

Por un momento, fue como si el Nâga, el pájaro de la desgracia que se decía, desde los días de la Dinastía Mágica, que robaba las voces de la gente, hubiera caído en picada. 

La multitud hizo erupción. 

—¡Bien hecho! —Ax aporreó a Orba en el hombro. 

Como para compensar el silencio anterior, Eimen, que durante tanto tiempo había sido como una ciudad desierta y abandonada, se llenó de gritos de alegría. Eran tan ruidosos que parecía que esas voces correrían por las tierras occidentales y le contarían a la gente de su victoria más rápido de lo que cualquier mensajero a caballo o en una aeronave podría hacerlo. 

Los comandantes de países como Lakekish y Fugrum, países que habían sido atacados relativamente pronto, habían sido citados a Zer Illias y se habían reunido con Garda cara a cara. Con el permiso de Ax, entraron y cuando confirmaron que habían encontrado el cadáver de Garda, la euforia ya no pudo contenerse. 

Estaban los que reían, los que lloraban, los que se abrazaban en su alegría, los que caían de rodillas ante el estupor. Ya no había tal cosa como un país aliado o enemigo. Sin importar quiénes eran los otros, los zerdianos volaron a los brazos del otro, se golpearon los hombros, se frotaron la cara con la barba y luego rugían en voz alta. 

—¡Chico! —En medio de la locura, Moldorf se acercó a Orba, su hermano siguiéndole—. No, he tenido noticias de mi hermano menor. Parece que te llamas Orba. Orba, no podremos descansar hasta que hayamos visto a nuestras familias, así que ahora iremos a Zer Illias. Volvamos a vernos después. 

—Siempre que no sea a caballo y con una lanza en la mano. 

—Ja, ja —Moldorf se rió alegremente y de repente se acercó a su cara. Susurró con una voz que nadie más podía oír—: Olvidaré lo que te dijo la princesa de Taúlia. Aunque estoy seguro de que los detalles son fascinantes. 

—Bueno — dijo Orba— Tal vez la princesa vio una ilusión bajo los efectos de la magia. No sabría decirte. 

Moldorf no contestó y le golpeó el hombro como lo había hecho Ax un rato antes y luego se fue con su hermano y los hombres que lo seguían. 

Mientras tanto, Ax se reunió con su hija que había quedado al cuidado de la unidad de Orba. Cuando se enteró de que Esmena fue secuestrada, en cierto modo quedó más asombrado que cuando el enemigo se escondió detrás de una tormenta de arena y atacó por sorpresa. 

Voces exaltando las virtudes de Ax Bazgan resonaron por todo Eimen. 

Orba las escuchó mientras devolvía la espada a su cintura. El que había derrotado a Garda no era un mercenario enmascarado. El que había reunido a Occidente para luchar contra el hechicero fue Ax Bazgan. Su nombre pasaría a la historia. 

Tauran no tiene rey. 

Orba lo había pensado repetidamente y se había dado cuenta de que Tauran necesitaba un rey. 

Tauran no tenía rey, hasta ahora. 

Orba nunca habría imaginado que llegaría el día en que desearía la existencia de un gobernante. 

¿Qué tipo de existencias deben ser los reyes y los nobles para el pueblo? En su mente flotaban los rostros del emperador de Mephius, del príncipe de Garbera y del joven señor de Ende, seguidos de las figuras de Ax y Marilène. Sin embargo, sintiéndose completamente estúpido por perderse accidentalmente en esos pensamientos, Orba se limpió un poco de arena de su máscara con los dedos y murmuró con un sentimiento de desesperación. 

—Pero quién sabe lo que viene después de esto. 

Miró a la multitud que se regocijaba hasta el punto del frenesí. 

¿Habrá otra lucha por la supremacía o elegirán un camino diferente? Quién sabe lo que vendrá después de esto. 

—¿Por qué esa mirada triste? 

Orba se tambaleó. La mano de Gilliam le había dado una palmada en la espalda. Mientras Orba tosía violentamente, toda su unidad se reunió a su alrededor. 




Al mismo tiempo, en Zer Illias. 

Ante el altar donde Reizus se había proclamado una vez como Garda había dos figuras. El digno y anciano Zafar y la hechicera Tahī, la flexibilidad de cuyo cuerpo era obvia simplemente por el hecho de estar de pie. 

—Ya veo. Entonces, ¿'Garda' fue derrotado? —La voz retumbante y resonante no pertenecía a ninguno de ellos. 

Los dos hechiceros estaban arrodillados ante el altar, sobre el cual estaba colocado un cristal que parecía un cráneo de dragón humanoide. 

—Eso fue antes de lo esperado. 

—Sí —Zafar agachó la cabeza—. Nuestras más sinceras disculpas. Si se nos hubiera permitido una mayor participación, podríamos haber recogido más éter de los humanos de Tauran. 

—Está bien —dijo de nuevo la voz incorpórea—. No querrán que otros hechiceros se den cuenta de que están haciendo un uso imprudente del poder. Fui yo quien les ordenó que se dedicaran por completo a los preparativos. 

—Sí. 

—En cualquier caso, hemos terminado de sentar las bases en el oeste según lo previsto. Es suficiente. 

—¿Qué quieres que hagamos con Zer Illias? —Tahī separó sus carnosos labios y preguntó—. Todavía están aquí los humanos que capturamos de las tierras del oeste. ¿Deberíamos cortarles la cabeza a todos y recoger el éter? 

—No es necesario. Los soldados pronto estarán ahí. Tendrán poco tiempo para disfrutar del sabor de la victoria. Sería grosero estropeárselos, así que déjalo así. 

—Sí. 

—Zafar, una vez que los soldados se vayan, regresa al templo. Pon una barrera para que otros hechiceros no puedan acercarse. 

—Sí. 

—¿Y yo? 

—Tahī, tienes un papel que desempeñar en Barbaroi. Hasta entonces, haz lo que quieras. 

Como si estuvieran en una tierra completamente diferente a la de Tauran que celebraba la victoria, allí en Zer Illias que estaba envuelto en el silencio de la antigüedad y que conservaba rastros de su prosperidad, el enigmático diálogo continuó. 

Después de un rato más de intercambio de palabras, 

—El ejército pronto hará un movimiento. Los subyugarán en menos de medio mes. ¿Digamos que nos volveremos a ver después de eso? 

—Sí. Lo espero con ansias. 

—Hasta el día en que nos volvamos a encontrar en Mephius. 

Los dos aún estaban allí, pero una presencia había desaparecido del interior del templo. 

Pasado un día entero y cuando los soldados de los distintos países llegaban apresuradamente, sólo se encontraban los rehenes. Los hechiceros habían desaparecido sin dejar rastro. 



Los disturbios occidentales se resolvieron y todo el mundo creía que, al menos por ahora, los oficiales y soldados podrían quitarse la armadura y el pueblo podría vivir en paz una vez más. 

Pero. 

Ni diez días después de la derrota de Garda en Eimen, una noticia espantosa recorrió los países de Tauran. 

En el este, Mephius había desplegado un ejército de más de diez mil personas y cruzó la frontera con Taúlia. 











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