Un huevo dormido no sabe que hay dentro del cascarón...
...En la esquina de un callejón, que las voces hablaban en susurros.
[Vamos, hombre, te lo ruego.]
—Cállate... cállate de una vez.
[ De todas formas no tienes mucho tiempo. ¿No te gustaría llevarte a alguien contigo? ]
—...Esto no tiene nada que ver contigo.
[OyE, vamos, en serio. Mátame ya.]
—Al diablo con eso... ¿Cuántos crees que se han sacrificado sólo por ti? Vas a llevar a cabo el trabajo para el que fuiste destinado... me aseguraré de ello.
[Vamos, mátame. ¿Cuál es el problema? Será fácil.]
—.........
[Ya no quiero seguir viviendo. Estoy tan jodidamente cansado de aferrarme a esta estúpida falsa existencia. Vamos. Piensa en ello como una misericordia.]
—.........
[Por favor, mátame. Hazme ese favor, hombre...]
...Las voces salieron del callejón y se dirigieron hacia el distrito comercial frente a la estación.
* * * * *
La máquina arcade a la que aspiraba Honami Hiroshi estaba bloqueada por una multitud, así que, para pasar el rato esperando su turno, empezó a juguetear con una consola portátil con forma de huevo que había en un rincón de la sala.
—Oh, ¿tú también juegas eso? —le dijo una voz desde arriba.
Levantó la vista y vio a un hombre gris. Tendría unos treinta o cuarenta años. A Hiroshi le costaba mucho calcular la edad de la gente de mediana edad. Consideraba que el hombre era «gris» sobre todo por la gabardina gris que llevaba, bien cerrada por delante. Sin embargo, también había una especie de hollín, sensación sombría en el hombre que dio a Hiroshi esta impresión “gris”.
El hombre sonrió. En su mano había una forma de huevo similar a la que Hiroshi estaba jugando.
—¿Tú también juegas?
Rara vez había hablado así de tú a tú con hombres de mediana edad, pero si los juegos eran su punto en común, no tenía por qué ser tímido.
—Ah, bueno, creo que el mío podría ser de menor calidad. Parece que no consigo objetos buenos a menos que comercie con alguien —se quejó el hombre.
Hiroshi no pudo evitar reírse al ver el dramatismo con que el hombre se lamentaba de su situación.
—¿Qué tienes en tu inventario? ¿No tienes más que antídotos o algo así?
—Sí. Son todos bastante inútiles. Aunque quiera venderlos, no saco mucho.
Los dos empezaron a hablar animadamente sobre un tema que desconcertaría a la gente que no hubiera jugado el juego.
—¿ Entonces quieres luchar? Ah, aunque soy nivel 56. ¿Puedes con eso, ossan?
—42 aquí. Será duro, pero ganar no está del todo descartado, ¿verdad?
Los dos conectaron sus terminales de información portátiles y empezaron a jugar, mientras las dos consolas emitían pitidos.
El hombre jugaba bien, pero, por desgracia, el niño era mejor que él en las batallas. Al final, el juego terminó con la victoria de Hiroshi.
—Muy bien, supongo que voy a reclamarte algunos datos.
—Oh, bueno.
Hiroshi cambió de pantalla y examinó la lista de datos que tenía el hombre. Nombres de objetos listados como palabras básicas recorrían la longitud del menú.
—¡Realmente no tienes más que antídotos! —dijo Hiroshi, riéndose de la pantalla que no mostraba más que <POISON>.
Sin embargo, entre ellos, notó que había un nombre que nunca había visto antes y frunció el ceño.
—¿Hm?
<EMBRYO>
Eso era lo que mostraba la pantalla.
—¿Qué es este “embyoo”?
—Ah, lo encontré hace poco. No sé lo que es —dijo el hombre gris apresuradamente—. ¿ Te importaría pasarla por alto?
—De ninguna manera. El PvP en este juego es realmente despiadado. Tienes que guardar objetos raros en tu sistema de inmediato. Es mejor tener todas las bases cubiertas.
Con una sonrisa burlona, Hiroshi transfirió la cosa llamada <EMBRYO> a su dispositivo.
—Vaya. Esto no ha ido nada bien... —dijo el hombre con un suspiro.
—Sólo necesitas más entrenamiento, ossan.
El hombre se rió.
—No podría estar más de acuerdo.
—Bueno, no te preocupes, investigaré este objeto con cuidado y me aseguraré de que se le dé un buen uso.
—No sé... Puede que esté un poco fuera de tu alcance. Después de todo, tiene la costumbre de moverse muy rápido. Está en su naturaleza —Sonaba como si estuviera siendo un mal perdedor, así que Hiroshi replicó.
—¡Puedo manejarlo mejor que tú!
—¿Ah, sí? Pues que tengas suerte —Sus palabras fueron pronunciadas en un tono extrañamente serio; Hiroshi sintió que algo no estaba del todo bien.
—¿Eh?
—Y, en caso de que acabe saliendo pronto de tus manos, deseo la mejor de las suertes a quienes lleguen a poseerlo en el futuro. De verdad... —murmuró el hombre para sus adentros.
...¿De verdad se tomaba tan mal perder?
Hiroshi dudaba, pero de repente se animó al fijarse en su reloj.
—Ahh, ¡¿ya es tan tarde?! —Como sus padres no volverían hoy a casa, había quedado con su hermana mayor en el pueblo para comer—. ¡Nos vemos, Ossan!
—Sí. Adiós —dijo el hombre mientras saludaba despreocupadamente a Hiroshi.
Y se quedó así en el pasillo. Unos minutos después, alguien que intentaba llegar al baño le rozó ligeramente el hombro. “Disculpe”. Al momento siguiente, la parte superior del cuerpo del hombre se retorció.
Entonces, de la mitad de su torso surgió un crujido, como el de un árbol marchito, y, con su mitad inferior aún en pie, la superior quedó mirando hacia abajo.
—...¡¿Wah?!
El transeúnte se apartó del hombre de un salto, asustado. El abrigo gris del hombre se había levantado, revelando lo que había dentro. Y dentro... no había nada. El lugar entre la parte superior e inferior de su cuerpo, donde debería haber estado su sección media, estaba vacío. Su parte superior e inferior estaban conectadas -apenas- por su columna vertebral, una tambaleándose sobre la otra como un juguete en equilibrio.
El cuerpo del hombre se desmoronó.
Y la sangre, que por alguna razón no había brotado de su herida hasta ahora, empezó a esparcirse lentamente por el suelo.
El cadáver, completamente inmóvil, dejaba claro que estaba muerto. Sin embargo, a pesar de que le habían extirpado todo el abdomen, se había estado moviendo durante bastante tiempo. ¿Cuándo había muerto, o mejor dicho, lo habían matado? Nadie en el arcade podía imaginar la respuesta.
* * * * *
—Sin embargo...
Honami Akiko, una chica de preparatoria, caminaba por la ciudad con Takashiro Tooru, su compañero de la tienda en la que trabajaba a tiempo parcial. Caminaban juntos a casa porque sus turnos terminaban al mismo tiempo.
—Tienes un bonito cuerpo, ¿verdad, Takashiro-san?
—¿Eh? Ah... bueno, supongo que sí.
Con sus 190 cm, Tooru era alto. Pesaba 75 kg, lo cual era delgado para su estatura, pero no lo parecía gracias a sus desarrollados músculos de la espalda y los hombros, que daban volumen a la parte superior de su cuerpo.
Tenía 19 años, pero no iba a la escuela. Desde el punto de vista social, sería un “freeter*”.
(NT: * Este término describe la situación de un cierto grupo de jóvenes (entre los 15 y los 34 años) de la sociedad japonesa que, tras terminar sus estudios, trabajan en empleos a medio tiempo (arubaito), precarios y breves, a menudo viviendo de sus padres o con ellos.)
—¿Solías jugar al baloncesto o algo así? —preguntó Akiko con expresión ansiosa. Hacía tiempo que estaba interesada en aquel grandulón. Con sus rasgos profundamente cincelados que le conferían un aura misteriosa, y lo increíblemente tranquilo y sereno que era para su edad, no podía quitárselo de la cabeza.
—Ahh, me lo dicen mucho, pero parece que se me dan mal ese tipo de cosas.
—¿Qué tipo de cosas?
—Err, me refiero a... deportes... ese tipo de cosas —dijo Tooru, rascándose la cabeza furiosamente. Su larga melena naturalmente ondulada podría haber sido un corte de pelo, pero también podría haber sido el resultado de no cortarse el pelo durante varios meses.
—Pero debes haber estado entrenando para algo. No intentes decirme que se te da mal el ejercicio —Incluso en la tienda, ella lo había visto cargando pesadas cargas a paso ligero todo el tiempo.
—Sí, bueno, probablemente podría hacerlo si lo intentara, pero supongo que no tengo mucho interés. No sé si realmente podría dedicarme a ello —Tooru no se estaba expresando muy bien.
—¿Tienes algún tipo de sueño al que aspiras, Takashiro-san?
Su pregunta pareció ponerlo en un aprieto.
—Uh, umm... Supongo que sí... Si se le puede llamar sueño...
—Quiero decir que no puedo creer que estés satisfecho viviendo la vida freeter.
—Hmm... ¿Seguro que no te ríes?
—¿De qué?
—Eh, verás, yo... Cómo decirlo... —La voz de Tooru cayó a un susurro mientras se rascaba aún más la cabeza—. ...Estoy pensando que quiero convertirme en una especie de 'samurai'...
Naturalmente, Akiko se quedó sorprendida.
—...¿Qué?
—Sí, es raro, ¿verdad? —Dijo Tooru con una sonrisa forzada.
—U-um... Eso es, ah... ¿Quieres decir como un actor de una obra de época? —dijo Akiko después de pensarlo un poco.
—No, no me refiero a eso. Más bien... —Tooru se detuvo a mitad de la frase. Akiko lo miró preguntándose qué le pasaba y también se puso tensa. La expresión de Tooru había cambiado por completo.
Miraba fijamente a un único punto. Era como si de repente un imán se hubiera apoderado de su mirada, del mismo modo que alguien puede mirar la baraja de cartas de su oponente en una partida de póquer cuando está a punto de revelar su mano.
—.........
Allí, estacionada junto a la carretera, había una moto, con una chica sentada con ligereza sobre ella. Vestía un overol de cuero, y las botas que llevaba eran extrañamente pesadas. A primera vista, no eran unas botas normales, sino unas botas de seguridad que se usan en lugares peligrosos, como las obras de construcción.
Tooru no podía apartar los ojos de ella. No en el sentido sensiblero de contemplar a una chica hermosa. Al contrario, casi podría decirse que era...
—Esa mujer...
—¿Hmm? —La chica también se había fijado en Tooru y le devolvió la mirada.
¿No es...? Akiko sabía quién era. Es Kirima Nagi. La infame delincuente...
Durante un rato, Tooru y Nagi se miraron. La expresión de Tooru era cada vez más feroz, pero Nagi mantenía la calma.
—La forma en que se porta... ¡¿Podría ser...?!
Tooru tragó en seco. Y entonces, mientras daba un paso hacia Nagi...
—¡Lo siento mucho, Nagi! No quería hacerte esperar —Una chica que acunaba una gran bolsa de papel vino corriendo hacia Nagi desde una esquina, y Nagi desvió casualmente la mirada de Tooru hacia ella. Y entonces le sonrió.
— Oye, ¿conseguiste las cosas que te pedí?
—Sí, no estuvo tan mal.
La expresión de Nagi cuando hablaba con la chica era muy amable, como si se tratara de una amiga o de la familia, y a Akiko le extrañó un poco ese cambio.
Así que incluso Kirima Nagi puede hacer ese tipo de expresión...
Akiko levantó la vista y vio que, como había esperado, Tooru también estaba mirando como si hubiera quedado completamente hechizado.
—...¿Me lo estaba imaginando? —dijo en un susurro bajo y reanudó la marcha.
—¿Qué fue eso? ¿Eres amigo de Kirima, Takashiro? —preguntó Akiko, pero él negó con la cabeza.
—No, sólo fue un pequeño malentendido —dijo, alejándose sin mostrar el menor interés por el hecho de que Akiko supiera el nombre de Nagi.
Akiko se apresuró a seguirlo.
Entonces, cuando los dos llegaron a un callejón un poco solitario, justo delante de la estación a la que ambos se dirigían...
—Ahhh, ¡trajiste a un chico contigo! —gritó la fuerte voz de un chico detrás de ellos.
Akiko dio un respingo y se giró. Detrás de ella estaba su hermano menor, Hiroshi.
—¡Hiroshi! No me asustes así!
—Je, je, je. ¿Qué tal si te doy algo de dinero y te puedes ir corriendo? —dijo mirando a Tooru y sonriendo.
—¡No es lo que piensas! —Miró a su hermano pequeño y luego se volteó hacia Tooru.
—Lo siento, Takashiro-san. Éste es mi hermano. Le prometí que hoy comeríamos fuera en algún sitio.
—No pasa nada. La verdad es que no me ha sorprendido —dijo Tooru con frialdad.
Era la verdad. Había oído los pasos de alguien corriendo hacia el callejón, siguiendo a los dos. Aunque había sido sigiloso, Tooru se dio cuenta de que no estaba siendo especialmente cauteloso. Por eso, Tooru dedujo que debía de ser un pariente o alguien que tuviera buenas relaciones con Akiko.
—Entonces, ¿cuál es el plan, onii-san? ¿Vas a charlar con mi hermana? Si te gusta, siempre puedo retroceder —dijo Hiroshi, riendo.
—¡Hiroshi! —Akiko alzó la voz, poniéndose roja.
—Oh, no. Lo siento, pero creo que tu hermana tiene igualmente derecho a elegir. Dudo que un vagabundo como yo pueda optar a ello —dijo Tooru con displicencia.
—¿Ah, sí? ¿Tú crees?
—Sí. Me temo que ni siquiera asisto correctamente a la escuela —declaró abiertamente.
—Hmm...
Hiroshi observó el rostro de Akiko. Parecía un poco dolida. Entonces Hiroshi preguntó en lugar de su hermana.
—Pero no pareces un mal tipo, ¿verdad?
—Hiroshi, ¡¿quieres callarte de una vez?! Es grosero con Takashiro-san.
Mientras Akiko trataba de regañar a su hermano, un pitido salió de su bolsillo.
—Ah, es la hora de comer. Espera un segundo.
Hiroshi sacó de su bolsillo una pequeña consola portátil, blanca y con forma de huevo. El minijuego extra al que estaba jugando en casa estaba sincronizado con su reloj, configurado para que se actualizara con el tiempo. El personaje hablaba cuando subía de nivel o cuando tenía hambre, y le exigía acciones, como “alimentarlo”.
Pero Hiroshi miró la pequeña pantalla LCD y soltó un grito de sorpresa. El personaje con aspecto de peluche chibi que había estado apareciendo hasta ahora había desaparecido, dejando sólo la palabra <EMBRYO> en letras pequeñas en el centro de la pantalla.
Y, desde el pequeño altavoz interno, se filtró una extraña voz.
...Mátame.
Tooru creyó oír una voz masculina grave.
—¿Qué? ¿Qué acaba de decir esa cosa?
—¿Qué? ¿ Tiene algun bug...?
Hiroshi trató de juguetear con todos los botones, sin mostrar ninguna reacción a la extraña voz.
—Es un juego raro el que estás jugando ahí. ¿Cómo se llama? ¿dijo 'mátame'? —preguntó Tooru.
Hiroshi lo miró fijamente.
—¿Eh? Yo nunca he dicho nada de eso.
—No, tú no. Había una voz que venía del juego, ¿verdad?
—¿Qué? No, ¿en serio? —Hiroshi negó con la cabeza.
—Pero juraría que... —Tooru comenzó, luego su rostro se tensó cuando se dio cuenta de repente e inmediatamente tiró de Akiko hacia él.
—¿Qué...? —empezó ella, pero antes de que tuviera tiempo siquiera de sonrojarse, él continuó y la empujó hacia su hermano. Y justo después, les dio la espalda, mirando fijamente hacia delante.
Un grupo de tres -dos hombres y una mujer- se acercaba a ellos. Tooru los fulminó con la mirada. Los tres llevaban abrigos oscuros, y la mujer llevaba un traje azul debajo; era el tipo de ropa que podría verse en una película barata de gángsters.
—......¿Huh?
—¿Quién demonios son? —El trío miró a Tooru, que se interponía entre ellos y los hermanos, como si tratara de escudarlos, y frunció el ceño.
—Oye, Hiroshi —preguntó Tooru a Hiroshi detrás de él—, ¿has visto a estos tipos antes?
—¿Eh? Eh, no, pero...
—Bueno, parece que te han estado siguiendo, es todo lo que digo —Cuando Tooru dijo esto, la expresión de las caras de todos cambió.
—...¿Qué?
—¿De qué estás hablando? —gritaron los hermanos, y el trío retrocedió ligeramente, preparándose para una pelea.
—...¿Y bien? ¿Vas a responder a nuestra pregunta?
—Preséntense ustedes primero. Todos apestan a sed de sangre —dijo Tooru sin titubear, y el trío intercambió miradas. Entonces, uno de los hombres tomó la palabra.
—No tenemos nada que hacer con gente como ustedes. Lo que buscamos es a ese mocoso que tienes —dijo, lanzando una aguda mirada a Hiroshi.
—¿Yo? —Hiroshi, que estaba detrás de Tooru, se tensó.
—Así es. Debiste haber recibido ya-sabes-qué de Sidewinder. Te lo quitaremos ahora.
—¿“Ya-sabes-qué”? ¿Qué es eso? No sé de qué me estás hablando».
Hiroshi agitó las manos, sin entender qué estaba pasando. Había algo terriblemente turbio acerca de los tres. Y, viendo sus caras, había que preguntarse si eran siquiera japoneses.
—No te hagas el tonto. Ya confirmamos que fuiste el último en interceptar a ese traidor. No sabemos qué forma está tomando ahora mismo, pero todo irá bien si nos lo entregas como un buen chico. De lo contrario...
Habló en voz baja, pero con una clara severidad en su tono; evidentemente era una amenaza.
—H-Hiroshi, ¿qué es esto? ¿Qué está diciendo esta gente?
Akiko exigió respuestas a su hermano, pero Hiroshi se limitó a negar furiosamente con la cabeza. Tooru intervino para asegurarse.
—¿Estás seguro de que no sabes nada?
—¡S-sí!
—...Ahí tienes la respuesta. ¿Seguro que no se equivocaron de persona? Quiero decir, míralo... es sólo un estudiante normal de secundaria. No veo cómo se involucraría con un grupo de aspecto peligroso como ustedes.
—¿Quién eres tú para seguir hablando así, eh? ¿Intentas hacerte el caballero blanco? Sigue así y vas a sufrir mucho.
Tooru sonrió satisfecho.
—No soy un caballero...
Pero el hombre no estaba interesado en esperar a que Tooru terminara su frase; se abalanzó sobre él sin provocación con el arma en forma de garrote que había estado ocultando en su mano.
Sin embargo, los movimientos de Tooru fueron aún más rápidos. Inmediatamente agarró la mano del hombre y atrapó ligeramente la punta de su pie; en el instante siguiente, el cuerpo del hombre giró y se estrelló contra el suelo. Un contenedor lleno de latas vacías fue empujado con el impacto, y su contenido se derramó con un ruidoso estrépito.
—...¡Guoh!
Dirigiéndose al hombre que se retorcía en el suelo, Tooru terminó su frase.
—Soy un samurai.
Incluso Akiko e Hiroshi, que habían saltado rápidamente hacia atrás, observaron la impresionante exhibición con los ojos redondos.
—Es fuerte... —murmuró Hiroshi aturdido.
El hombre y la mujer que quedaban adoptaron una postura cautelosa y retrocedieron un paso.
—...No está mal —dijo la mujer en voz baja, pero con un tono que parecía casi burlón—. Pero veo que tus movimientos son autodidactas. Supongo que no estás respaldado por la Organización.
Tooru centró hoscamente su atención en la mujer. Había estado concentrado en los dos hombres, pero ahora se dio cuenta de que la mujer de pelo largo tenía los ojos más agudos de los tres. Su mirada le penetró desde la sombra de sus largas trenzas.
Entonces, la mujer y el hombre que quedaban empezaron a hablar en un idioma diferente, incomprensible para Tooru y los demás.
—No es de la Organización Towa. No hay que alarmarse —dijo la mujer, a lo que el hombre asintió con un gruñido.
—¿Cuál es el plan, Perla? —preguntó.
El hecho de que se lo preguntara a la mujer sugería que ella era su “comandante”.
A su alrededor, la gente que había oído el alboroto había empezado a reunirse, preguntándose a qué venía tanto alboroto.
—¡Es una pelea! —gritó una voz desde la multitud.
—Estamos llamando la atención. Matar a estos tipos sería fácil, pero si lo hiciéramos, nuestros “perseguidores” captarían nuestro rastro. Si lo hacemos ahora, nuestros perseguidores podrán centrarse en un solo objetivo. Es muy probable que no podamos escapar de ellos —murmuró la mujer llamada “Perla” mientras miraba a Tooru. Luego volvió a cambiar al japonés.
—Así que... te llamabas a ti mismo 'samurái', ¿verdad?
—¿Nn?
A Tooru le sorprendió un poco la expresión de la mujer, porque le sonreía dulcemente, con su atractivo aspecto. Sin embargo, era una sonrisa que desmentía el aroma de algo retorcido y perverso detrás de ella.
—De acuerdo. Dejaré que lo conserves por ahora. Puede que incluso tengas el 'potencial para abrirte paso'. Si eso sucede, entonces serás un miembro de The Diamonds como nosotros.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
—Pronto lo sabrás.
Entonces “Perla” y el hombre, dejando al otro tendido en el suelo, giraron sobre sus talones y se alejaron de aquel lugar. Era como si hubieran emprendido la huida sin la menor vacilación, sin escatimar un solo pensamiento para el camarada que habían abandonado.
—¡O-Oigan! ¡Esperen! —gritó Tooru, que, por otra parte, estaba considerablemente agitado. Pero cuando intentó llamarlos y perseguirlos, el hombre que había estado en el suelo se levantó de repente.
—...¡Cómo te atreves!
El hombre se abalanzó sobre Tooru, esquivando a Hiroshi y Akiko. Se movía de forma extraña, al parecer se había torcido el pie.
—¡Ahora sí que lo hiciste!
Tooru se dio la vuelta. Arrugó la frente. Tembloroso como estaba, el hombre sostenía una pistola. Y su cañón apuntaba directamente a Tooru.
—...¡Cómo te atreves a humillarme así!
Sus ojos estaban inyectados de sangre. Parecía enloquecido por el abandono de sus compañeros.
—¿Recurriendo a las armas, verdad? —dijo Tooru, conservando un aire de calma.
Luego, bajó la mirada despreocupadamente y se fijó en algo.
—¿Eh? Eh, Hiroshi, parece que se te cayó algo con el alboroto —dijo y se agachó para recoger el dispositivo portátil con forma de huevo que yacía en el suelo. Al ver la continua indiferencia de Tooru, el hombre se puso aún más frenético.
—No me jodas... —En el momento en que intentó apuntarle de nuevo con su arma, Tooru se puso en cuclillas y luego, desde un principio agachado, se impulsó del suelo con un ruido sordo y se lanzó contra el hombre.
—...¡Uagh!
Tanto el hombre como Tooru cayeron de cabeza al suelo. Una bala salió disparada del arma, rebotando en la pared de hormigón de un edificio con un estruendo.
—¡Kyaaah! —gritó Akiko. Entonces, por detrás, alguien la agarró con fuerza por el hombro. Se giró y se quedó sin habla. Porque sabía quién era.
—Atrás —dijo con calma, y se dirigió directamente hacia donde los dos estaban forcejeando.
Hubo otro disparo, pero esta persona no le prestó atención y agarró la mano del hombre que aún sostenía la pistola. ¿Qué había hecho? Con un hábil movimiento, apartó al hombre de Tooru, que luchaba, y lo lanzó por los aires. El hombre voló de cabeza contra un cubo de basura que acababa de ser volcado y, esta vez, perdió totalmente el conocimiento.
—¡¿......?! —Tooru se quedó boquiabierto, mirando a la repentina entrometida. No daba la impresión de haberse esforzado. Pero lo más sorprendente era que se trataba de quien había estado mirando antes: era aquella chica.
—K-Kirima Nagi... —se le escapó a Akiko en un susurro.
—¿Nagi...?
Tooru -aunque no se sentía especialmente herido en ningún sentido- se puso en pie tambaleándose.
—¿Así que tú eres... Nagi?
—Onii-san, está muy bien hacerse el héroe. Pero, ¿te has parado a pensar en el peligro de las balas perdidas que vuelan por el lugar?
Cuando Nagi terminó de confirmar que el hombre con el que había luchado estaba completamente inconsciente, se giró para mirar a Tooru y luego frunció el ceño.
—¿Hmm?
Había algo raro en Tooru. Extrañamente, había esbozado una sonrisa y miraba a Nagi con ojos brillantes y chispeantes.
—Así que no me equivocaba... Oye, tú. La forma en que te acabas de mover, esa técnica. Tiene que ser... ¿Dónde has...?
Entonces, sin previo aviso, se lanzó contra Nagi.
—...¡¿Wah?!
Tomada por sorpresa, Nagi actuó por reflejo. Con el movimiento de pies que su maestro le había enseñado, derribó a Tooru limpiamente. Tooru cayó al suelo y se despatarró; no había intentado defenderse.
—¿Qué crees que estás haciendo? —gritó Akiko, arremetiendo contra Nagi.
—E-e-espera, quiero decir, acaba de venir hacia mí... —Incluso Nagi estaba inusualmente nerviosa—. Eh, oye... ¿Estás bien?
Nagi intentó ayudarlo a ponerse de pie, cuando de repente los ojos de Tooru se abrieron de golpe.
—¿De quién aprendiste eso? ...¿Fue de un hombre llamado 'Gen'...? —preguntó, para luego volver a caer inconsciente.
—.........
Nagi y Akiko, con Tooru desmayado y entre ellas, intercambiaron miradas dubitativas.
—No entiendo muy bien lo que está pasando —dijo tímidamente Hiroshi, que había permanecido en silencio hasta ahora, a su hermana y a Nagi, que estaban distraidas—, ¿pero quizá sería buena idea salir de este lugar? Creo que podría aparecer la policía o algo así...
La ruidosa multitud de curiosos se había dispersado rápidamente tras los disparos. Era muy probable que alguien hubiera informado del peligro.
—.........
Los tres posaron sus ojos en Tooru. El grandullón estaba desmayado plácidamente, su cara se parecía un poco a la de un niño extraviado que acaba de encontrar a sus padres.
* * * * *
Sucedió cuando Tooru aún estaba en la secundaria.
Incluso durante esos años de crecimiento, Tooru era alto. Por aquel entonces medía 175 cm, lo que hacía que a menudo le confundieran con un estudiante universitario. La escuela a la que asistía no era especialmente reputada y, aunque no había intentado comportarse o vestirse como tal, Tooru pronto se encontró en el papel de “guardaespaldas” a la antigua usanza de algunos matones de la escuela.
Entonces, un día, estalló. Se enteró de que un kouhai suyo recién alistado -que había insistido en llamarlo aniki- había estado tomando unos estimulantes que vendía la yakuza local y estaba a punto de volverse adicto a ellos.
Para su alivio, el kouhai no era tan adicto como para acabar matándolo, así que pudo recuperarse y volver a ponerse de pie. Pero Tooru no estaba dispuesto a dejarlo así. Localizó al yakuza que había vendido la droga, recibió un dato sobre un negocio en el puerto y... de todas las cosas... fue él solo.
Tooru lo hizo bien. O mejor dicho, su intento fue bien. Para cuando lograron inmovilizarlo, ya había derrotado a trece hombres, dejándolos en tal estado que tendrían que ser hospitalizados durante meses. Pero, las probabilidades siempre habían estado en su contra. El intento acabó con su derrota al ser derribado y con una pistola apuntándole a la cabeza.
—¡¡¡Muérete, chiflado!!!
Bombardeado por maldiciones, Tooru estaba preparado para morir. Cerró los ojos con fuerza y sintió que la sangre le golpeaba los oídos. Pero por mucho que esperara, el momento no llegó.
—¿......Hm?
Abriendo los ojos furtivamente, una escena increíble se extendió ante él. Un solo... hombre de mediana edad de estatura y complexión mediana, que no parecía muy fuerte, saltaba por el lugar como si estuviera bailando. En sus manos tenía lo que parecía ser una especie de palo largo.
Era como ver magia.
Aunque no se veía que ejerciera mucha fuerza, el hombre estaba derribando a las docenas de yakuzas de la sala, uno tras otro, sólo con la pértiga, y los que caían no volvían a levantarse.
Ni siquiera cuando sus oponentes se abalanzaban sobre él con armas de fuego, las balas nunca daban en el blanco. Fue entonces cuando Tooru se dio cuenta de que las armas eran impotentes mientras no dieran en el blanco. Una vez se hubo ocupado de todos, el hombre de mediana edad se acercó sin prisa al Tooru caído.
—Tienes habilidades —dijo el hombre, asintiendo con admiración. «Impresionante para alguien de tu edad. Pero te doy un consejo: si quieres que tu cuerpo se mueva, te recomiendo que evites las peleas. Piensa en jugar a la pelota o practicar atletismo».
—¿Por qué? —preguntó Tooru, todavía aturdido. Una sonrisa irónica apareció en el rostro del hombre.
—Eres de los que se acaloran demasiado. Yo solía ser así. Si realmente debes hacerlo, encontraría algo que te permita distinguir claramente entre 'ganar' y 'perder'. Si alguien como tú empieza a meterse en peleas... no tendrá fin por muy lejos que llegues.
Tooru parpadeó. Realmente no entendía lo que el hombre le estaba diciendo.
— Pero... ¿quién eres?
—Ah. Cierto —El extraño hombre de mediana edad pensó por un momento, luego miró el palo en sus manos y sonrió con satisfacción—. ¿Por qué no decimos simplemente... que soy un samurai? —dijo con desgana.
Entonces se oyeron voces a lo lejos.
—Gen, ¡¿qué haces por aquí?! Tú eres el que dijo que nos fuéramos del país... ¡¿De qué sirve si empiezas a meter el cuello en problemas?!
Alguien parecía estar llamando al hombre.
—Ah, lo siento. Ya voy —respondió el hombre de mediana edad. Tiró el bastón, se dio la vuelta y finalmente abandonó el lugar donde estaba Tooru.
—...... —Tooru se quedó boquiabierto.
Al cabo de un rato, una vez que la fuerza de los golpes hubo abandonado su cuerpo y el entumecimiento desapareció, se puso de pie tambaleándose. Pero aún así, mientras permanecía de pie en el centro de los yakuza que lo rodeaban, gimiendo e incapaces de moverse, con los miembros rotos y las entrañas destrozadas, Tooru seguía mirando en dirección al misterioso hombre que se había hecho llamar “samurái”.
Era una historia de hacía años, pero Tooru aún lo recordaba todo con claridad, incluso cuando sus dos padres murieron en un accidente de tráfico poco después, dejándolo solo en el mundo... Los lloró, por supuesto, pero aún así, por alguna razón, sintió que el mero hecho de recordar aquella época le bastaba para encontrar el valor para enfrentarse a las cosas, sin importar la situación.
Aunque había sido golpeado por la desgracia, la existencia de aquel extraño hombre que se había hecho llamar «samurái» había vuelto a encarrilar la vida de este joven. E incluso se había convertido en su objetivo en la vida.
Pero el mayor problema de esta meta... era que no había nada concreto con lo que asirla, y no estaba claro cómo podría alcanzarla.
...Es decir, hasta que adquirió una «pista».
* * * * *
Tras la refriega en la ciudad, la policía detuvo al hombre que había disparado. Se habían apresurado a llegar al lugar después de que alguien lo denunciaran. Para entonces, los que se habían peleado con él no aparecían por ninguna parte, así que la policía decidió detenerlo de momento y llevárselo para interrogarlo. Sin embargo, el hombre seguía guardando silencio y su identidad seguía sin estar clara.
La policía no tuvo más remedio que dejarlo en una sala de detención y observarlo durante un tiempo.
Entonces, a última hora de la noche...
—.........
El preso yacía despierto en la estrecha cama de su celda; llevaba toda la noche en vela y tenía la mirada clavada en el techo. Desde fuera, parecía inexpresivo. Tenía la boca cerrada y los ojos fijos en el frente, sin inmutarse.
Pero, para cierto tipo de personas -un jugador de tenis, por ejemplo, capaz de calibrar el estado de su oponente cuando se enfrenta a él en un partido de tú a tú-, era evidente que la rígida expresión de aquel hombre sólo transmitía un sentimiento: expectación.
Seguro que algo por debajo se le acercaba, y lo estaba esperando... Mejor dicho, no tenía otra opción. Y, para este hombre, no había nada más aterrador que el acto de esperar...
El miedo.
El miedo a que llegara inevitablemente tenía atrapado todo el cuerpo del hombre, incapaz de moverse ni de hablar.
Ese hombre era la única persona que quedaba en la celda. Sin nadie en las cámaras circundantes, había un silencio sepulcral. Y, en aquel mundo inmóvil, por fin, el prisionero mostró una reacción. Dio un espasmo, como si se tensara, y las pupilas de sus ojos, que miraban hacia arriba, se estrecharon hasta hacerse un punto.
Había alguien allí. Se asomaron por encima de la cama; ya estaban junto al prisionero, sin que éste se diera cuenta.
—¡.........!
No hubo ningún sonido. No hubo ni pasos ni el tintineo de una llave de la cárcel, pero incluso antes de eso, el guardia de la prisión que debería haber visto venir a alguien no mostró absolutamente ninguna reacción ante la persona que estaba de pie justo enfrente de ellos.
Intentó levantarse, pero por alguna razón no podía mover ni un músculo, como si su cuerpo se hubiera convertido en plomo. Estaba paralizado. El intruso le había hecho algo... ¿pero qué? Lo habría sabido si lo hubieran tocado o atacado de alguna forma... pero no había ninguna sensación que sugiriera nada parecido.
—Tú...
El intruso no era muy alto, pero sus miembros eran largos, su figura esbelta y equilibrada. Tenía un rostro infantil, pero afilado, lo que le daba un aire que hacía difícil llamarlo «niño». La ropa que llevaba era ajustada y de color morado pálido.
—Tú... no lo tienes, ¿verdad? —dijo en voz baja el hombre de color púrpura pálido. No hablaba japonés.
—¡.........!
Un sudor frío comenzó a azotar el rostro del prisionero.
—Bueno, entonces, ¿quién lo tiene ahora mismo...? ¿Te importaría decírmelo? —preguntó fríamente el hombre de pálido color púrpura.
—¡U-uuugh...!
—¿Quién tiene el 'Embyro'? Ese guerrero, Sidewinder, era bastante formidable. Se me escapó incluso después de haberle asestado un golpe mortal, y debería habérselo confiado a alguien... Entonces, ¿quién fue? —Entonces, el hombre de pálido color púrpura sonrió satisfecho—. Verás, tengo mucha curiosidad... Si un guerrero tan grande en sus últimos momentos se jugó la vida para que alguien protegiera esa cosa, me encantaría saber qué clase de persona sería. Y, personalmente, me encantaría saber si sería alguien con quien valiera la pena luchar.
—Uuu... N-no me digas, t-tú eres... —dijo el prisionero, con la voz temblorosa—. Perla nos habló de ti... E-El que tiene un deseo compulsivo por la batalla... ¡¿Eres tú al que llaman “Strongest One”...?!
Entonces, por fin, el prisionero gritó, gritó de terror. No... intentó gritar. Pero por alguna razón, su “voz” se borró en el momento en que salió de su garganta y no llegó más lejos. Las vibraciones en el aire que deberían haber estado ondulando no se derramaban a cielo abierto, como si hubiera un vacío que lo detuviera en el camino. Ni siquiera alcanzaron al carcelero que debería haber estado allí mismo, a escasos metros de él.
—¡...!
—Ahora... tienes dos opciones —propuso en voz baja el hombre de pálido color púrpura—. Hacemos un trato. Seguro que quieres saber más sobre la Organización Towa. Te diré todo lo que sé sobre ellos, siempre y cuando a cambio me digas lo que tú sabes. Esa es la primera opción.
El prisionero temblaba violentamente, y sobre esto, el hombre puso su voz suave.
—Y la otra opción es que no hables y te torture. Pero no disfruto haciendo eso. No me gusta jugar con los débiles. Así que, si es posible, es algo que quiero evitar —Dejó escapar un suspiro—. Entonces, ¿qué va a ser?
El prisionero empezó a soltar todo lo que sabía en cuanto el hombre de pálido color púrpura hubo terminado. Habló del chico que había contactado por última vez con Sidewinder, y sobre su hermana y el hombre grande. Pero no pudo hablar de la chica, Kirima Nagi, que le había dejado inconsciente. Lo había tomado por sorpresa, así que ni siquiera se dio cuenta de que lo habían noqueado.
—...Ya veo —El hombre asintió—. Un chico, su hermana y un hombre que se presume que es su novio.
Luego se volteó de nuevo hacia el prisionero.
—Uf, me ayudaste mucho. Entonces, como te prometí, déjame decirte lo que sé.
—N-no, ¡no tienes que decirme nada de eso! —El prisionero sacudió violentamente la cabeza.
—No digas eso... Por lo que tengo entendido, la Organización Towa...
Aquí el hombre levantó ligeramente dos dedos. De la nada, había un objeto extremadamente pequeño, en forma de tubo, entre ellos.
—...no muestra ni una pizca de misericordia hacia sus enemigos.
Y entonces el hombre arrojó el tubo lejos. Pero ya no había nadie allí para verlo.
...Unos minutos después, el carcelero, pensando que había demasiado silencio, se acercó a ver cómo estaba el preso. Parecía dormir con normalidad, así que se dio la vuelta. Pero en ese momento, el preso ya estaba muerto, y un examen posterior descubrió que, dentro de su cráneo, faltaba una sección del vaso sanguíneo que conduce al cerebro. Su rotura se consideró la causa de la muerte, pero nadie podría haber deducido que la parte que faltaba del vaso sanguíneo estaba, de hecho, tirada en el suelo de la prisión.
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