CUMPLEAÑOS
Ante mis ojos se alzaba una gran puerta con púas, varias coníferas y altas barandillas metálicas que se extendían a los lados. Una mansión grande y elegante, rodeada por un patio lleno de macizos de flores, se alzaba en lo más profundo del recinto vallado.
Miré la hora en mi celular. Eran las cuatro de la tarde. Exactamente la hora que acordamos.
La última vez que visité la casa de los Ebisawa fue en pleno verano. Y el patio entonces tenía un aspecto muy diferente al que tiene ahora. “Supongo que las flores no están porque es diciembre”, pensé para mis adentros, mientras contemplaba la solitaria pradera. Los dos dobermans que yacían tumbados en el césped se levantaron de repente y se abalanzaron hacia mí justo cuando iba a alcanzar el interfono de la columna. Retrocedí asustado.